No olvidemos el Rana Plaza
El periodismo es cruel. No por lo que dice sino por lo que calla. Por lo que deja en el tintero de la desmemoria y de la dejadez. Por los rastros perdidos que abandona. Acabo de leer una crónica firmada por Syed Zain Al-Mahmood, corresponsal en Bangladesh para el Wall Street Journal, periódico tan admirable por su excelente información como a veces detestable por el doctrinarismo ultraliberal de sus editoriales y artículos. Es esclarecedor lo que cuenta sobre el salario mínimo en el sector textil bangladesí, de donde salen muchas de las prendas que vestimos todos nosotros.
Los sindicatos piden un salario mínimo de 8.000 takas al mes, equivalente a 80 euros, más del doble de los 30 euros actuales y muy por encima de los 53 que recomienza una comisión nombrada por el Gobierno y a la que se opone la patronal, que ofrece solo 45. Según una evaluación recogida por el periodista, solo 30 céntimos de los 5 euros del precio de venta de una pieza son para la mano de obra, de forma que el incremento del 80 por ciento que proponen ahora los sindicatos significaría un aumento del precio final en 24 céntimos.
Estos combates sindicales por unos salarios de miseria son el rastro perdido que me conduce a recordar la tragedia del Rana Plaza, un edificio que albergaba cinco talleres de confección y que se hundió entero el pasado abril con 5.000 trabajadores dentro. En el artículo que escribí a los pocos días consigné el hallazgo de 390 cadáveres y la previsión de 800 muertos calculada por las autoridades. La cifra final, tras largas labores de rescate, fue de 1.127 muertos y alrededor de 2.000 heridos y mutilados. Hubo reacción ante la tragedia.
Más de 100 compañías multinacionales firmaron un acuerdo para someter a inspección todos los edificios que albergan los talleres y evitar así los frecuentes incendios y hundimientos. También accedieron a dar mayores márgenes de control a los sindicatos. Algunas empresas, como la irlandesa Primark, acordaron el pago de indemnizaciones. Están pendientes de juicio una veintena de responsables, entre los que destaca Sohel Rana, propietario del edificio y cacique local de la Liga Awami, el partido del Gobierno.
Todos estos acuerdos, indemnizaciones y responsabilidades, junto a los salarios ínfimos del textil bangladesí, merecen el seguimiento y la vigilancia de los medios de comunicación de los países donde se venden las prendas allí fabricadas.
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