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Joe Biden tilda a los asaltantes de “terroristas nacionales”

La asonada ofrece al presidente un recordatorio del país que le espera, pero también la esperanza de que su mensaje de unidad cuaje en una sociedad conmocionada

Biden se manifestó sobre la violencia en el Capitolio, este jueves desde Wilmington, en el Estado de Delaware. En vídeo, el presidente electo asegura que los ataques "no son una protesta", sino "una insurrección".Vídeo: FOTO Y REUTERS
Pablo Guimón

Amanecía un buen miércoles para Joe Biden, con la confirmación de que los demócratas tendrán el control del Senado tras las victorias en las dos segundas vueltas de las elecciones a la Cámara alta en Georgia celebradas el martes. Por la tarde, el Congreso se disponía a despejar el camino definitivamente a su presidencia al certificar, acaso con algún espectáculo menor de interesado servilismo a cargo de la claque habitual de aduladores, los resultados del Colegio Electoral.

En un nuevo signo del tono centrista y reconciliador que Biden quiere imprimir a su presidencia, anunciaba la elección para fiscal general del juez Merrick Garland, cuya nominación al Supremo fue bloqueada en 2016 por los republicanos. La opción de un jurista centrista como Garland no satisfizo al ala izquierda de los demócratas, pero supone toda una declaración de sus intenciones respecto a un Departamento de Justicia cuya reputación se ha visto arruinada por los manejos de Trump y William Barr.

Poco después del mediodía, sin embargo, la jornada se tornó súbitamente en un amargo recordatorio del país que espera a Joe Biden cuando llegue a la Casa Blanca dentro de dos semanas. Justo cuando el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, encarnación de la política entendida como ejercicio partidista, rechazaba con dureza la delirante ofensiva del presidente Trump por revertir el resultado electoral, brindando a Biden un prematuro refuerzo a su prometida intención de tender puentes entre los dos bandos, hordas de seguidores del presidente asaltaban el Congreso en un intento sin precedentes de interrumpir por la fuerza el curso de la democracia.

El mundo entero asistía conmocionado, en riguroso directo, a la escenificación del deterioro democrático de un país cuyo prestigio, mancillado por cuatro años de Trump, le corresponderá restaurar a un veterano político de 78 años, con exiguas mayorías en ambas Cámaras legislativas, en medio de una feroz crisis sanitaria y económica, y cuya presidencia es considerada ilegítima por cerca de la mitad del país.

La asonada, combinada con el lamentable silencio inicial de Trump desde el otro extremo de la avenida de Pensilvania, brindaba a Biden la oportunidad de probarse el traje de presidente 14 días antes de su investidura. En un mensaje a la nación, urgía al republicano a acudir a la televisión nacional de inmediato para “cumplir su juramento, defender la Constitución y exigir el fin de este sitio”. Habló de “insurrección”. Y volvió a insistir en un mensaje de unidad que sonaba a ciencia ficción por encima de las imágenes de legisladores tirados en el suelo del Capitolio y sometidos por hordas de lunáticos disfrazados de guerreros.

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Este jueves el veterano demócrata fue más allá y tildó a los asaltantes de “terroristas nacionales”, comparando incluso la reacción policial del miércoles con la que habría instrumentado si los manifestantes hubiesen sido partidarios del movimiento Black Lives Matter (BLM). La policía, dijo el presidente electo, “cometió un claro fallo a la hora de aplicar justicia con el mismo rasero (...) De haber sido miembros de BLM, habrían sido tratados de manera muy, muy diferente a la turba de maleantes que irrumpieron en el Capitolio”.

Las victorias en Georgia, de las que los demócratas salen con la mayoría en las dos Cámaras por primera vez en más de 10 años, ofrecen a Biden la oportunidad de tomar la iniciativa. Su equipo ya trabaja en propuestas para enviar al Congreso en las próximas semanas, empezando por un nuevo paquete de estímulo a la economía, que incluya un envío de cheques directos a los ciudadanos por valor de 2.000 dólares, más del triple de la cuantía aprobada hace apenas 10 días. También se están ultimando otras medidas, en energías limpias, infraestructuras, sanidad y educación, financiadas por subidas de impuestos a los más ricos, que envíen el mensaje de que la recuperación será más una transformación que una mera vuelta al statu quo.

En estos días vertiginosos, está por ver el efecto de la algarada del miércoles en los planes de Biden. Como siempre, el futuro presidente habrá de mirar a derecha e izquierda. El ala izquierdista del Partido Demócrata sale reforzada por los éxitos en Georgia, en la medida en que estos confirman cierta voluntad de reforma y eliminan las excusas para avanzar en una agenda progresista. Pero las imágenes del asalto al Capitolio les mostraron también las orejas del lobo.

A mano derecha, el amargo espectáculo fue la constatación de hasta qué punto considera ilegítima la presidencia de Biden buena parte del país. El 45% de los votantes republicanos, según una encuesta de YouGov, aprueba el asalto al Congreso (frente al 43% que lo rechaza). “Las escenas de caos en el corazón del Capitolio no reflejan los verdaderos Estados Unidos”, dijo Biden su discurso. Pero sí constituyen una parte del país numéricamente importante, cuya fuerza quedó demostrada el miércoles.

Muchos congresistas republicanos, particularmente algunos radicales que se sientan ahora en la Cámara baja, pero también unos cuantos senadores empeñados en demostrar que les mueve más el interés personal que el general, saben que es de esos extremistas de quienes dependen sus escaños. La exhibición de fuerza de sus bases puede disuadir a esos legisladores de transitar por los puentes que Biden asegura que quiere tender. Pero también es posible que el dantesco espectáculo provoque una reacción de unidad que conceda al nuevo presidente una tregua para avanzar en una agenda legislativa en la que se acumulan las medidas urgentes. Todo dependerá de la digestión que representantes y representados realicen de las imágenes del chamán cornudo y compañía.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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