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Astérix frente al islam

Lluís Bassets

Casi siete siglos separan a Vercingétorix, que combatió a Julio César, y a Mahoma, que fundó una de las mayores religiones de la historia. La imaginación de Uderzo y Goscigny —los inventores de la derivación humorística de la peripecia de aquel caudillo galo que son las aventuras de Astérix— difícilmente podía enfrentar al pequeño jefe de la legendaria aldea de las Galias del siglo I a.C. con los invasores musulmanes a mitad del siglo VIII. Recuerden: "Estamos en el año 50 a.C. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor..."

Lo que no hicieron el dibujante y el guionista de una de los comics más famosos del género lo ha hecho ahora el ex presidente francés Nicolas Sarkozy, en su campaña para las primarias de las que saldrá el candidato de la derecha francesa a la presidencia de la República, con una frase que pasará a los libros de citas: "A partir del momento en que te conviertes en francés, tus ancestros son los galos".


"Nos ancêtres les gaulois" es una frase de profundas resonancias en la memoria francesa. Los escolares de las colonias africanas estudiaron en libros de texto donde se les enseñaba que sus antecesores eran los galos, en un ejemplo de fabricación del pasado nacional y de imposición de una identidad ajena. Ciertamente, todas las historias nacionales reinventan el pasado en forma de orígenes milenarios, pérdida de libertades y constituciones que nunca existieron e incluso fundaciones a cargo de personajes legendarios. Sarkozy lo sabe perfectamente pero ha querido transmitir un mensaje posmoderno: ser francés quiere decir aceptar la invención de este pasado. No es parte de una realidad sino de un relato nacional compartido que deben aceptar a gusto quienes aspiren a adquirir la nacionalidad. "No vamos a contentarnos con una integración que ya no funciona, exigiremos la asimilación", dijo en el mismo discurso.

La idea de Sarkozy está en sintonía con el repliegue identitario que se está produciendo en todo el mundo. El Brexit, la pujanza de los populismos xenófobos en Europa, el retorno del nacionalismo imperial ruso de Putin, la América que quiere volver a ser grande de Donald Trump, todo pertenece al mismo impulso de defensa identitaria frente a una supuesta agresión exterior. No es la ciudadanía, hecha de derechos y deberes, la que actúa de cemento nacional, sino la idea de un pasado común fabricada a lo largo de los años.

La nariz política de Sarkozy le dice que este es el territorio en el que puede intentar el regreso a la presidencia, después del fracaso que significó su derrota de 2012 frente a François Hollande. Como caudillo de la derecha, ávido de votos de extrema derecha en competencia con Martine Le Pen. Al igual que Zelig, el personaje camaleón de Woody Allen, Sarkozy fue el americano con los atentados del 11 S, el liberal antitestatista con su primera campaña presidencial, el reformador del capitalismo con la crisis de Wall Street, el guerrero del intervencionismo humanitario frente a Gadafi, el apóstol del rigor europeo cuando se convirtió en parte de Merkozy y ahora Asterix, el irreductible caudillo galo que se resiste al invasor.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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