El Kremlin, a la zaga
La vida política rusa se acelera por días. En Moscú, el mitin del 24 de diciembre contra el fraude en las recientes elecciones legislativas ha concentrado a más decenas de miles de ciudadanos que la protesta anterior, el 10 de diciembre.
Los rusos indignados insisten en el cese de jefe de la Comisión Electoral Central (CEC), Vladímir Chúrov, alias “el mago”, y la celebración de nuevos comicios, y, de seguir la propuesta del escritor Vladímir Akunin, dedicarán la pausa de la Navidad ortodoxa (que se prolonga hasta la segunda década de enero) a reflexionar sobre posibles fórmulas para enviar a Vladímir Putin a la jubilación. Además, estas gentes variopintas que forman la Rusia actual planean organizarse como asociación de electores con el objetivo común de controlar las irregularidades en todos los comicios del país.
El Kremlin oye las protestas con creciente alarma, pero ni dialoga con los ciudadanos ni cede en los puntos esenciales para Vladímir Putin y los “altos cargos-oligarcas” a él asociados. Y lo esencial para esta casta preocupada por su futuro y el futuro de los consejos de administración donde prosperan sus hijos es proteger,-- blindar incluso—el diseño de la campaña que, según lo previsto, ha de culminar el 4 de marzo con la reelección de Putin como presidente hasta 2018.A lo sumo, parece que está dispuesto a admitir una segunda vuelta electoral (en lugar de un éxito apabullante en primera vuelta), donde se vuelva a plantear, como en tiempos de Boris Yeltsin, la dicotomía entre el candidato en el poder y una alternativa difícil de aceptar para el sector liberal del electorado (el comunista Ziugánov o el populista Zhirinovski).
Tal como están las cosas, para el Kremlin las presidenciales de marzo son sagradas, mientras todo lo demás es negociable, si contribuye a aplacar a la sociedad reivindicativa. De ahí, que el presidente saliente, Dmitri Medvédev, en su último mensaje a la nación prometiera una reforma política y, con ese efecto, enviara ya dos proyectos de ley a la Duma, el viernes por la noche en vísperas del último mitin.
Una de las leyes liberaliza el procedimiento de registro de partidos, que había sido endurecido tras la llegada de Putin al poder en 2000, y la otra, simplifica los requisitos para participar en las elecciones (parlamentarias, municipales, regionales y presidenciales). Según el primer proyecto de ley, desde el primero de enero de 2013 para legalizar un partido bastará un mínimo de 500 afiliados en un territorio de no menos del 50% de las regiones de Rusia (de las 83 que tiene en total). En la actualidad, para registrar un partido se necesitan 45.000 afiliados con secciones de un mínimo de 450 personas en un 50% de las regiones del país y 200 afiliados como mínimo en cada una de las regiones restantes.
El segundo proyecto de ley permitirá a los partidos sin representación en la Duma Estatal participar en elecciones parlamentarias sin las 150.000 firmas que actualmente se les exige. También facilitará la competición por la presidencia a los candidatos de partidos sin representación en el parlamento federal, que hoy necesitan dos millones de firmas para presentarse a las presidenciales. Con la nueva legislación, estos candidatos necesitarán 100.000 firmas para aspirar a la jefatura del Estado, mientras que quienes lo hacen en nombre propio, requerirán 300.000 firmas.
La nueva legislación de partidos políticos comenzaría a emplearse para registrar nuevas formaciones cuando el documento haya sido aprobado por la Duma Federal y el Consejo de la Federación y firmado por el presidente, cosa que su jefa de prensa, Natalia Timakova, prometió para el “futuro próximo”. En cambio, la liberalización de las elecciones presidenciales se introduciría en 2018.
Sin embargo, la calle y los representantes de los partidos políticos no legalizados están pidiendo ya otra cosa, en concreto que la Duma Estatal surgida de las elecciones de diciembre, se limite a ser un órgano interino para elaborar las bases de una reforma política de aplicación inmediata. El ex jefe de gobierno, Mijaíl Kasiánov, que dirige un partido al que le fue denegado el registro, ha pedido que se retrasen las elecciones presidenciales hasta abril y que esos comicios tengan lugar ya con la participación de todas las fuerzas políticas hasta ahora vetadas. El ex presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, ha aconsejado a Putin que renuncie a competir por la presidencia con el fin de preservar todo lo positivo que hizo.
Putin calla, pero en su entorno han comenzado ya los “cambios de chaquetas”, las “operaciones de camuflaje” o ambas cosas a la vez. Vladislav Surkov, vicejefe de la administración presidencial, y maquiavélico ejecutor de las órdenes de sus jefes, ha dicho que en los mítines de protesta participa “lo mejor” de la sociedad rusa y el nuevo jefe de la Administración, el ex ministro de Defensa, Serguéi Ivanov, un hombre próximo a Putin, considera que las protestas son la evidencia de la libertad de expresión vigente.
Dmitri Medvédev hubiera figurado como el gran reformador del sistema político ruso, si hubiera efectuado hace solo unos meses las concesiones que ahora presenta y que, de entrada, van mucho más allá de lo que esperaba la oposición. Pero, los anuncios de reforma aparecen hoy como forzados, grotescos y hasta irritantes, teniendo en cuenta la gran energía, dramatismo e intensidad persuasiva que el régimen de Vladímir Putin empleó durante más de una década para justificar la “vertical de poder” como eje ideológico para la conservación del Estado.
Inevitablemente surgen las preguntas: Y si toda esta liberalización es posible ahora tan deprisa, ¿Por qué no lo fue antes? ¿Qué justificaba la dura represión, los palos y los encarcelamientos de centenares de personas empeñadas en manifestarse el 31 de cada mes a favor de las libertades cívicas?
Medvédev se va, dejándole las preguntas y los problemas a Putin y éste político no es de los que admiten errores y está poco acostumbrado a que los manifestantes le vituperen, se mofen de su imagen y la decoren con preservativos.Ya sería tragedia para Rusia que los dirigentes actuales estuvieran dispuestos a defender a cualquier precio sus posiciones y las de quienes se han enriquecido gracias a su gestión. Pero tragedia es también que hayan llegado a creerse que las protestas de los ciudadanos son el producto pagado de una confabulación extranjera contra Rusia.
En este contexto, es fundamental tender puentes a algún tipo de entendimiento entre el Kremlin y la calle, encontrar un consenso para la reforma política y cuanto más pronto mejor, antes de que las instituciones débiles e instrumentalizadas se hayan deslegitimado totalmente y antes de que el espíritu de unidad de la plaza, llámese Bolótnaia o Sájarov, pueda fragmentarse en múltiples opciones concretas sin haber establecido antes las reglas de juego para asegurar una representación de la Rusia plural.
Rusia necesita nuevas reglas de juego para concluir su transición postsoviética o, para ser más exactos, para superar el marco institucional que inauguró Boris Yeltsin en 1993 tras cañonear al parlamento, ese marco que fue cortado a la medida del presidente, pero que no fue pensado para organizar la representación de los diferentes sectores de intereses de una sociedad plural. fin
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