Rubén Cortada: “La belleza ha sido mi visado al mundo”
El actor y modelo cubano, ingeniero y extenista infantil de élite, regresa a escena con ‘El cuarto pasajero’, la nueva película de Álex de la Iglesia, y cuenta los motivos de su desaparición del foco tras su salto a la popularidad por su interpretación del malvado Faruk en ‘El Príncipe’.
Hace un calor de microondas en la cantina del Ateneo de Madrid, donde charlamos, y directamente de crematorio en la bellísima biblioteca de la docta casa, donde, después, se graba el vídeo que acompaña a la versión digital de esta entrevista. Rubén Cortada —alto, con pelazo al viento y camisa abierta a medio pecho, tan impresionante como cabía esperar por las fotos de archivo— suda a chorro bajo el foco, sin metáforas que valgan, pero no pierde de vista un segundo ni el objetivo de la cámara ni el objeto de la charla. Quizá le ayudan a aguantar la sofoquina su niñez y adolescencia en la tórrida Cuba, y sus años de supermodelo de pasarela, pelándose de frío en invierno y de calor en verano como percha e imagen de los mejores diseñadores del mundo. El intérprete del celebérrimo Faruk, el malo de la serie El Príncipe, vuelve a escena después de tres años de ausencia repentina tras haber logrado tal popularidad que, casi, no podía salir a la calle sin que se armara un tumulto. Vamos al lío.
¿Dónde se había metido?
Después de El Príncipe enlacé varias series de éxito: Lo que escondían sus ojos, Olmos y Robles... Estaba en un momento dulcísimo, pero, en esas, falleció, jovencísimo, mi padre, el hombre que yo hubiera querido ser. Y a los dos años murió mi madre tras un proceso complicadísimo de hospital, quimioterapia y mucho sufrimiento. Sé que es ley de vida, que no soy el único, que esto le pasa a todo el mundo, pero se me juntó el duelo con la pandemia, con que me falló un proyecto de Neftlix en el que me había volcado, y toqué fondo. Pasé un infierno. Es como si alguien hubiera dicho: te va bien, ok, ahora vas a pagar tu peaje. Hoy, todo eso está aterrizado, y estoy de vuelta.
¿Y esa idea del castigo? ¿Es usted religioso?
No, pero así lo pienso, quizá, por encontrarle un sentido a todo lo que me ha pasado. No tocaba tan pronto y todo junto.
Admitir que tocó fondo no debe de ser fácil.
Yo lloro y lo hago sin problema ninguno. Simplemente, intento estar solo para no involucrar a la gente que está cerca. Prefiero dar un golpe en la pared y sufrir yo, no sé si me explico. Esto es muy privado. Duele mucho. No sé si vende o no la vulnerabilidad, lo que sí sé es que yo la compro cuando la veo. Pero tienes que estar suficientemente high para ayudar a alguien que está bajo, ver qué es lo que puedes aportar. Si alguien está débil, lo que no puedes es ponerle otra carga encima.
¿Cuándo empezó a notar el efecto que causaba su aspecto en los otros?
En Primaria. Era muy obvio. Las niñas me miraban, cuchicheaban, me pasaban notitas [ríe]. Pero hablar de eso es de ególatra, no, lo siguiente.
¿Y cuándo supo que su físico podía ser una salida laboral, además de sus estudios?
En Cuba no me sirvió de mucho la belleza. Soy un superviviente. Me he ganado la vida siempre. Yo empecé a viajar solo como tenista a los cinco años desde Isla Juventud, donde nací. Se me daba bien, competí dentro y fuera de la isla. He estudiado siempre con beca y, ni los premios de tenis ni las becas me las daban por guapo. No estaba mirándome al espejo. Fue Aleida, mi profesora de Literatura de Bachillerato, la que, aparte de contagiarme la pasión por los libros, me habló de La Maison, la casa de moda de La Habana, y ahí empezó mi carrera de modelo, que derivó en actor. Estudié Ingeniería, pero en realidad siempre quise ser actor, aunque no le pusiera nombre. Por eso me fascinaban los personajes de los libros.
Fue supermodelo. Desfiló para Gaultier, Westwood o Armani. Pasó de dormir en la litera del internado a frecuentar hotelazos y fiestas de superlujo. ¿Cómo vivió ese viaje?
Aquello fue precioso, brutal, se lo deseo a todo el mundo [ríe]. No, en serio. Soy muy consciente de mi privilegio. Esto es para unos pocos afortunados. Entiendo que al modelo se le castigue y se le denueste. Se piensa que son tontos y no, ya no hablo siquiera por mí: tengo amigos y amigas modelos que son brutales, interesantísimos. Pero se nos castiga así.
Otra vez el castigo. ¿Por qué se fustiga tanto?
No es eso. Es que yo me entero de todo. Sé muy bien de dónde vengo. Sé que mi belleza ha sido mi visado, mi pasaporte al gran mundo. He aprendido idiomas, he conocido mundo y a personas interesantísimas. No me quejo. Pero tampoco voy a pedir perdón. El modelo, también, está muy solo. Estás en un hotel de cinco estrellas, vives cosas increíbles, pero, en el fondo, estás solo. Puedes echarte una novia modelo, pero, aun así, no coincides. No puedes compartirlo con los tuyos.
¿Se lo ha comido, se lo ha bebido y se lo ha gozado todo?
No me he resistido a vivir. Con cautela, pero con intensidad. No necesito experiencias fuertes, ya las tuve. Quiero tranquilidad.
¿Cuántas veces le han dicho en un casting de actores que es demasiado guapo para un papel?
Muchas, ese es otro peaje que se paga, pero, por otra parte, te da el beneficio de la poca expectativa. Puedes pensar que te van a pedir menos que a otros, pero es al revés: tienes que demostrar el doble para que te cojan. Ni te imaginas lo que tuve que acreditar para conseguir el papel de Faruk. Multiplica lo de cualquiera por ocho o nueve veces. En cualquier caso, no tengo problemas con el rechazo. Como decimos en Cuba, tengo mucha caída con eso.
¿Cómo ve un cubano a Cuba desde fuera de Cuba?
Cuba es donde yo nací, donde tengo los huesos de los míos, amo ese país,. Está en un proceso de cambios que es complicado y delicado. Lo otro supongo que es un proceso de concatenación de eventos que se me escapan.
¿Qué es lo peor, si es que hay algo malo, de tener su aspecto?
Que no pasas inadvertido. Da igual que seas famoso o no. Antes no lo era, y quise pensar que podía, pero me dejaron muy claro que no, ya he renunciado. Tengo mucha caída con eso, estoy muy agradecido a mis padres porque se unieran y me dejaran este regalo.
Su papel en ‘El Príncipe’ le proporcionó legiones de fans. ¿Cree que seguirán ahí todavía?
Chica, no sé, hay gente que me escribe en redes y me tiene mucho cariño. Físicamente, no soy tan especial. Somos varios con mi perfil. Maxi, Cayetano, Mario...
Defina su “perfil”.
Pues un tío así alto, moreno, tú sabes. Españoles tenéis unos cuantos. Creo que lo que gustó de mí no fui yo mismo, sino cómo hice a Faruk, cómo hice mi trabajo. De hecho, era un personaje destinado a durar poco y se convirtió en coprotagonista. Creo que todo lo que había aprendido en mi vida, afloró en ese papel. Desde entonces, no he dejado de formarme como actor. Ahora estoy más preparado y tengo todavía más que aportar.
¿Se ha sentido alguna vez un señor-florero?
Por supuesto, pero no tengo el más mínimo conflicto con ello. Cuando siento que está pasando eso, simplemente, pongo el piloto automático. ¿Tú no me valoras? Yo tampoco. No entro a convencer a esa persona de que quizá se esté perdiendo algo si ni siquiera es capaz de ver. Ella se lo pierde.
ACTOR MODELO
Rubén Cortada (Isla Juventud, Cuba, 37 años) es, o lo parece, un tipo sin ínfulas, pero tampoco falsa modestia. Está acostumbrado a sacarse las castañas del fuego y ganarse el sitio a pulso. Con solo cinco años, su dominio de la raqueta lo llevó a competir como tenista por toda la isla y, después, su facilidad para los estudios le permitió enlazar beca con beca hasta estudiar ingeniería en la universidad. El encuentro con Aleida, su profesora de Literatura en bachillerato, fue decisivo para que decidiera qué hacer con su vida. Le enseñó a amar los libros —"Soy un enamorado de la literatura francesa"— y, en una vertiente más práctica, le animó a que se presentara en La Maison, la casa de la moda de La Habana, para sacarle partido a su apostura y dar sus primeros pasos como modelo. Tras una fulgurante carrera como maniquí, durante la que fue imagen de Jean Paul Gaultier y otros grandes de la moda —"he vivido cosas maravillosas, como ser el único hombre en un desfile de moda femenina"—, Cortada recuperó el sueño que nunca había perdido: ser actor. Su personaje de Faruk en la serie El Príncipe lo lanzó al estrellato en España. Con El cuarto pasajero, de Álex de la Iglesia, que se estrena este otoño, espera aprobar su penúltimo examen: la respuesta del público.
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