Julio Villanueva Chang: “Leer y escribir es aprender a estar solos”
El escritor y editor peruano, que acaba de publicar las crónicas de su juventud, defiende que llegar tarde puede ser una virtud cuando se trata de escribir
Julio Villanueva Chang no suele dar entrevistas porque considera que la mayoría de las veces resultan ser un malentendido, y una parte de este malentendido lo produce el mismo entrevistado, que casi siempre acaba diciendo lo que no ha querido decir, un detalle que siempre se descubre al día siguiente. Con esta reflexión metafísica iniciamos una entrevista que, como poco, resulta peculiar. Chang se sienta en una mesa alargada de madera, decorada en el centro con petunias, y abre su ordenador color plata. El entrevistador se acomoda a un metro de él, abre el suyo y le envía las preguntas, una a una, por el chat de Facebook. El entrevistado responde a su ritmo, sin prisas. Chang ―peruano, 55 años, capricornio, escritor, editor, soltero, místico, futbolero― dirigió durante 11 años Etiqueta Negra, una revista de reportajes y ensayos considerada hoy día un objeto de culto ―es difícil de conseguir―. Chang suele vestir de negro, como un músico clásico, y hoy no es una excepción. Visto de cerca, es alto y la verdad es que tiene un pelo envidiable. Ha vuelto a publicar Mariposas y Murciélagos (Tusquets, 2022), un libro de crónicas que escribió en su juventud, durante una etapa que denomina su pleistoceno. Ryszard Kapuscinski dijo de su revista: “Etiqueta Negra tiene un nivel artístico altísimo y admiro el esfuerzo que ponéis en editarla” Cuando acabe de contestar las preguntas, dirá resignado: “Me gustaría enmendar todo, pero ya no hay tiempo”.
Pregunta. No le gustan las entrevistas y la primera pregunta que le envié para esta entrevista me la devolvió reformulada. ¿No será usted un poco quisquilloso?
Respuesta. Una entrevista es con frecuencia la producción de un malentendido. No es casual que la frase “tenemos que hablar” anticipe una tormenta. Nuestra naturaleza es hablar demasiado. Y la mayoría de las veces decimos lo que no queremos decir. Mi intención de decir no se corresponde con lo que llego a decir. A menudo una entrevista son dos personas empobreciendo una experiencia. Pero, como la vida es contradicción e ironía, y, felizmente, también tontería, risa y ligereza, a mí también me gusta leer entrevistas y de vez en cuando hacerlas.
P. Usted fue reportero de El Comercio. Un día descubrió a Werner Herzog en el archivo del periódico, sin que nadie supiera que estaba allí, y ese fue el principio de uno de sus perfiles más conocidos.
R. Fue como entrar a un cinema con la película empezada y tropezar con Herzog allí, como un extra de cine mudo, filmando a Julianne Koepcke, la única sobreviviente de un accidente de avión, mientras ella hojeaba periódicos viejos de su rescate como quien se enterara de que estaba viva. Una de esas situaciones asombrosas que nos concede el oficio de cronista, un intruso que llega tarde a los acontecimientos con la ilusión de que en un rato más los podrá entender.
P. Viajó por medio mundo para proponerles que escribieran para usted a Jon Lee Anderson, Susan Orlean, Alma Guillermoprieto, Martín Caparros, Joaquín Sabina, Larissa MacFarquhar. ¿Cómo les convencía para que escribieran en una revista desconocida?
R. No existe una escuela que nos enseñe a dar las gracias como se debe. Quizás esta sea otra oportunidad: Etiqueta Negra fue un fenómeno de generosidad. Sería bonito gastarse un viaje por el mundo solo para ir a dar las gracias, pero desde luego habría que empezar por casa. Fue un exceso de fortuna que no acabaremos de agradecer. Había que devolver eso con una mística del trabajo, una aventura del ensayo-error, una celebración de la conversación, y seguimos en deuda.
P. François Fogel lo llamó monje de la edición. ¿Cuál es el mayor tiempo que ha invertido en la edición de un reportaje?
R. Hay reportajes que exigen aprender a esperar. Esperar a que alguien decida hablar. Esperar a que suceda lo improbable. Estar atento al azar. Nuestro tiempo no es el calendario, sino el que dedicamos con intensidad a hurgar los detalles de una historia. Durante dos meses, Leonardo Faccio, quien escribió un gran perfil sobre Messi, llamó todos los días a un número de teléfono que marcaba tres veces al día. Dos meses después, le contestó una mujer: creía que era la mamá de Messi, pero le había respondido la hermana del futbolista. La mamá jamás le hubiera contestado. Fue el azar de que se le hubiera estropeado el móvil a su hija y que ella le haya prestado el suyo. Hubo un reportero atento a ese azar, un eufemismo para nombrar la persistencia. Esa persistencia tenía el nombre Leonardo Faccio. Pertenece a una escasa comunidad de reporteros y reporteras que cree en la intensidad de aguardar lo improbable. En la paciencia de la excavación para abrir otras puertas.
P. ¿Cómo se narra a una persona?
R. Narrar es más sencillo que conocer. La narración está sobrevalorada. Es insuficiente para transmitir una experiencia. Cuando pregunto cómo se narra a una persona, es porque deseo discutir la necesidad del ensayo para explicar un acontecimiento. Lo que más me fascina de ciertas historias de corrupción no son tanto los hechos, que por supuesto hay que reconstruirlos, sino el carácter esotérico de la ambición y el poder, que no se pueden reducir a la interpretación de los hechos ni a declaraciones en una serie de encuentros con personas. Más que del instinto narrativo, me apetece conversar sobre la dificultad de explicar y transmitir una experiencia. Por ejemplo, pocos han ensayado una explicación sobre cómo las motos han alterado nuestra vida en la ciudad, desde la alimentación y el sentido del tiempo, hasta el sicariato y el robo. Hay un antecedente de reportaje ejemplar: Hunter Thompson en Los Ángeles del infierno.
P. Usted da talleres. ¿Se puede aprender a escribir?
R. Leer y escribir es aprender a estar solos. Pero también es una conversación silenciosa en la que leer es más decisivo que escribir. Hay algo de instinto, de gracia, de don en escribir, pero a la vez se trata de un oficio que oscila entre la reescritura ensimismada y el trabajo reservado con un editor. Editar es un verbo escaso en la tradición hispanoamericana, en la que firmar un contrato editorial consiste más en vender una historia que en discutirla. Asistir a un taller de escritura es una aventura breve sobre la mirada, la materia y el oficio. Tras haber asistido a unos talleres, es probable que podamos aprender a descifrar un sentido, incluso un estilo. Por desgracia, el salto de leer a escribir no sucede por ósmosis.
P. ¿Por qué tarda tanto en escribir? ¿Qué le bloquea?
R. Llegar tarde también puede ser una virtud. No a una sala de urgencias, pero cuando se trata de escribir, me gusta más reescribir y aprender a esperar.
P. ¿Se puede escribir bien en un estado de enamoramiento?
R. Me explicaré con un ejemplo deportivo: casi siempre las historias que se publican inmediatamente después de una final de un campeonato del mundo, entiéndase de fútbol, están muy por debajo de la experiencia estética o guerrera de la que acabamos de ser testigos. Suelen acabar siendo una organización de interjecciones, de metáforas elementales, de redundancias. Se entiende: es un tiempo de euforia sobre un acontecimiento, y lo más normal es que la estridencia asfixie a la revelación. Estar enamorado de verdad, un acontecimiento eufórico, nos extirpa las palabras más justas, nos acerca al tartamudeo y la afasia, nos delata en un estado de bonita idiotez. No exageraba Vallejo cuando decía que un médico afirmaba que para fruncir el entrecejo se necesitaba poner en juego sesenta y cuatro músculos mientras que para reír eran suficientes trece. “El dolor es, por consiguiente, más deportivo que la alegría”, sentencia Vallejo. El deporte de escribir va también por allí.
P. ¿Cómo se lleva con la idea de la muerte?
R. Me acuerdo de ella cuando me cuesta levantarme de la cama.
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