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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Edgar Morin, el filósofo creador del ‘pensamiento complejo’, cumple 100 años

El pensador francés, autor de más de 40 libros, sigue publicando, atendiendo a la prensa y haciendo planes de viaje

Edgar Morin cien años

Ser apreciado después de muerto no certifica el valor de un autor porque “el tribunal de la posteridad no es justo”, afirmaba en una reciente entrevista en la radio cultural pública francesa Edgar Morin (París, 1921). En el mismo programa, el filósofo y sociólogo se declaraba convencido de que su obra no ha ejercido hasta ahora una influencia profunda. Un juicio que contrasta con los reconocimientos públicos de toda clase que ha recibido Morin —creador del concepto de pensamiento complejo, el estudio de las distintas dimensiones de la realidad— al cumplir los 100 años de edad, el pasado 8 de julio. Suplementos especiales en la prensa, audiencia en el palacio del Elíseo, y un sinfín de felicitaciones, en sintonía con una vida de éxito profesional y social. Ahí está la larga lista de doctorados honoris causa, los premios recibidos, las condecoraciones, y la considerable difusión de su obra: más de 40 libros en los que ha analizado los problemas de la educación y del conocimiento, además de reflexionar sobre su propia vida.

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Lo cierto, sin embargo, es que muchos no le han entendido todavía, reconoce su amigo, el profesor de la Universidad de Valladolid Emilio Roger Ciurana, autor de una de las primeras tesis doctorales sobre Morin, parte de la cual se publicó en 1998 como libro (Edgar Morin. Introducción al pensamiento complejo). “Su epistemología general es una disposición mental, una forma de abordar la realidad. Cuando hablamos de complejidad hablamos de que esa mirada que lanzamos al mundo debe ser multidisciplinar, multirreferencial”, cuenta por teléfono Roger. “Los dos aspectos que aprecio más de su obra”, señala por correo electrónico Nuccio Ordine, profesor de la Universidad de Calabria y amigo también de Morin , “son el tema de la incertidumbre (el saber convivir con lo imprevisible, con el fracaso, con lo inesperado, conceptos cuya importancia hemos comprendido bien durante la pandemia) y el de la enseñanza. Las relaciones entre escuela/universidad y vida; entre saber y construcción de un mundo mejor: la educación al servicio de la sociedad y no del mercado”.

Ordine, que se ha mantenido en contacto con Morin durante la pandemia “mediante aperitivos visuales y videollamadas”, destaca también entre sus cualidades “el entusiasmo que transmite a sus interlocutores y su sencillez, que hace mucho más fácil y auténtico el diálogo con los demás. Edgar vive como piensa: para él no hay separación entre filosofía y forma de vivir”. Emilio Roger coincide con esta apreciación. “Lo mejor de Edgar es él. Es lo que llamamos una buena persona. Dicho coloquialmente, un tipo legal”.

Hijo de judíos sefardíes de Tesalónica (Grecia) emigrados a París, Edgar Nahoum nació hace un siglo en la capital francesa. Exmiembro de la Resistencia (Morin es una deformación del nombre de guerra —“Monin”— que usaba entonces) y militante durante ocho años del Partido Comunista Francés, se aproximó después al socialismo de François Mitterrand. Autodidacta en su formación filosófica y literaria, apasionado del cine, Morin, que se licenció en Derecho y Geografía e Historia en la Universidad de la Sorbona, no necesitó doctorarse para ser admitido en el prestigioso Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS, por sus siglas en francés). Como investigador realizó un trabajo multidisciplinar sobre una localidad de Bretaña, y asistió en California al surgimiento del movimiento hippy. Su interés por las distintas culturas de América Latina le llevaría a apoyar los movimientos indígenas en defensa de los hábitats naturales amenazados. Todo lo que palpita y cuestiona al mundo ha interesado a este hombre, al que la edad ha ido consumiendo físicamente, sin restarle lucidez.

Morin dice vivir instalado en la duda, pero fue la lectura de Dostoievski, siendo adolescente, la que le ayudó a entender el alma humana. Fue también un bálsamo para quien había sufrido la pérdida de su madre cuando solo tenía 10 años. “Es el hecho principal de mi vida”, confesaba en una entrevista de 2019 al diario Le Monde. Una pérdida que le hizo madurar de golpe y le dejó al mismo tiempo en una especie de infancia eterna. Lo que explicaría la falta de beligerancia hacia sus enemigos. “Siempre he intentado huir de la competición, que es mucho más intensa en el mundillo intelectual porque ahí los egos están sobredimensionados: se quiere a la propia obra como al propio hijo”, decía en la misma entrevista. Eso no significa que haya huido de las polémicas. Sus críticas a Israel, en una tribuna publicada en 2002, le valieron a él y a los otros dos coautores del texto un proceso y una condena por “difamación racial y apología del terrorismo”, revocada finalmente por el Tribunal Supremo.

Sin ser creyente, Morin admira el budismo, religión sin dios, y a Jesús, “sin creer en su resurrección”. Y reconoce que el universo encierra un misterio inaprehensible para los humanos. Por eso no tuvo reparo en recurrir a una curandera bereber, una médium sueca, e incluso un chamán yanqui traído de México, en un intento desesperado de salvar la vida de su tercera esposa, Edwige Lannegrac, que fallecería en 2008. Está casado en cuartas nupcias con la socióloga Sabah Abouessalam, de origen marroquí, y 38 años más joven, con la que ha escrito su último libro, Cambiemos de vía. Lecciones de la pandemia. Morin, que tiene dos hijas de su primer matrimonio, vive desde 2018 con Abouessalam en Montpellier. Allí, el filósofo disfruta de una casa con jardín y sigue trabajando, escribiendo, atendiendo a la prensa, y hasta haciendo planes de viaje, ajeno a la posteridad.

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