Las exposiciones temporales vuelven al Museo Tamayo con tres reflexiones sobre la identidad
Las obras del mexicano Julio Galán, la estadounidense Nan Goldin y el suizo Ugo Rondinone se muestran en Ciudad de México desde este sábado
La piel de los visitantes pasa de verde a amarillo y de amarillo a rosado en el interior del Museo Tamayo. La luz que entra por los tragaluces del techo se filtra con los colores del arcoíris. Las paredes también cambian de color, el piso, las escaleras y los payasos inmóviles instalados en el patio central por el artista suizo Ugo Rondinone. Al cambiar de sala el ambiente recupera una tonalidad ordinaria. Allí se exponen más de 80 obras del pintor mexicano Julio Galán, rostros andróginos, seres fantásticos, laberintos. Más allá, en dos espacios ya oscuros, sin luz, se proyectan escenas de la vida de la estadounidense Nan Goldin. Son recuerdos de Boston o Nueva York en los años setenta y ochenta: drags, cuerpos desnudos, hombreras, cigarros. Con estas tres exposiciones que dialogan sobre la identidad, el género y la sexualidad vuelven las muestras temporales al Museo Tamayo.
La institución de arte moderno y contemporáneo retoma su programación el 4 de junio. Hasta ahora, las salas habían estado cerradas por la pandemia de la covid-19, primero, y por obras de remodelación, después, y en los últimos meses ocupadas por una exposición dedicada a los 40 años del museo.
Los tres artistas cuyas obras se exponen desde este sábado cruzan sus biografías en Nueva York. Nan Goldin, nacida en Washington hace 68 años, registra la escena drag y más tarde la crisis de opiáceos en la ciudad; Ugo Rondinone, amigo de la artista y diez años más joven que ella, habita actualmente allí, y Julio Galán, que tuvo una carrera breve porque murió en 2006 a los 47 años, conoció en la metrópoli a figuras como Andy Warhol o Jean-Michel Basquiat. Sus creaciones, sin embargo, retratan momentos históricos diferentes. “Es súper importante que las hayamos logrado hacer al mismo tiempo y que se establezca un diálogo”, destaca Magalí Arriola, directora del museo.
Las paredes del recinto cultural, ubicado al inicio del bosque de Chapultepec, están hechas de concreto con mármol triturado. El edificio, por fuera, es gris. Una construcción sobria a la que hoy, sin embargo, le asoma del techo un cartel con forma de arcoíris que anuncia: Love invents us, el amor nos inventa. Es lo primero de la exposición de Ugo Rondinone que ve el visitante. Por dentro la contrucción también es gris. Aunque ahora los filtros que forman parte de la intervención del artista iluminan el patio central con colores. El artista suizo ha usado el arcoíris, un símbolo reconocible y polivalente al que recurre en sus obras, para hablar de la imaginación. “Pero también de las luchas de las disidencias sexuales y las comunidades LGBTI”, señala Humberto Moro, curador de esta exposición.
Atravesados por las luces, en el patio central, hay 31 payasos con máscaras sobre el rostro y estética pop. Las figuras, de tamaño natural, representan acciones cotidianas que realiza una persona soltera en su casa en un día, como respirar, dormir, orinar, llorar, esperar. Esta obra de Rondinone se llama vocabulario de la soledad y, aunque fue creada en 2016, dispara nuevas reflexiones sobre el aislamiento tras la pandemia de la covid-19.
A pasos de allí, en dos cuartos oscuros, se proyectan las piezas The Other Side y Memory Lost de la estadounidense Nan Goldin. En la primera, se suceden imágenes que retratan a los amigos de la artista, protagonistas de la contracultura en Nueva York y en Boston de los años setenta y ochenta, creándose a sí mismos. El día, la noche, la juerga y la soledad de seres en los márgenes. Son algunas de las imágenes más tempranas de la artista, que usó la fotografía para retratar la intimidad y fue protagonista de la revolución sexual en esos años.
“Me preocupaba que los payasos convivieran con el drag”, cuenta la curadora Andrea Valencia, “que se entendiera el drag como una payasada, o como algo poco serio”. “Pero sales de la obra de Goldin y quizás puedes leer los payasos de formas distintas”, comenta. “Los payasos también son formas de expresar la identidad. Nan Goldin decía que vivía bajo un precepto de Oscar Wilde que, en pocas palabras, proponía: ‘Eres lo que pretendes ser’. Hay algo de cierto, tú puedes crear tu identidad, puedes crearla donde te sientas cómodo”, comenta Valencia, que también ha curado la otra parte de la muestra de Goldin, Memory Lost, un registro en parte personal de la crisis de opiáceos en Estados Unidos y una reflexión sobre la opacidad de la memoria bajo el uso de drogas.
La tercera exposición ocupa tres salas con cuadros del artista mexicano Julio Galán, que en el Monterrey de hace cuatro décadas empezó a pintar de forma autodidáctica escenas sobre el despertar sexual o la violencia de género. En Un conejo partido a la mitad, la muestra curada por Magalí Arriola, muchos de los lienzos contienen escenas cotidianas, ambientes laberínticos, niños solitarios o criaturas fantásticas que se trasladan de un cuadro a otro. En Niño en cama, de 1983, por ejemplo, un pequeño duerme arropado por la piel de un oso; sobre su cama, han quedado pastillas y las cenizas de un cigarro; debajo de su almohada, una cruz.
“Él y muchos otros de su generación no tenían las herramientas para manifestar el tipo de problemáticas de las que estaban hablando”, apunta Arriola. “Me interesaba revisar desde la perspectiva de los ochentas este tipo de temáticas, ver cómo se abordaban y volver a ponerlas en perspectiva”, añade. Sin embargo, la curadora apunta que “antes de tiempo” el artista mexicano “contribuyó a que este tipo de lenguajes pudieran volverse visibles”. En muchos casos, dice la experta, las obras son “puestas en escena de sí mismo”. Autorretratos en los que, por ejemplo, aparece como una cabeza que flota dentro de un corazón o tumbado en una cama larguísima. Arriola resume: “Es un lujo que hoy tengamos un museo para poner de manifiesto estos discursos y preocupaciones, que son urgentes”.
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