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“He escrito plagios de casi todos los escritores que admiro”

El autor e historiador mexicano publica ‘Plagio (Una novela)’, un retrato irónico del mundo de la cultura en México

El escritor y periodista Héctor Aguilar Camín  en su casa del barrio de San Miguel Chapultepec.
El escritor y periodista Héctor Aguilar Camín en su casa del barrio de San Miguel Chapultepec.Saul Ruiz

El lector sabrá casi todo del último libro de Héctor Aguilar Camín, Plagio (Una novela), en las primeras páginas. Incluso podrá leerlo en la contraportada: un hombre que acaba de ganar el premio más prestigioso de la literatura mexicana es denunciado por haber plagiado su última novela y una serie de artículos periodísticos; el farsante admite su delito y renuncia al premio y a su puesto como alto funcionario en la universidad; se entera pronto de que su esposa fue quien lo delató con el denunciante, la joven promesa de su generación con quien ella lo engaña; el precoz autor aparece muerto con 17 cuchilladas. Todo está ahí y sin embargo el lector va con cautela porque queda advertido de un juego: “Todo lo que aquí se cuenta es verdad, salvo los nombres propios, que también son falsos”.

Aguilar Camín (Chetumal, 74 años) construye en 133 páginas un relato cínico que retrata las dinámicas del poder en la cultura mexicana y la decadencia de un hombre que es parte de su élite. Un burócrata que da y recibe, que coloca a su antojo, que cena con mandatarios calvos y seduce a jóvenes debutantes. “La política cultural tiene los mismos vicios y virtudes que la política”, dice el autor, medalla Bellas Artes, a EL PAÍS por videoconferencia. El empresario editorial, en su tiempo cercano al expresidente Carlos Salinas de Gortari y actualmente uno de los intelectuales críticos con el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, reflexiona en esta novela sobre la creación literaria, la admiración, la envidia y los celos.

Pregunta. ¿Por qué escribió ‘Plagio’?

Respuesta. Lo empecé a escribir como un intento de fuga de la situación en que estaba entrando la vida pública mexicana, y de mí mismo. De pronto me pregunté qué pasaría si publicaba un libro escrito por mí, pero firmado por otro. Empecé a jugar con eso, auténticamente como un divertimento.

P. Finalmente, sí lo firma

R. Uno tiene que ser quien es. Hay que ser muy genial para inventar otro escritor.

P. En el primer capítulo, ya cuenta gran parte de lo que va pasar. ¿Cómo se planteó técnicamente mantener la intriga?

R. Es evidente que lo que importa de las historias es de qué se tratan. Pero lo fundamental es cómo están contadas. Puede uno saber de qué se trata La cartuja de Parma [de Stendhal], pero si no la lee nunca entrará en la verdadera experiencia de ese libro. Yo confié desde el principio en esto: no importa que la gente sepa adónde va, mejor que sepa. Eso me lleva a construir dentro de cada capítulo aventuras y sorpresas suficientes para que aun conociendo el desenlace la lectura tenga sentido por sí misma, por su propia vitalidad.

P. El plagiador es un personaje petulante, mujeriego, impune porque es un alto funcionario de la universidad. ¿Por qué lo construyó así?

R. No lo sé bien. Esto está en el contexto de un gran escándalo que hubo por lo menos en cierta parte de la lengua española respecto del plagio. Hubo grandes escándalos con un escritor peruano fantástico que yo admiro y quiero mucho, que es Alfredo Bryce Echenique, que apareció denunciado con toda claridad como un plagiario de artículos periodísticos. Hubo otro escándalo en México, respecto de un autor amigo mío, a quien también respeto y quiero mucho, que es Sealtiel Alatriste. También tenía una situación parecida a la del personaje de mi novela, pero Sealtiel escribió su propia novela.

Ahora… este personaje está mucho más cerca de ser un escritor que de ser un plagiario. Mejor dicho: está mucho más cerca de hacer lo que hacemos todos los escritores, que es escribir bajo la influencia de libros, pasajes, líneas que nos han marcado la vida. Él es un plagiario solo en un sentido técnico o formal porque copia profundamente, reescribe todas las historias.

P. Pero sí comete un delito

R. Naturalmente. Es un delito y él lo comete. Ahora, el plagio es un delito... ¿cómo decirlo? Si a mí me roban un argumento de un libro, yo sigo siendo el autor del libro. Si alguien se lleva mi coche, dejo de ser el dueño de mi coche. [El plagio] es un delito menor.

Hay un problema con este tema de la propiedad y la originalidad. Toda la tradición literaria es un largo río de influencias, copias, plagios, adaptaciones, inspiraciones... La originalidad pura es una fantasía. ¿Qué es lo que inyecta en un escritor el deseo de ser escritor? Pues lo mismo que inyecta en el plagiario las ganas de robar: la admiración por lo que escribe otro.

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P. ¿A quién admira hasta el punto de querer plagiar?

R. Yo he escrito voluntaria e involuntariamente plagios de casi todos los escritores que admiro. He estado bajo la influencia de todos y cada uno de los grandes escritores del mundo. De casi todos los autores estadounidenses, empezando por Faulkner, que es nuestro lugar común latinoamericano. También Scott Fitzgerald, Capote, y no se diga Hemingway. He estado bajo la influencia y he sido un plagiario voluntario de Cortázar, García Márquez, Stendhal, Balzac, Borges. Es imposible en el español que hablamos hoy no ser todos plagiarios de Borges o García Márquez. Porque modos, palabras, metáforas, imágenes, ambientes que ellos pusieron en el caudal de la lengua son ahora parte de la lengua.

P. En el libro hace un retrato del panorama cultural mexicano, con todos sus premios, sus becas, sus vínculos, los favores... ¿cómo ha sido el vínculo entre la cultura y la política en sus años como parte de ese mundo?

R. Igual que en todas partes. La política cultural es parte de la política. Tiene los mismos vicios y las mismas virtudes. La vida cultural es una vida llena de rencillas, pero como es la vida de los médicos también, y la vida de los futbolistas. Solo que es una comunidad que escribe, que cuenta sus pleitos, sus diferencias, sus agravios. Es una comunidad que parece más litigiosa, más envidiosa que otras. Es básicamente igual, solo que van quedando por escrito las grandes rivalidades de grandes escritores y de no tan grandes escritores también.

[En la novela] yo traté de mirar con el ojo irónico de un hombre que ha estado ahí, que ha manejado ese mundo, y ha sido defenestrado por ese mundo y que ahora, como en una especie de gozosa revancha cuenta todas las cosas que todo el mundo sabe que están ahí pero que nadie dice porque todos de alguna manera son parte del arreglo. Y nadie quiere quedar mal con alguien que puede resultar después con cierto poder cultural para favorecerlo

P. ¿Cómo ve la situación de los trabajadores del sector en México?

Están quitándoles presupuestos y opciones. Están destruyendo una buena tradición mexicana. El Estado ha invertido siempre mucho en la educación y la cultura, y eso es algo que lo hace cualitativamente distinto por lo menos en América Latina. Esa inversión del Estado en la cultura —desde luego que se ha sucedido el clientelismo cultural, las canonjías, el trasciego de influecias— tiene como resultado neto que en México hay una infraestructura cultural extraordinaria que se debe única y exclusivamente a los presupuestos que el Estado ha puesto ahí.

Si hubiéramos dejado que la sociedad mexicana o sus filántropos fueran los únicos que invirtieran en la cultura mexicana probablemente este país sería un páramo de una orquesta sinfónica, cuatro, cinco o diez museos y unas 15 o 20 universidades privadas. Sin la inversión del Estado, que este Gobierno está suspendiendo, México sería un páramo.

P. ¿Cómo ve de México de cara a las elecciones de 2021?

R. No. Yo escribí este libro para salirme del ambiente público de México. No quiero entrar a eso por este libro.

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