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La paradoja y el estilo
Columna
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La fragancia de los jazmines

Los políticos parecían más bien estar hablando de ellos mismos y de sus familiares, antes de nuestras verdaderas preocupaciones

Ben Affleck y Ana de Armas, en Los Ángeles esta semana.
Ben Affleck y Ana de Armas, en Los Ángeles esta semana.TheImageDirect.com (GTRES)
Boris Izaguirre

Hay una perfumada proliferación de jazmines en Madrid. Puede ser un efecto maravilloso del confinamiento y de las lluvias de la primavera. Al disminuir la contaminación, ha florecido con libertad esta olorosa flor, de vida corta pero con protagonismo intenso. Y florece en una ciudad llena de tensiones políticas, familiares, de derechas y de izquierdas. El mismo día en que en el Congreso no cesaban de fustigarse con cardos y narcisismo nuestros políticos, salí a disfrutar de la “ciudad Jazmín” para llegar a una conclusión: mientras más embriagador es el paisaje, peor resulta el paisanaje.

Desde mi infancia en Caracas, cuando más fea era la situación política, más bonitos resultaban los días. La ciudad invadida de colores alucinantes mientras el país se desmoronaba. Debe ser en parte la crueldad de la naturaleza y también que el Congreso parece impermeable a la primavera y a los ciudadanos. Al menos en televisión, los políticos parecían más bien estar hablando de ellos mismos y de sus familiares, antes de nuestras verdaderas preocupaciones.

Preferí revisar esas noticias que nos han ayudado a sobrellevar estos días raros, como el romance de Ana de Armas con Ben Affleck que, al igual que el jazmín, floreció a la semisombra de la pandemia. Las revistas, faltas de nuevas noticias, se han aferrado a las imágenes de esta pareja, siempre de paseo, queriéndose y restregándonos su romance de baja intensidad en Beverly Hills. Hasta que llegó la entrega de esta semana, enseñando los interiores de la casa del actor. Como sospechábamos, Affleck no tiene talento como interiorista, sus exparejas tampoco (Jennifer López podría ser excepción pero por exceso de ideas) y ahora la mansión parece más bien una clínica de rehabilitación (el actor ha estado en varias), sin ningún objeto lo suficientemente trascendente como para disturbar cualquier terapia. ¡Por eso estaban siempre fuera, porque allí dentro se sentían igual que un rey emérito con esposa y cuñada en su Palacio! No podemos dejar de pensar si Ana no será un ingrediente más de esa curación. Para rehabilitar del todo, la actriz debería aportar color en esa casa y que esa relación no se marchite como sucede con los jazmines.

Con la desescalada, brotan temas de conversación. Carlos Martorell, el célebre relaciones públicas, ha publicado en Diario de Ibiza un encendido artículo sobre la serie de Netflix, White Lines, Líneas Blancas en castellano. La serie debe su título a que a uno de sus protagonistas, un DJ bisexual y desordenado, le revienta una bolsa de cocaína dejando sobre el césped de la casa donde vive en Ibiza una gruesa línea blanca “como de 20 metros de largo”, según describe Martorell. Es precisamente esa imagen de Ibiza como escenario de fiestas orgiásticas, paraíso de drogas y evasión a todo trapo lo que ha impulsado a Martorell a convertirse en un enemigo de la serie que, por supuesto, tiene una legión de fans que adoran todo lo que a él disgusta. Martorell es tajante: “Dicen que todo ocurre en Ibiza. Pero el noventa por ciento de la serie se rodó en Mallorca”. Una aseveración de escaso poder rehabilitante que ha abonado la tensión entre islas. Por su parte, los fans de la vida ibicenca están convencidos de que este verano tendrán que ver la serie para rememorar momentos divinos en sus calas o clubes. Martorell insiste en que ese empeño en reflejar esa Ibiza excesiva ni es verídico ni necesario.

Algo similar a lo que ocurre en el Congreso de los Diputados. Esa isla en fase cero donde no llega nada del exterior, ni siquiera la rehabilitadora fragancia de los jazmines.

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