El estado del terrorismo
No voy a escribir sobre el Estado de la Nación ni sus derivados sobre la negociación con Eta. Tampoco sobre el juicio del 11-M que terminó el lunes bien tarde en la noche en la Casa de Campo de Madrid. Quisiera sólo apuntar dos reflexiones al hilo de la actualidad acerca de quienes se han dedicado en los últimos años a matar a ciudadanos por motivos políticos. Hay dos diferencias que quiero subrayar entre los terroristas de ETA y los de Al Qaeda o similares. Una es respecto a su comportamiento en los juicios y otra respecto a las exigencias de justicia de la sociedad española. Respecto al comportamiento, quiero destacar el vivo contraste por un lado entre las miradas de odio, las sonrisas burlonas, el desprecio a las víctimas, la reivindicación política de sus crímenes, la negativa a todo lo que pueda ser un asomo de arrepentimiento o de perdón, de los etarras, y por el otro la apariencia de actitud humilde, las sonrisas de disculpa, el rechazo a las acusaciones, la condena de la violencia, las expresiones de compasión con las víctimas, la ausencia de reivindicaciones políticas de los yihadistas. Es la claridad frente a la confusión, la nitidez de la culpa y de la causa frente a la nebulosa de las responsabilidades y de los objetivos, la defensa política y las malas coartadas.
Algunas sectas islámicas autorizan a los creyentes a practicar la taqiya u ocultación de la propia fe para salvar la vida. No sé yo si éste es el caso de la pandilla del 11-M. Pero tiendo a pensar que ambos comportamientos responden a dos conceptos terroristas esencialmente distintos. Para el yihadista, la violencia tiene un contenido teológico, es un castigo divino que cae sobre los no creyentes, aunque esté guiada por el objetivo político de favorecer la aparición de sociedades donde se imponga la sharía y proponga como modelo de gobierno el califato. La amenaza violenta y la violencia misma no tienen más autor que una especie de indignación teológica ante el avance de los impíos. Los terroristas son la mano anónima que cumple unos designios inscritos en la lectura literal del libro inspirado que es el Corán. No corresponde ni sentido de culpa alguno ni siquiera de protagonismo o heroicidad, sólo sumisión y acaso disimulación para eludir al enemigo. Estamos ante un arma perfecta para el nuevo antioccidentalismo musulmán, que puede interesar incluso a quienes tienen una idea de la religión meramente cultural. No hay héroes activos, liberadores, sino mártires, confundidos cuando se lanzan ellos mismos al asesinato masivo suicida con quienes son víctimas pasivas.
Para el terrorista clásico, acuñado en el surco individualista ilustrado, que va desde los narodniki rusos hasta los guerrilleros guevaristas, la violencia terrorista es el arma de los oprimidos, sea una clase o sea una nación. Al principio un sistema de disuasión del pequeño al grande, con el objetivo de arrancar reivindicaciones concretas, y a la larga el camino hacia la insurrección armada y el derrocamiento revolucionario. El reconocimiento del programa terrorista y de la heroicidad de quien la practica forma parte de sus objetivos. Es la propaganda por la acción, que requiere difusión y protagonismo, siglas y organización incluso, para apuntarse el tanto, a diferencia del yihadista, que quiere persuadir por intimidación, lo que en muchos casos no requiere ni siquiera la publicidad: basta con que lo sepa quien sea objeto de la persuasión terrorista. Este terrorista clásico reivindica la culpa de sus crímenes, aunque sea en la forma positiva de convertirla en disposición para asumir el horror hasta convertirlo en heroicidad. Está muy cerca de la actitud de las SS ante los crímenes en masa: eran una élite dispuesta a cargar sobre sus espaldas y por encima de sus propios escrúpulos la realización de actos inhumanos a favor del objetivo superior de servir a su comunidad nacional.
(Los dos terrorismos buscan corroer a las sociedades democráticas en su misma base. Pero no en unos valores abstractos, en unas raíces culturales a veces inaprensibles y en cualquier caso discutibles, sino en algo concreto y útil para ellos: quieren que los Estados democráticos se conviertan en Estados terroristas. Y que los ciudadanos dejemos de serlo para convertirnos en sumisos creyentes de cada iglesia, de cada secta ideológica y de cada creencia. En esto, en su combate a los auténticos valores democráticos y liberales, es donde se igualan.)
No veo yo jerarquía alguna de un terrorismo respecto al otro. En el crimen son idénticos, como lo son en su acción corrosiva sobre el Estado de derecho y las libertades públicas. Pero esto no significa que todos los terrorismos sean iguales, aunque todos sean terrorismos y sean repugnantes. Y hace falta saber distinguir y matizar para combatirlos. A mí me parece mucho más peligroso y difícil de combatir el yihadista que el de Eta. Y en esto, en la percepción que tenemos de los terroristas, es donde leo signos inquietantes en la sociedad española. De una parte, veo que con muy pocos elementos hay bastante para zanjar la condena de los terroristas de ETA. Dicen los periodistas que cubren los tribunales que la inmensa mayoría de los juicios condenatorios están mucho menos fundamentados, en pruebas, confesiones y argumentos, que el juicio del 11-M. La sociedad española pide de forma clamorosa que se les impongan las más duras condenas a partir de las pruebas disponibles, sin entrar en muchas zarandajas. A veces, incluso, pide que se les siga imponiendo penas aunque ya las hayan cumplido. Pero una parte de la sociedad española, la más conservadora, la más clerical, precisamente la que más se empeña en defender que todos los terrorismos son iguales, ha mostrado hacia los terroristas yihadistas del 11-M una indiferencia e incluso una comprensión realmente sorprendentes. Hasta llegar a la situación absurda de proporcionarles pruebas y coartadas, e incluso de defenderles y comprenderles. Si es por la emisora de los obispos y por el diario de Pedrojota, no estaría hoy el tribunal del 11-M deliberando sobre las condenas sino sobre la absolución de los acusados. ¿Entendería alguien una actitud de este tipo respecto a los militantes de ETA que comparecen a juicio? ¿Cabe en alguna cabeza que una parte de la derecha haya trabajado intensamente durante tres años para que los autores de la mayor matanza terrorista de la historia de España salieran absueltos?
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