Diplomáticos excelentes
Los periodistas nos sentamos con harta frecuencia a charlar con diplomáticos. La megafiltración de Wikileaks nos obliga a pararnos un momento y a pensar un poco sobre la información que manejamos y lo que les habremos contado a los diplomáticos a lo largo de nuestras vidas profesionales. Los mejores de este oficio se alimentan directamente de una buena lectura de los periódicos, pero es evidente que las personas bien informadas prefieren hacer ellas mismas su indagación. De ahí el afán del embajador o del primer consejero de tal o cual embajada por sentar en sus mesas a los más destacados columnistas y tertulianos.
La promiscuidad informativa es imprescindible, pero requiere precauciones, naturalmente. Todavía no ha salido ningún periodista mal parado de los 250.000 cables, como ha sucedido con jueces, fiscales y políticos. Pero no puede excluirse que no suceda.
Un buen diplomático debe hacer valer la excelencia de su información, en realidad, la mejor información de que pueda disponer para su Gobierno. Cuanta más y mejor información, mayor es el poder de quien la posee o de quien la transmite como cosa propia. Eso es lo que demuestran los cables de Wikileaks.
No hay duda de que los diplomáticos estadounidenses son lo mejor que hay en el mundo en este oficio. Lo mismo sucede con los periodistas. Y no es extraño, porque las virtudes que se exigen a unos y a otros a la hora de realizar estas tareas son exactamente las mismas. La única diferencia es que uno trabaja pensando en un público extenso, lo más amplio posible, mientras que los otros lo hacen pensando exclusivamente en el público restringido al que se dirigen y especialmente a la secretaria de Estado y al presidente. Los primeros para sacar valor de la información dándola a conocer, y los segundos manteniéndola secreta o al menos reservada a unos pocos ojos privilegiados.
El mejor diplomático debe tener la mejor información. Probablemente no basta y deberá tener más cosas, pero esta es esencial. Supongo que el objetivo mayor para un buen diplomático es hacerse leer en el despacho Oval e incluso conseguir que el despacho en cuestión se convierta en un modelo.
Así sucedió con el llamado ‘telegrama largo’, escrito por George Kennan desde la embajada de Moscú y publicado en una versión adaptada en la revista Foreign Affairs bajo la firma de Míster X: orientó la entera Guerra Fría. Algo similar, aunque menos trascendente, está sucediendo ya con el documento escrito por William Burns, ex embajador en Rusia de 2005 a 2008, ahora subsecretario de Estado de Asuntos Políticos y el diplomático de mayor rango de Estados Unidos, que trata sobre una boda mafiosa en Dagestán.
Es el mejor despacho y ya el más famoso de todos los 250.000; está clasificado por su tema como ‘una boda en el Caucaso’, digno título para un relato corto; y ha salido de la mano del mejor diplomático. Todo un acto de justicia y un homenaje a la excelencia. De toda la filtración los únicos que salen bien librados, finalmente, son los diplomáticos norteamericanos.
(Enlace con ‘Una boda en el Caúcaso’ en Wikileaks: http://wikileaks.ch/cable/2006/08/06MOSCOW9533.html)
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