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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Las guerras culturales y las nuevas guerras santas: el giro a la extrema derecha en Europa

Frente a la promovida polarización, a izquierda y derecha, muchos ciudadanos preferirían soluciones políticas concretas frente al avance ultra

Extrema derecha
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

Institucionalistas desesperados podría ser la mejor definición de algunos ciudadanos que asisten martirizados a la apelación a la guerra santa, de la izquierda contra la extrema derecha y de la derecha, contra todo aquello que ella misma considere ajeno a su idea exclusiva de “nación” (ver el artículo de José María Ridao La causa de la nación, EL PAÍS, 15-1-2024). Aferrados a la importancia y vigencia de las instituciones democráticas, pese a todos sus achaques, los ciudadanos cercanos a la izquierda moderada y al centro sospechan que debe de haber métodos mejores que esa única y tajante explicación para atajar los avances de la extrema derecha en todo el mundo. Por ejemplo, desarrollar políticas concretas que minen sus cimientos (ataque a la emigración, nacionalismo feroz, antieuropeísmo) y promuevan un desarrollo menos desigual. Quizás, también, intentar comprometer a la derecha de raíz democratacristiana en su rechazo al extremismo populista, tarea difícil en las actuales circunstancias en España, pero que no debería desterrarse al infierno en el resto de Europa.

Esos institucionalistas desesperados escuchan al mismo tiempo, día a día, noticias estremecedoras que les impulsan a descartar las dudas. ¿Cómo discrepar si, según los mejores sondeos, Donald Trump va a ganar las próximas elecciones en Estados Unidos, sin cambiar un ápice su grosero y agresivo mensaje populista y nacionalista? ¿Cuándo la extrema derecha alemana, en camino ascendente, propone expulsar a millones de residentes legales y rebajar los vínculos de Berlín con la Unión Europea? Tampoco parece que las expectativas sean alentadoras en la UE. Según el sondeo del solvente Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, por sus siglas inglesas) en las elecciones al Parlamento de junio de este año se producirá un giro hacia la derecha en muchos países, con partidos populistas de derecha radical ganando votos y escaños en toda la UE, y partidos de centro izquierda y verdes perdiéndolos. Es probable, calculan, que los populistas antieuropeos encabecen las elecciones en nueve países (Austria, Bélgica, Eslovaquia, Francia, Hungría, Italia, Holanda, Polonia y Chequia) y ocupen el segundo o tercer lugar en otros nueve (Bulgaria, Estonia, Finlandia, Alemania, Letonia, Portugal, Rumania, España y Suecia).

Es decir, casi la mitad de los escaños en el próximo Parlamento Europeo pueden estar ocupados por eurodiputados fuera de la llamada “súper gran coalición” de los tres grupos (socialdemócratas, liberales, democratacristianos), que hasta ahora han mantenido una línea política común de expansión y fortalecimiento de las instituciones comunitarias. Por primera vez se corre el riesgo de que una coalición populista de derecha (formada por conservadores radicales y eurodiputados de extrema derecha) arrastre a los democratacristianos y alcance en el europarlamento una mayoría que le permita controlar la Comisión. Es probable, dice el ECFR, que este brusco giro a la derecha tenga consecuencias significativas para todas las políticas a nivel europeo, particularmente en cuestiones de emigración y medioambientales. La nueva mayoría se opondría probablemente a la segunda etapa del ambicioso New Green Deal que la UE desarrolla frente al cambio climático.

Queda la esperanza de que el descalabro de la izquierda no sea tan fuerte como se predice y, sobre todo, de que la derecha de raíz democratacristiana incluida en el Partido Popular Europeo (PPE) mantenga su rechazo a cualquier vínculo con la extrema derecha, aunque ello le impida el acceso al control del Parlamento, y prefiera, como hasta ahora, acuerdos parciales con los liberales y el grupo socialista. Habrá que confiar en que la poderosa democracia cristiana alemana, por mucho descalabro que sufra en las elecciones de junio, mantenga ese compromiso, pero sigue aclarar su posición su actual jefe de filas en el PE, Manfred Weber. Como tampoco está clara la que adoptaría en ese caso el Partido Popular español, que por mucho que abomine del PSOE, no puede ignorar que cualquier retroceso en el desarrollo de la Unión perjudicaría los intereses de España, esa nación que tanto dice defender.

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Quizás si se evita la coalición del PPE con los grupos de extrema derecha, sea posible aún la recomposición de la imagen del PP español como un grupo moderado. Si el PPE cae en Bruselas, los populares españoles estarán condenados al abrazo de Vox.

Y seguirá la guerra santa.

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