Reproches en Manhattan
Sabemos que la revolución neoconservadora de George W. Bush ha fracasado. No ha obtenido ninguno de sus objetivos y se ha visto obligada en su etapa terminal a asumir instrumentos y programas del sistema que pretendía combatir. Sus efectos se han notado tanto sobre el mapa geopolítico del mundo y la correlación de fuerzas internacionales como en la vida de la mayor institución internacional. Naciones Unidas no ha salido indemne de los ocho años de cabalgada bushista. Ahora se presenta una buena ocasión para hacer un pequeño balance de las relaciones entre la Casa Blanca y Naciones Unidas, con motivo del octavo y último discurso pronunciado por Bush ante la Asamblea General, en la clásica sesión de otoño donde se produce la mayor concentración de jefes de Estado y de Gobierno del mundo.
Su último discurso, con expresiones de confianza sobre el papel de Naciones Unidas, no se corresponde con el zarandeo a que ha sometido a esta institución durante ocho años, principalmente con motivo de la guerra de Irak. Bush ha boicoteado de forma muy militante las más importantes iniciativas del sistema de Naciones Unidas, como es la puesta en marcha del Tribunal Penal Internacional o el acuerdo de Kyoto sobre el cambio climático. Pero fue su forcejeo con el Consejo de Seguridad para conseguir una resolución que le autorizara a atacar Irak lo que mayor daño ha hecho a la institución.
Una de las amenazas proferidas en aquel momento contra Naciones Unidas, la de que se convertiría en irrelevante si no actuaba contra Sadam Husein inmediatamente y sin esperar a que finalizaran las inspecciones realizadas por Hans Blix y Mohamed al Baradei, ha terminado convirtiéndose desgraciadamente en realidad, como ha demostrado el comportamiento de Rusia en la crisis de Georgia. China y Rusia tienen ahora manos libres para utilizar el derecho de veto en el Consejo de Seguridad, lo que no era el caso hasta el momento de la crisis de Irak.
George Bush y su gente promovieron también una durísima campaña contra Kofi Anan, destinada sobre todo a boicotear las propuestas de reforma de la institución y a promover como sucesor a un secretario general dócil e incluso inactivo. Lo consiguieron con el nombramiento del coreano Ban Ki-moon, aunque el discurso de este último en la actual Asamblea General permite alentar la esperanza de que incluso el más prudente y reservado de los secretarios generales acabe encontrando incentivos para la acción y espacios para una mayor autonomía en la actual crisis financiera.
La derecha norteamericana, y los neocons en especial, han venido acusando tradicionalmente a Naciones Unidas de inutilidad; sobran diez pisos en el edificio, dejó dicho John Bolton, el mayor boicoteador de la institución. Pero la realidad es que pocos gobiernos han hecho más para convertirla en una institución inútil. Sólo en esta última etapa, de forzado giro centrista de la Casa Blanca, ha empezado a perfilarse un multilateralismo suave que alivia el cerco sobre Naciones Unidas a que la sometió la actual administración.
La neutralización de Naciones Unidas hasta tal punto era unos de los objetivos de la administración republicana que quienes han ocupado el puesto de embajador norteamericano han sido tres destacados cuadros neocons: el actual subsecretario de Estado, John Negroponte; John Bolton, y el actual Zalmay Khlilzad. Era un frente ideológico y político y como tal se le trataba. En la actual sesión anual de la Asamblea General, el órgano más igualitario, en el que todos los países socios pesan lo mismo, la política ha quedado absorbida por el pésimo estado de la economía.
Bush ha procurado en su discurso asentar su legado como comandante en jefe en la guerra global contra el terror. Es el gran relato de su presidencia, al que no renunciara en ningún caso, por más que la realidad le desmienta. Este año ha tenido que aderezarlo con mucha Rusia, sin olvidar a viejas piezas de su Eje del Mal, Irán y Siria sobre todo, y también un poco de la Corea del Norte que no termina de plegarse.
De los discursos que se pueden escuchar estos días en Naciones Unida se deduce la fuerte preocupación que está suscitando la crisis financiera norteamericana. Muchos reproches a Bush han venido también de este lado, y no únicamente por parte del antiamericanismo clásico. Todos le están dando lecciones a Bush este año en Nueva York. Pero ésta vez son lecciones de economía. Y el que más, su querido Nicolas Sarkozy, el amigo de América y del libre mercado, cuyo discurso sobre la actual crisis financiera recupera toda la resonancia del clásico discurso europeo intervencionista tan denostado desde Estados Unidos.
Se intuye que los efectos globales de la crisis serán pronto muy perceptibles. No sabemos si llegarán a traducirse en forma de una recesión global, algo muy difícil cuando hay zonas del planeta de fuerte crecimiento, que se acerca a los dos dígitos o los superan, como la misma China. Pero de lo que no hay duda es que obligará a restricciones presupuestarias que afectarán a muchos programas de combate contra la pobreza, tal como ha subrayado el secretario general Ban Ki-moon.
Pueden producirse también restricciones que limiten severamente las misiones internacionales de Naciones Unidas. Empiezan a abrirse camino preocupaciones todavía más estratégicas: no son lo mismo las previsiones sobre envejecimiento demográfico y pensiones de jubilación si hay un crecimiento como el que hemos experimentado hasta ahora o si se produce una severa recesión global. Ban Ki-moon ha apelado a todas estas crisis globales que se avecinan y ha coronado su preocupación con un lamento por la crisis global de liderazgo. Es en sordina, un reproche al presidente saliente.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.