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¡Atención al maquinista!

Los rusos desconfían cada vez más de sus dirigentes

Pilar Bonet

En la Unión Soviética eran populares los chistes que comparaban a los dirigentes del Estado con los maquinistas de un tren a bordo del cual viajaban los ciudadanos como pasajeros. En la Rusia de hoy, el maquinista y su tripulación conducen el convoy por un terreno cada vez más pantanoso.

Este tren tal vez pueda circular bastante tiempo por ese terreno inestable, pero los pasajeros, confiados y entusiastas hasta hace poco, comienzan a dudar sobre la profesionalidad del maquinista y su equipo.Algunos piden que el convoy retome un camino más firme y vuelva a deslizarse por una vía homologada internacionalmente.

La desconfianza va en aumento. La subida de la edad de jubilación ha enfrentado a los pasajeros con una cruda realidad: Por su incompetencia para reformar a fondo el sistema y porque necesitan dinero extra para su política militarista, los líderes de un Estado tan rico y con tantos recursos como Rusia no pueden garantizar pensiones dignas a sus ciudadanos.

Ante el presidente Vladímir Putin se acumulan los conflictos con potencial desestabilizador y aumentan los analistas que atribuyen la acumulación de problemas a la primacía del amiguismo y la lealtad personal sobre la competencia profesional. Este juicio afecta también a los servicios secretos rusos, convertidos en hazmerreír en los medios de comunicación, por la chapucera narrativa sobre el viaje al Reino Unido de los agentes que atentaron supuestamente contra el ex espía doble, Serguéi Skripal.

Las relaciones con Ucrania y la situación en las autodenominadas "repúblicas populares" de Donetsk y Lugansk ( RPD y RPL, los territorios controlados por separatistas prorusos), son el capítulo más dramático en la agenda de problemas pendientes, y no solo porque hay más de 10.000 muertos y el reguero de víctimas continúa, sino porque millones de personas (entre 1,5 y 3 millones según diversas estimaciones) están a merced de clanes que compiten sin miramientos por los recursos locales y los que les llegan de Rusia.

Tras el asesinato el pasado agosto de Alexandr Zajárchenko, el líder dela RPD, los líderes insurgentes luchan por sustituirlo. Ciudadanos de Ucrania que en 2014 se sintieron “rusos” y se ilusionaron con la perspectiva de construir una mítica “Novorossia” vinculada a Moscú han enmudecido y en privado recurren a una elocuente palabra rusa de cuatro letras (que designa una parte del cuerpo) para expresar cómo ven el futuro y su sensación de haber sido instrumentalizados. Para mayor humillación de los entusiastas de 2014, la elección de un sucesor para Zajárchenko el próximo noviembre se perfila directa y abiertamente como una farsa. Rusia quiere a administradores dóciles, y no a contestones o imprevisibles, al frente de las “repúblicas populares” y los “tutores” pertinentes de Moscú han ayudado a despejar el terreno en beneficio del favorito, que en el pasado fue representante en Donetsk de la primera gran pirámide financiera de la Rusia poscomunista. Al margen de juicios morales, en la apuesta de Moscú pueden encontrarse aspectos colaterales positivos, como apartar de la escena al candidato más fanático y salvar la vida al de mayor capacidad intelectual.

La ruptura entre los cristianos ortodoxos de Ucrania y de Rusia plantea también problemas a Putin, que, en 2014, se negó a ver la línea divisoria que el fín de la URSS trazó entre el cuerpo del Estado ruso y el de Ucrania. El patriarcado ecuménico de Constantinopla ("primus inter pares" en la comunidad de iglesias ortodoxas) anuló el 11 de octubre la decisión de 1686 por la que la iglesia ortodoxa de Kiev fue subordinada a la iglesia ortodoxa rusa de Moscú. Al día siguiente, Putin presidió una reunión del Consejo de Seguridad de Rusia en la que se trató sobre esta decisión que el líder de Ucrania Petró Poroshenko, con la vista puesta en las elecciones presidenciales de 2019, ha calificado como la “caída de la tercera Roma”.

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Los problemas se acumulan en el Cáucaso ruso, donde los habitantes de la república de Ingushetia no quieren someterse al expansionista Ramzán Kadírov, el dirigente de la vecina Chechenia. Consentido por Moscú, Kadírov ha reivindicado y obtenido un territorio perteneciente a Ingushetia. Ingushes y chechenos son considerados pueblos hermanos (ambos pertenecen al grupo de los “vainajos”), pero el conflicto parece estar afianzando la identidad particular de los primeros en relación a los segundos. Salvando las distancias, el proceso de “reidentificación” evoca el que se ha producido en Ucrania en relación a Rusia.

El desencanto se refleja en los sondeos. Según una encuesta del centro Levada, el índice de confianza en Putin entre sus conciudadanos ha descendido de 59% en noviembre de2017 a 39% en septiembre de 2018, mientras el del ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, pasó de 23% a 15% y el del titular de Exteriores, Serguéi Lavrov, de 19% a 10%. El jefe del Gobierno, Dmitri Medvédev, se mantiene estable en torno al 10%. En el mismo periodo el índice de desconfianza en Putin ha aumentado de 7% a 13%.

Pese a la propaganda que domina los canales de televisión, en Rusia no han desaparecido las personas que ven más allá de la fortaleza asediada en la que sus dirigentes las recluyen.

“Me pregunto qué debemos enseñar a los niños para que sean patriotas no solo de nuestro país, sino de todo el mundo y del universo”.Estas palabras se la oyó esta corresponsal a un distinguido cosmonauta el pasado viernes en un auditorio formado sobre todo por colegas, científicos e ingenieros vinculados con el espacio. En los años ochenta al final del periodo conocido como el “inmovilismo”, existían anhelos semejantes. Los expresaban funcionarios deseosos de cambios, que vivían enquistados en una administración anquilosada. Con la llegada a la cúspide del poder de Mijaíl Gorbachov y su equipo en 1985, los anhelos cristalizaron en la “perestroika” y en una concepción del mundo como “casa común” de la humanidad.

Los amantes de las extrapolaciones y juegos históricos se preguntan con qué fase del “inmovilismo” podría compararse la Rusia actual y tratan de adivinar si habrá otra “perestroika”, quién podría iniciarla y qué papel jugarán en ella, si es que alguno, los reductos de sentido común y responsabilidad por el planeta que existen aún en el país--no como células revolucionarias--, sino como elementos portadores de vida en un tejido cada vez más deteriorado.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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