Kylie Jenner y su falsa cara lavada o cómo reafirmar el mito de la belleza a través de lo natural
La más joven del clan Kardashian, empresaria y multimillonaria, ha protagonizado un vídeo en el que afirma que no necesita “demasiado maquillaje”. Esto solo es válido cuando se cumplen con los cánones estéticos imperantes, mientras que las rutinas y el consumo de cosmética se mantienen
La última en alborotar el patio de internet ha sido Kylie Jenner, quien ha tomado su cuenta de Instagram, en la que acumula más de 370 millones de seguidores, para mostrar el resultado de un estilo de maquillaje minimalista creado por Ariel Tejada, artista habitual de los escultóricos rostros Kardashian. La más joven del clan K, fundadora de Kylie Cosmetics, aparece frente al objetivo de la cámara de su teléfono móvil pulverizada con el efecto dewy skin o piel mojada —una técnica que ha conseguido acabar con el sólido maquillaje mate y que aporta un aspecto más jugoso y luminoso en el rostro—, con las cejas perfectamente delineadas y con un ligero color burdeos en los labios, explicando que “no necesita demasiado maquillaje” porque posee “una belleza natural”. Es cierto que Jenner ha pronunciado estas frases animada por los comentarios del fiel y devoto Tejada (”¡Apenas he hecho nada!”, decía él, “¡y el resultado es que estás guapísima!”), pero los usuarios de redes sociales no han podido ignorar el énfasis que la celebridad que puso de moda las inyecciones de infiltración en los labios siendo adolescente hacía en la palabra “natural”.
En el ensayo de teoría feminista de los años noventa El mito de la belleza Naomi Wolf afirmaba que “el ‘mito de la belleza’ está en realidad prescribiendo un comportamiento y no una apariencia”. La escritora se refería a que el fin último de la belleza justificaba todos los medios para conseguirla, ya fuesen estos someterse a dietas estrictas, a comprar compulsivamente productos cosméticos e incluso pasar por el quirófano de un cirujano plástico. Comportamientos, al final, que pasaban a formar parte de la rutina y ritual de muchas mujeres, consumiendo su tiempo y energías a la vez que las obligaba a también a consumir aquello que les prometía el premio gordo de la juventud, la delgadez o el atractivo.
“El trabajo inagotable, aunque efímero, en torno a la belleza, reemplazó al también inagotable y efímero trabajo doméstico”, afirmaba Wolf. La escritora argumentaba que, conforme las mujeres comenzaron a ser legal y económicamente independientes de los hombres, empezaron a sentir mayor presión para adherirse a unos estándares de belleza poco realistas, a menudo inalcanzables, generados por los medios, la publicidad, el cine o la televisión: “La lucha por alcanzar la normatividad estética y entrar en esos estándares cada vez más imposibles alimenta grandes industrias y nos mantiene obedientes y temerosas de salirnos de la norma. Ese temor y obediencia producen mucho dinero, y generan también mujeres insatisfechas y sumisas, algo que es igualmente rentable”. Y cuando publicó El mito de la belleza la autora no tuvo tiempo de advertir los efectos de la sobreexposición a nuevos cánones, como los creados por la familia Kardashian, o las inseguridades generadas por el rostro artificial de los filtros de Instagram que se darían tras el auge y dominio de las redes sociales en nuestras vidas.
En tiempos post Me Too, el movimiento que comenzó hace cinco años centrado en los abusos sexuales producidos en las altas esferas de Hollywood, pero que terminó permeando en todas las capas y aristas de la sociedad que tenían relación con las problemáticas comunes de las mujeres, el tema de la presión en torno al aspecto físico volvió a la palestra. Además de incorporar al vocabulario popular filosofías como el body positive, o conceptos como el autocuidado o el empoderamiento, la relación de las mujeres con su aspecto físico y con los medios que utilizan para encajar en la norma o salirse de ella también impregnó el discurso mediático.
A un lado, empezó a reivindicarse el maquillaje como forma de autoexpresión, desposeído de todas aquellas etiquetas o prejuicios como el de que las mujeres que se maquillaban demasiado eran inseguras o querían llamar la atención de los hombres. En el otro extremo, apareció la tendencia del maquillaje natural, también conocido como “efecto cara lavada” o makeup no makeup (maquillaje sin maquillaje): esta contraposición apostaba por un maquillaje discreto, que no cubriese el rostro con pesadas bases, que no moldease la estructura facial como hacía la técnica del contouring —popularizada por la hermana mayor de Kylie, Kim Kardashian— ni tapase los antes llamados defectos como pudieran ser las pecas o las pequeñas manchas. Pero tal y como apuntaba la periodista Chloe Arnold en un artículo titulado La paradoja del maquillaje sin maquillaje, publicado en el medio estadounidense Vox: “Se trata de una llamada para subvertir los ideales de belleza que en realidad no subvierte nada; tanto el ritual como el consumo de la belleza se mantienen”. La periodista también señalaba cuál era el tipo de mujer que tenía el privilegio de permitirse un maquillaje natural: “Los looks sutiles son recompensados porque los utilizan aquellas mujeres que, en apariencia, no se preocupan demasiado por su aspecto físico y que son por ello elogiadas y envidiadas, siempre y cuando cumplan con las definiciones típicas de belleza”.
“Belleza natural’ no son palabras que deban estar en el vocabulario de esta familia”, escribía una usuaria respondiendo a la publicación de Kylie Jenner, “todas habéis pagado para que vuestros rostros y cuerpos cambiaran, no hay nada de natural al respecto”. Kylie Jenner admitió, en un episodio de Keeping Up With The Kardashians en el año 2015, con apenas 18 años (ahora tiene 25), haberse sometido a un procedimiento de aumento de labios. El resto de sus cambios físicos, que pueden o pueden no ser el resultado de operaciones estéticas, se mantienen, como los de sus hermanas, en secreto. Sin embargo, tanto medios sensacionalistas como muchos seguidores de las mediáticas hermanas han especulado sobre las operaciones de Jenner, entre las que se incluirían una aparente rinoplastia, un posible aumento de pechos, algún tipo de aumento de glúteos y una liposucción. Sobre su posible aumento de senos, dijo que su cuerpo había cambiado tras su doble maternidad. Sobre su pérdida posterior de peso y la recuperación de su figura escultórica tras dos partos aseguró que se había vuelto adicta a “caminar y al pilates”. Dentro de lo excesivo, performático y artificioso que resulta para cualquier espectador el lujoso circo de las Kardashian, la más joven del grupo parece querer resaltar en todo momento su propia naturalidad.
Sean o no sean ciertos sus retoques estéticos, la realidad es que Kylie Jenner, perteneciente a una de las familias más rentables de Estados Unidos y propietaria de un negocio millonario (precisamente de cosmética), lo tiene más fácil que la gran mayoría de las mujeres para lucir un aspecto impecable. Como apuntaba Wolf, lo que Kylie Jenner está prescribiendo es todo un comportamiento: el trabajo inagotable, aunque efímero, en torno al mito de la belleza, aunque a esta se le ponga ahora el apellido de natural. Quizás la mayor ironía de toda la performance de Kylie Jenner sea que, para dar muestra del poco maquillaje que requiere resaltar su belleza natural, necesite echar mano de su maquillador de confianza.
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