La última gota de oxígeno
La revolución bolivariana de Chávez insinúa una dolorosa regresión militarista
Nicolás Maduro naufraga en una tormenta económica y social. Su Gobierno ingresó en la fase más autoritaria. Y, en consecuencia, en la de mayor aislamiento internacional. Que el régimen no reúne las condiciones de una democracia fue denunciado por intelectuales y políticos. Pero ahora son otros Estados, y organismos multilaterales, los que caracterizan al chavismo como una dictadura. En la agonía de la ilegitimidad, Maduro apela a una quimérica mediación. Apuesta un milagro. Porque la oposición pide lo que él no está dispuesto a negociar: su salida.
Durante el fin de semana, representantes del Gobierno y de la oposición mantuvieron entrevistas misteriosas, en República Dominicana, con tres expresidentes que ensayan una solución: el español José Luis Rodríguez Zapatero, el dominicano Leonel Fernández, y el panameño Martín Torrijos. Los auspicia el colombiano Ernesto Samper, secretario general de la Unasur.
Maduro recurrió a estas tratativas al advertir la dramática desconexión internacional que siguió a su declaración del estado de excepción, el 13 de mayo pasado. Esa cláusula, inspirada en Carl Schmitt, suspende las garantías constitucionales.
El viernes 20, las cancillerías de Argentina, Chile y Uruguay urgieron al diálogo político. Querían evitar lo que enseguida sobrevino: el ministro de Relaciones Exteriores paraguayo, Eladio Loizaga, solicitó una reunión del Mercosur para suspender a Venezuela por violar la cláusula democrática del bloque.
El Gobierno de Paraguay devuelve viejas gentilezas: cuando el Congreso, en 2012, destituyó a Fernando Lugo, Maduro tuvo referencias insultantes hacia el nuevo Gobierno. Los diputados que removieron a Lugo eran los mismos que no permitían a Venezuela ingresar al Mercosur. Maduro lo logró al conseguir la suspensión de Paraguay. Es lo que pide hoy Paraguay para Venezuela.
La solicitud encuentra al chavismo sin padrinos. Antes de vencer al kirchnerismo, Mauricio Macri pidió expulsar del bloque a Venezuela. El Gobierno del PT, que fue el principal padrino de Maduro, ha sido desplazado. Se entiende, entonces, que Caracas haya denunciado un golpe de Michel Temer contra Dilma Rousseff. Uruguay también tomó distancia. Maduro se enemistó con José Mujica, quien le diagnosticó estar “más loco que una cabra”. Quien fuera canciller de Mujica, Luis Almagro, es el secretario general de la OEA. Desde allí pretende declarar que el régimen venezolano ya no es una democracia.
Maduro no pudo aprovechar la red que le ofreció la Iglesia. El secretario de Relaciones con los Estados del Vaticano, Paul Gallagher, suspendió su visita a Caracas, prevista para el fin de semana pasado, por los enfrentamientos del Gobierno con los obispos del país. El chavismo prohibió la actividad de Caritas, y casi la interviene.
Cercado, Maduro recurrió a algunos amigos buscando la gota de oxígeno de una mediación. Rodríguez Zapatero, Fernández y Torrijos ya le habían auxiliado cuando forzó la anulación de la ley de amnistía aprobada por la Asamblea Nacional. El presidente les invitó a integrar, como alternativa, una Comisión de la Verdad. Los tres exmandatarios intentan salvar a Maduro con una negociación, en el marco ofrecido por Samper desde Unasur. El viernes pasado Samper peregrinó a Roma, para buscar la bendición del Papa. El colombiano tiene, como Francisco, un corazón bolivariano. Se advirtió cuando también denunció un golpe opositor contra Rousseff.
Zapatero terminó de convertir a la crisis venezolana en un insumo de la disputa de poder que hay en España. Albert Rivera, de Ciudadanos, lamentó desde Caracas que, a diferencia de Felipe González, Zapatero no condene al chavismo. Y Mariano Rajoy descalificó a Rivera por haber descubierto Venezuela gracias a una campaña electoral. Todos crucifican a los inmaculados dirigentes de Podemos, que asesoraron a Chávez y se financiaron gracias a él.
Zapatero recibió, a través de John Kerry, el saludo y el aval del Gobierno norteamericano. Un detalle: Kerry se comunicó con Zapatero, no con Samper. Barack Obama sueña retirarse con una región pacificada por el reencuentro con Cuba y el inminente acuerdo colombiano con las FARC. La inestabilidad venezolana amenaza este proceso.
Los nuevos mediadores apuestan a un milagro. La oposición de la Mesa de Unidad Democrática, cuyos representantes aún no se vieron la cara con los del Gobierno, exige la liberación de presos políticos y un plebiscito para revocar el mandato de Maduro.
La polarización alienta el pesimismo. Y reaviva el fantasma militar. Frente a cualquier curso de acción, los principales observadores privilegian un factor: la unidad de las fuerzas armadas. Todos miran al único que, se sospecha, puede garantizarla: el actual ministro de Defensa Vladimir Padrino López. Si el Ejército se fractura, la tormenta sería impredecible.
En un exabrupto del que se arrepintió, el colombiano Álvaro Uribe aconsejó que una fuerza internacional proteja a la oposición venezolana. Le contestó Henrique Capriles, uno de los líderes de esa oposición. Su propuesta fue también inesperada: “Que sean los soldados de Venezuela quienes permitan que el pueblo derrumbe la tiranía sin necesidad de una fuerza internacional”. La revolución bolivariana, modelada por el comandante Chávez, insinúa una dolorosa regresión militarista.
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