Los evacuados tardaron casi tres días en recorrer los 220 kilómetros que unen Mariupol y Zaporiyia, en el sur de Ucrania, que en condiciones normales se realizan en menos de cuatro horas. Incluso tuvieron que cambiar el trayecto. “Fue una operación extremadamente complicada”, aseguró sobre el terreno una portavoz de Naciones Unidas. En la imagen, una niña en el centro de recepción de evacuados en Zaporiyia.Albert GarciaLa ONU confirmó que solo 101 personas, incluidos niños y ancianos, pudieron ser evacuadas de la acería de Azovstal. En la imagen, mujeres en el centro de registro para desplazados instalado en Zaporiyia. UESLEI MARCELINO (REUTERS)Uno de los evacuados de la acería de Azovstal, tras su llegada al centro de asistencia en Zaporiyia. En la planta quedan aún cerca de 200 civiles, que se refugiaron ahí hace dos meses huyendo del asedio ruso a la ciudad de Mariupol.UESLEI MARCELINO (Reuters)Después de dos meses refugiados en los túneles de la acería, sin apenas alimentos, los civiles que han logrado salir de la planta de Azovstal comen tras llegar al centro para desplazados en Zaporiyia. Evgeniy Maloletka (AP)Los 101 civiles evacuados han llegado tras un viaje de casi tres días, después de lograr salir de los búnkeres y túneles de la planta metalúrgica de Azovstal. Francisco SecoUna de las mujeres evacuadas, en el centro de acogida de Zaporiyia. El grupo de civiles ha podido salir de Mariupol gracias a la evacuación organizada por la ONU y Cruz Roja. UESLEI MARCELINO (Reuters)Una mujer evacuada de la acería de Azovstal habla por teléfono a su llegada al centro de refugiados de Zaporiyia.Evgeniy MaloletkaLa situación física y psicológica de los rescatados, que estuvieron dos meses bajo la acería y sin ver la luz del sol, es frágil.Albert Garcia (EL PAÍS)El viaje, que en situaciones normales no habría llevado más de cuatro horas, ha durado casi tres días, atravesando los puntos de control rusos en territorios ocupados, en los que los militares registraban los autobuses blancos y a las personas evacuadas, les obligaban a bajar, estudiaban su documentación y sus huellas y a veces les sometían a interrogatorios. Albert Garcia (EL PAÍS)
