Los niños buscadores, la otra cara de las desapariciones en México
Un informe cuenta las historias de menores de familias con desaparecidos, que participan en la búsqueda ante la inacción de las autoridades
Fernando tenía cinco años cuando participó en su primera búsqueda. Ahora tiene 10 y todavía se acuerda: “Mi tío me dijo que ahí estaba enterrada una persona y la desenterramos y sí, ahí estaba. Escarbamos con pico y pala. No pensé nada, solamente pensaba en la persona, que la habían enterrado y estaba amarrado y tenía tres balazos. [...] Lo torturaron muy feo. Pero ya no me espanto pues así, no me intriga”.
Este es uno de los testimonios recogidos en el informe Infancia Cuenta 2022: Niñez y desapariciones, realizado por la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), una coalición de 72 organizaciones civiles repartidas en 18 estados de la nación que opera desde 1995. El informe que presentaron el pasado 30 de agosto, Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, tiene dos partes. La primera se centra en los niños y adolescentes desaparecidos: hasta 1.896 personas menores de 17 años en 2021, según cifras oficiales. La mayoría de estos menores son mujeres (55%). Ocho de cada 10 son localizados con vida.
En el Estado de México, donde se registra la mayor tasa de desapariciones de todo el país (23,1%), está Soledad Salgado, titular de la Comisión de Búsqueda del Estado de México. Lleva décadas trabajando y estudiando el fenómeno, y asegura que “no hay una única causa” que lo explique, sino una lista de ellas que dificultan atajar el problema. Entre estas se encuentran la trata y la explotación sexual, el reclutamiento para delincuencia organizada, o factores internos como la violencia dentro del hogar. Entre 145.000 y 250.000 niños y niñas de todo el país están en riesgo de caer en estas redes, según la REDIM.
La segunda parte del informe muestra la otra cara de la moneda: la de los niños nacidos en familias que sobrellevan como pueden la desaparición de un hermano, un padre, un tío. Fernando forma parte de esas familias de “buscadores”, y rastrea los montes en busca de su tío Tomás Vergara, desaparecido en 2012. Desde pequeño creció oyendo hablar de “Tomy”, y de las búsquedas que realizaba su familia. Hasta que un día, con cinco años, les pidió ir con ellos. Ahora se ha vuelto un auténtico rastreador, y alerta al grupo cuando “ve basura o alguna situación atípica como un lugar sin plantas o el suelo de un color extraño”, cuenta el informe.
Muchas de estas familias se ven obligadas a buscar a sus seres queridos debido a la inacción de las autoridades encargadas de ese trabajo. En abril de este año, cuando se superó la cifra de 100.000 desaparecidos en México, el Consejo Ciudadano del Sistema Nacional de Búsqueda, formado por familiares de víctimas, especialistas en derechos humanos y representantes de organizaciones de la sociedad civil, se pronunció al respecto. “La impunidad que se percibe y los altos niveles de violencia e inseguridad generalizada que se viven en México ocasionan que el goce de los derechos fundamentales sea concebido más como una situación discursiva o teórica que como una tangible”, aseguró la organización.
Esta situación lleva a los familiares a realizar ellos mismos las tareas de investigación y rastreo, con el riesgo que eso conlleva. Hace dos días, medios locales del Estado de Sinaloa reportaron la muerte de Rosario Rodríguez Barraza. Fue secuestrada y asesinada al terminar una misa en honor a su hijo, desaparecido en 2019. Rodríguez, de 44 años, había continuado con la búsqueda ante la pasividad de las autoridades y pese a las amenazas recibidas en el pasado.
Tania Ramírez, directora de la REDIM, asegura que “la profunda desatención que en la actualidad tiene la crisis de desapariciones dejan el problema a las familias de las víctimas. Hoy las desapariciones y en particular la de niñas, niños y adolescentes sufren invisibilización, incluso estigma, y un silencio que ha embargado la vida ciudadana en México”.
El tío de Fernando, Mario Vergara, está orgulloso del pequeño. Asegura que tiene mucho entusiasmo y mucha maña con la tecnología. Tanta que hasta sabe volar un dron. “Tal vez”, dice Vergara, “al rato ya no le guste lo de la búsqueda, pero lleva ahí una semillita que puede crecer”.
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