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Trump insiste en su esprint final en Pensilvania (y en cortejar al votante latino)

El republicano recorre en la última jornada de su campaña cuatro ciudades en tres Estados decisivos con parada en Reading, donde el 70% de la población es hispana, un grupo al que necesita para ganar

Donald Trump, durante su mitin de este lunes en el Santander Arena de Reading (Pensilvania).Foto: Andrew Kelly (REUTERS) | Vídeo: EPV
Iker Seisdedos
Reading (Pensilvania) -

Si hoy es lunes, esto debe de ser Pensilvania. O Carolina del Norte. O Míchigan. El candidato republicano diseñó para el último día de su extravagante campaña un viaje por cuatro ciudades repartidas por tres Estados, todos ellos decisivos en las elecciones presidenciales de este martes. En total, tenía previsto cubrir unos 1.800 kilómetros a bordo de su avión, el Trump Force One.

Empezó por la mañana, con un retraso de 50 minutos, en Raleigh, ciudad universitaria de Carolina del Norte, Estado al que ha dedicado una inusual cantidad de energía en los últimos días, como si temiera perderlo. El plan era terminar, al final fue de madrugada, con un acto en Grand Rapids (Míchigan), el lugar en el que despidió sus campañas de 2016 y 2020 y donde se estrenó sobre un escenario con su aspirante a la vicepresidencia, J. D. Vance, a los dos días del final de la Convención Nacional Republicana de Milwaukee y solo una semana después de sufrir el primero de los dos intentos de asesinato a los que ha sobrevivido durante esta campaña. La parte central del lunes la pasó en Pensilvania, con sendas apariciones en Reading y Pittsburgh, la segunda ciudad de un Estado que hace cuatro años prefirió a Joe Biden.

Tenía sentido: se trata del que más votos electorales aporta (19) de entre los siete bisagra y las últimas encuestas dan aquí un empate casi perfecto entre Trump y su oponente, la vicepresidenta demócratas Kamala Harris. En el caso de Reading, se añadía su interés por cortejar el voto latino, uno de los grandes temas (e incógnitas) de estas elecciones.

Arrancó con casi hora y media de retraso, y, con la voz algo ronca, ofreció uno de sus clásicos discursos erráticos, que en los últimos días han ganado en violencia. Atacó a Nancy Pelosi (“una desgracia”) y a la prensa (“fake news”) y pidió a los suyos que se movilizaran para votarle mañana. “El 5 de noviembre será el día de la liberación en Estados Unidos. Y en cuanto llegue [al Despacho Oval] lanzaré la mayor deportación de la historia de criminales migrantes: son como animales”.

“Salvar el país”

“Pensilvania construyó Estados Unidos y ahora va a salvar el país”, dijo, tras pintar una imagen apocalíptica de Estados Unidos al borde de la depresión económica, como viene haciendo en cada mitin. “He estado esperando esto cuatro años y solo falta un día”, añadió el candidato, que perdió en las urnas contra Joe Biden en las elecciones de 2020. Trump apareció en escena con decenas de mujeres detrás que sostenían carteles rosas en que se leía: “Las mujeres, con Trump”. El republicano es consciente de que el voto femenino puede frustrar su regreso a la Casa Blanca.

Trump, en Pittsburgh, este lunes, último día de la campaña.
Trump, en Pittsburgh, este lunes, último día de la campaña. Brian Snyder (REUTERS)

Reading es una ciudad que, como tantas otras en esta parte del país, vio tiempos mejores. Con unos 100.000 habitantes, es (con un 68,9%) la más latina de un Estado que cuenta con más de un millón de hispanos y casi medio millón de puertorriqueños. Y ahí está la explicación a no solo por qué Trump paró este lunes aquí para hablar ante miles de sus simpatizantes, que quedaron lejos de llenar el Santander Arena, donde juega el equipo de hockey local, sino el motivo por el que también su oponente, la demócrata Kamala Harris decidió añadir por sorpresa hacer una breve escala en Reading como parte de su particular tour de última hora: la vicepresidenta tenía previstas cinco ciudades, todas en Pensilvania.

Orgullosa de su pasado ferroviario y por ser el lugar donde inventaron esa mezcla de pan y galleta llamada pretzel, la culpa de que Reading se haya convertido por unas horas en algo así como el centro de la política mundial la tiene un chiste: el que soltó el cómico Tony Hinchcliffe hace un par de domingos en el Madison Square Garden de Nueva York. Ya saben, ese en el que comparó Puerto Rico con una “isla de basura flotante” en medio del océano.

Cuatro horas antes del inicio del evento de Trump aquí, centenares de personas estaba haciendo cola a las puertas del estadio, algunas, las primeras, desde el día anterior por la noche. En la fila había solo un puñado de latinos en una muchedumbre en la que predominaban las personas blancas y contaba con su ración habitual de extravagancias en un evento de este tipo, como ese hombre con una especie de roca con la forma de uno de esos cabezones de la Isla de Pascua al que le había pegado una mata de pelo naranja en honor al líder.

Un matrimonio formado por el ecuatoriano Edison Güiracocha y la salvadoreña Flor Pacheco, vecinos de Reading desde 2010, adujeron motivos económicos para votar por Trump. También ideológicos: “No nos gustan las ideas que los demócratas quieren meter a los niños en la cabeza. ¿Qué es eso de cambiar de sexo a los 10 años?”, se preguntaban.

Un poco más allá, tres amigos, Jay y Justin, hermanos de ascendencia puertorriqueña, y Kenny, dueño de origen indio de una tienda de ultramarinos orgulloso porque la web Politico había puesto esa mañana una foto de su negocio para ilustrar un reportaje sobre el posible trasvase de votos hispanos en Pensilvania hacia el candidato republicano, consideraron que no había nada ofensivo en el chiste sobre Puerto Rico: “Primero, no lo dijo él, y segundo, ese cómico se dedica a faltar al respeto a los demás, así que no sé por qué la gente se extraña”, dijo Kenny. “Yo estaba allí, en Nueva York”, explicó después Shawn DVS 7.0, un joven de ascendencia dominicana que se definió como “un rapero cristiano conservador”. “Cuando [el cómico] lo soltó, no mucha gente se rió, era un chiste malo, pero no ofensivo. Los hispanos han votado durante años demócrata porque son ellos los que les dieron todas las facilidades, pero eso está cambiando”.

“Aquel insulto a los puertorriqueños lo cambió todo y no solo entre esa comunidad, porque cuando insultan a uno, nos insultan a todos los hispanos”, advirtió al rato Johnny Cepeda-Freytiz, que se presenta a la reelección como representante estatal demócrata en el Capitolio de Harrisburg y que ha cedido a la campaña de Harris su restaurante, Mi Casa Su Casa. Está situado en la calle principal del centro, donde también tiene su cuartel general el Partido Republicano. “Hay dos motivos por los que un hispano puede decidir votar a Trump: porque le han lavado el cerebro para hacerle creer que él vendrá a resolver todos los problemas económicos y porque sufre un caso de amnesia y no recuerda las cosas que hizo cuando estaba en la Casa Blanca”. El aborto, admitió Cepeda-Freityz, tal vez también influya, pero solo entre quienes no entienden “el concepto de separación entre Iglesia y Estado”.

Los retrasos en el programa del expresidente continuaron durante el resto del día. La duda durante toda la jornada fue, no solo si ganará el martes, sino cómo pensaba cumplir con sus planes y, específicamente, cuándo saldría al escenario de Grand Rapids (una aparición prevista para las 22:30), en vista de la tendencia a ofrecer discursos largos e impredecibles. También de que, como dijo a sus seguidores el sábado por la noche en Greensboro (Carolina del Norte), no sabe hacerlo de otra manera. “Podría venir aquí, hablar 25 minutos e irme, pero no lo voy a hacer”, dijo a una masa de sus fieles, que soportó estoicamente un retraso de dos horas.

Además de por la gestión laxa de los horarios, la recta final de la campaña de Trump se ha caracterizado por una escalada en la retórica del candidato, que en el mitin de Greensboro del sábado pareció divertirse con el comentario misógino de un simpatizante, que dijo que Harris nunca trabajó en McDonald’s, pero si “en una esquina”, y el domingo bromeó en Lilitz (Pensilvania) con la idea de que si lo volvían a disparar y las balas tenían que pasar por el lugar por donde estaba colocada la prensa (fake news, la llamó) la idea no le “molestaría”.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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