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Margo Glantz: “Muchos escritores, con el tiempo, acaban con una solemnidad intolerable”

La escritora, premio Carlos Fuentes, defiende la docencia y el contacto con los alumnos para mantenerse en el nuevo mundo

Margo Glantz
Margo Glantz en su casa de Coyoacán, México.Nayeli Cruz
Carmen Morán Breña

Acostumbrada a cientos de premios y sus consiguientes entrevistas, la escritora solo dice cuando se apaga la grabadora: “No me saque mucho de contexto”. La mexicana Margo Glantz acaba de recibir el premio Internacional Carlos Fuentes de Literatura y estos días prepara el discurso que pronunciará en honor del que fue su amigo y colega de “una generación que se está extinguiendo brutalmente”. Así lo siente, a los 92 años, remando contra viento y marea, subiendo y bajando escaleras todo el día para olvidar los achaques. La mente clara, la lucha intacta, la escritura un tanto aparcada, apenas seis páginas de unas memorias que empezó hace un año.

Pregunta. ¿No está harta de tanta entrevista?

Respuesta. Repito mucho, y meto mucho la pata, de repente hablo más de la cuenta, digo lo que pienso y no pienso lo que digo. Soy demasiado espontánea y me lleva la trampa. Si te preguntan sobre ti misma y sobre lo que escribes acabas repitiendo, no queda más remedio.

P. ¿De qué querría hablar?

R. Ay, me pone en un brete, pregunte lo que quiera, si me parece bien digo que sí y si no, que no.

P. Escritora, académica, crítica literaria… ¿Dónde están todos los años de la docencia, más de medio siglo?

R. Creo que son vasos comunicantes. He dado clases más de 60 años y ha sido fundamental en mi vida. La docencia conduce a la escritura, para mí el ensayo es tan importante como la ficción. Y la relación con los estudiantes es capital, porque te vivifica, una va envejeciendo y ellos siempre tienen la misma edad, entras al mundo nuevo gracias a los alumnos.

Margo Glantz.
Margo Glantz.Nadya Murillo

P. Si a los 50 te levantas por la mañana y no te duele nada es que estás muerta.

R. ¿Se imagina a los 92 si no hablo de enfermedades? Ahora tengo un problema con la pierna, cuando me despierto no puedo caminar, y luego todo el día subo y bajo escaleras como loca sin problemas. También están las palpitaciones, porque tengo una válvula aórtica, una de cerdo, para poner peor las cosas… A mi edad es difícil que no haya muchos elementos en el cuerpo que no funcionen, pero la verdad es que funciono mucho mejor que mucha gente.

P. La vida pone dolores y el dolor pone en la vida. Eso tiene que ver mucho con los judíos, seres dolientes, dice usted.

R. Horrible. Me tocó de joven ser consciente de los campos de concentración, aunque mi familia [de Ucrania] emigró antes, pero muy probablemente algunos de ellos murieron en los campos. Pero vivieron muchísimos pogromos, a mi papá le tocó porque vivía en un gueto. Pogromos, diáspora, Holocausto… Mi hija dice que tengo un lado negro que no debería cultivar.

P. Usted empezó a escribir ficción a los 47. ¿No siente que ahora están escribiendo muy jóvenes?

R. Mis compañeros de generación también escribían a los 20. Fuentes, Pitol, Elizondo, José Emilio Pacheco, Monsivais… No depende de la edad, hay quienes escribieron buenos libros de joven y luego se anquilosan brutalmente y siguen escribiendo, no les importa. Rulfo fue muy sabio.

P. ¿Qué anda leyendo?

R. En la pandemia me costó trabajo leer, tuvimos que enfrentarnos a un cambio total de paradigma y el Zoom produce una violencia muy grande, me cansa. Estar casi dos años metida en a casa me atontó un poco. Ahora leo a Nadezhda Mandelshtan, Contra toda esperanza; a Herta Müller, El Rey se inclina y mata, que me parece extraordinario, y como tengo el fantasma del fascismo siempre. También leo a Sergio Chejfec, Tamara Kamenszain, Benjamin Labatut, Sara Mesa. ¿Annie Ernaux? Bueno, la he leído toda.

P. Dice que es más libre cuando vive sola que en pareja. El cuarto propio de Woolf no es solo una habitación donde escribir, ni siquiera una casa, quizá está en la propia cabeza… ¿Deberíamos vivir solos?

R. Yo me vuelvo un poco pasiva en pareja, y he podido hacer lo que he querido fundamentalmente cuando he estado sola, pero es mi caso, no quiere decir que todas las mujeres deban vivir solas. A mí me ha ido mejor, a veces extraño estar con alguien, pero sola me muevo y hago lo que quiero.

P. Cuando se vive en pareja, ¿están las mujeres en desventaja por los cuidados que ejercen y ellos no?

R. Definitivamente. Y las escritoras tenemos menos posibilidad de volvernos solemnes porque estamos más acostumbradas a vivir en un mundo donde hemos sido subordinadas y tenemos más sentido de la realidad y somos más autocríticas. Muchos de mis compañeros, no todos, al cabo del tiempo acaban con una solemnidad impresionante e intolerable… Bueno, no digo nombres.

P. ¿No detecta en los hombres una épica excesiva? Si son periodistas, son épicos, si son escritores, su escritura es más épica.

R. Pues sí, alguno de los mexicanos, por ejemplo, Martín Luis Guzmán escribe en La sombra del Caudillo sobre la Revolución mexicana y es maravilloso, pero Nellie Campobello, en Cucurucho, plantea la revolución desde su aspecto más cotidiano, íntimo y personal, desde su balcón. Es una maravilla. Si vemos las memorias de Octavio Paz en el congreso socialista en España y lo que escribió Elena Garro al mismo tiempo sobre eso, pues ella es absolutamente antisolemne y él es de una solemnidad impresionante.

P. Y esto no cambia.

R. No cambia. Es un problema fálico. Como el dicho mexicano, mis chicharrones truenan.

P. ¿Cree que México está en una verdadera transformación como preconiza el Gobierno?

R. Esa transformación me produce confusión y alarma en muchos sentidos, la inseguridad existe desde hace años, pero se ha desatado y no se ha combatido. Hay un descenso en salud, educación, y eso me preocupa mucho.

P. En México asalta siempre la sensación de que la vida vale muy poco.

R. Creo que estamos en un periodo muy complicado, hay crítica periodística, pero no hay un programa que ayude a cambiar las cosas que están mal. Me preocupa mucho la militarización del país, además, no veo que el Ejército ayude a menguar la inseguridad. A una amiga la han extorsionado de una forma brutal, ha tenido que cambiarse de casa y no hay nada que pudiera hacer. Ya no es solo en las noticias, cada vez lo veo más en círculos cercanos.

P. A la gente de edad que se mantiene tan joven se le pregunta qué come, qué hace.

R. Como lo que tú, chocolate, dulces, cinco veces al día como, pero poquito. Mi casa tiene tres pisos y subo y bajo escaleras.

P. ¿Ve culebrones turcos?

R. Sí. ¿Usted también? Con la pandemia fue una salvación. Contaba las horas para empezar a ver la televisión. Veo una de 162 capítulos de lo más melodramática y previsible, pero estoy fascinada, son guapísimos todos, solo los malos, y no todos, son feos. Los ojos son preciosos.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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