Desastres en la cocina: bavaroise disléxico, perdigones de Tolosa y la auténtica olla podrida
El Comidista continúa con la sección de desastres en la cocina tras contar sus propios fracasos personales en los fogones y abrir el espacio a los lectores. Éstas son las mejores historias recibidas en las dos últimas semanas. Si quieres que tu testimonio se publique en la siguiente entrega, recuerda que puedes enviarlo a elcomidista@gmail.com.
La genuina olla podrida
Elvira Peris nos manda un interesante caso de violación de normas básicas en cocina. "Mi amiga Idoia (le cambio el nombre para evitar el escarnio público) es vasca, pero ella rompe el tópico de que todos los de esa zona cocinan fenomenal. Un día se decidió a hacer un cocido casero para combatir los rigores invernales y rememorar sabores caseros en su piso de estudiantes, compartido con otras dos féminas al parecer igual de doctas en las artes culinarias que ella".
"Tras pedir consejo a sus respectivas madres sobre el tiempo de cocción e ingredientes allá que se aventuraron y compraron todo el pack puchero que muchos supermercados preparan en bandejas al efecto. Las muchachas pusieron una gran cacerola con sus ingredientes a cocer, pero si surgía cualquier eventualidad que les impedía estar en casa (quedar con algún muchacho, ir a la facultad, salir al gimnasio) pues nada, que apagaban el puchero y lo iban haciendo a ratitos. La siguiente chica que llegara lo ponía el rato que estuviese en casa: como el tiempo de cocción eran dos horas tenían margen más que suficiente".
"Todo este proceso durante... !una semana! Cuando a alguna de ellas se le ocurrió que ya estaria en su punto para tomarse un delicioso caldito casero, cuál fué su sorpresa al descubrir un olor nauseabundo al destapar la cacerola. ¿Cómo es posible, si hemos tenido cociendo dos horas el caldo como mamá nos dijo? He de decir que Idoia tiene la inmensa suerte de que su marido, Francisco, cocina como el mismísimo Arguiñano y por supuesto hace el cocido en su casa".
En primer lugar, Idoia y sus amigas ligeras de cascos culinariamente hablando no sabían que la cocción de las legumbres debe ser continua: si no, se encallan y se ponen como piedras, y por mucho que las sigas cociendo así se quedarán forever and ever. Por otra parte, el disparate de guisar -o más bien pudrir- un plato a ratos durante toda una semana apunta a una leve carencia de sentido común.
Perdigones de un futuro comidista
María Jesús Prol tiene la amabilidad de recordarnos un desastre culinario perpetrado por el mismísimo autor de este blog en sus años mozos. "Recuerdo una alubiada en el caserío de la familia de un tal Mikel López Iturriaga que, como dicen por allí, 'no la tengo pa olvidar'. Situémonos en el curso 1989/90. El marco, incomparable; los compañeros de clase, con hambre y ganas de juerga; la carne de cerdo, en abundancia; las alubias de Tolosa, buenísimas... Eso sí, duras como perdigones por echarlas a cocer en agua hirviendo. Aprendí por entonces en qué consiste asustarlas".
Todo el mundo tiene un pasado. Y sí, por aquel entonces yo no tenía ni pajolera idea de que las judías blancas o rojas hay que ponerlas siempre, siempre, siempre a cocer con agua fría. ¿Algún problema?
Postre de yogur y ajo
Desde Asturias, Jose Antonio nos cuenta una pequeña historia de terror infantil. "Por hacer una gracia ante mi hija de algo menos de dos años, aproveché los ajos del pollo al ajillo para inventar un nuevo postre: yogur con ajo frito. Lo malo es que la niña dijo que 'mamá me hace comer todo lo que cocina', con lo que tuve que armarme de valor y tomarme aquello si no quería dar un mal ejemplo. ¿Sabor? Sin comentarios".
¿Ajo frito con un lácteo dulce? Sólo Dios sabe qué pudo llevar a Jose Antonio a inventar este engendro de postre.
Cebolla carbonizada
"Efectivamente, carbonizada, aunque la idea original era caramelizarla", recuerda una osada aunque poco experimentada Sonia Marques. "No tenía ni idea de que hacer la cebolla así fuera tan difícil, o al menos que llevara tanto tiempo, por lo que cuando encontré en Internet una receta en microondas me pareció perfecta, rápida y limpia".
"Preparé en un bol la cebolla cortadita, su azúcar y su miel y la metí en el microondas un ratito, sin darle vueltas ni nada y sin tener en cuenta temperatura (creo que aquel microondas era más básico que una manopla). Al poco tiempo aquello desprendía un olor a quemado pero dulzón que no me convencía, así que saqué el bol y me encontré una especie de amasijo duro y completamente negro. Hubo que tirarlo a la basura con bol y todo, ya que no se desprendía ni a martillazos. No he vuelto a intentarlo".
El microondas es muy útil para calentar, pero como electrodoméstico de cocina tiene sus riesgos. Desde aquí recomendamos la cebolla caramelizada tradicional, hecha muy lentamente en los fogones.
Bavaroise disléxica
Beatriz Piñeiro, de A Coruña, relata cómo un pequeño detalle puede arruinar un gran esfuerzo en la cocina. "Hace algunos años me fui a vivir a otro país, y aprovechando que los últimos meses que me quedaban en España estaba bastante ociosa, me dediqué a mejorar mis dotes culinarias. El caso es que, después de preparar unos filetes de pollo a las finas hierbas que sabían a ambientador de coche, mi familia me dijo que mejor me dedicase a los postres. Curiosamente la repostería se me da mucho mejor que la cocina normal, así que tras unos cuantos éxitos con galletas, pudines y bizcochos me lancé a por una receta más ambiciosa: una bavaroise de melocotones".
"Envié a mi hermano a comprar las hojas de gelatina mientras yo me encerraba en la cocina batiendo, triturando, montando y emulsionando los demás ingredientes. Como había leído que todo debía estar frío para que la gelatina no se separe, preparé un bol de enfriado casero metiendo una ensaladera dentro de otra llena de agua y poniéndolas en el congelador. Al cabo de unas horas de angustia rezando para no haberme confundido con las proporciones y que cuajase bien, llegó el gran momento".
"La bavaroise salió perfectamente del molde y me llenó de orgullo ver que tenía la textura exacta. Pero al probarla… Más que de asco, las caras de mi familia eran de auténtico estupor. La misma cara que se me puso a mí cuando, rebuscando entre la basura, vi que mi hermano no había comprado gelatina neutra, ni de frutas, si no con sabor a consomé de carne".
Moraleja: no te fíes de la familia y haz tú siempre la compra de lo que vayas a cocinar.
Pechugas al vómito
Después de probar varias platos hechos con sidra, Nuria y su pareja se lanzaron a preparar uno en casa para "una comida romántica". "Nos decidimos por una sencillita a la par que rica: pechugas a la sidra. Todo empezó bien, pero cuando incorporamos la sidra, la salsa comenzó a desprender un olor bastante vomitivo, y digo esto, porque es a lo que olía. Fue imposible probar una cucharada del mismo puesto que en el momento que me acercaba a la sartén mi cuerpo respondía con arcadas. Tiramos la salsa e hicimos las pechugas con una salsa de mostaza. Creemos que fue la sidra. Tal vez El Gaitero no es la mejor opción".
Contra la creencia popular de que cualquier bebercio sirve para cocinar, una sidra o un vino baratuzos pueden arruinar un plato. No hace falta un Vega Sicilia, pero mejor evitar marcas chungas y estirarse un poco sobre todo cuando el líquido tiene un papel protagonista en la receta.
Arroz ardiente
Javi nos manda un par de desastres acaecidos en su cocina. "En una ocasión, con unos amigos, decidí hacer un arroz seco con tomate y pollo. Como a todos nos gustan los sabores fuertes, decidimos añadirle algo picante, y un amigo sugirió unas guindillas que cultiva su padre en la huerta. Resultaban ser unas guindillas muy pequeñas, por lo que sin hacer caso a mi amigo, eché una entera a la olla".
"20 minutos mas tarde, el arroz estaba cocido a la perfección (el mejor de mi vida, ni gachoso ni duro) el pollo tenía una pinta espectacular y el color del tomate le daba al plato una imagen muy apetitosa. Primera cucharada: 'Mmm, que bueno ha quedado, aunque no se nota la guindilla'. Segunda cucharada, tercera cucharada y.... ¡fuego! Todos empezamos a beber agua como locos, nos pusimos colorados y nos acordamos del padre de mi amigo y sus guindillas (y mis amigos se acordaron de mí por echarla entera). Era la cosa más picante que jamás habiamos probado, y eso que nos encantan las cosas picantes. Lo mejor su efecto retardado ya que no picaba en la boca, sino en el esófago directamente. Ni los gatos ni los perros se lo comieron".
"En otra ocasión, solo en casa y frente a una desolada y vacía nevera, decidí unir todo lo que tenía para hacer una ración decente sin tener que ensuciar muchos cacharros. Medio bote de tomate frito, una lata de maíz, 2 huevos, 6 croquetas de jamón y un poco de pollo en salsa que sobró del dia anterior. Una vez deshuesado el pollo procedí a juntarlo todo en una sartén para crear la mayor repugnancia que el ser humano ha conocido".
Como se pudo ver en la primera entrega de esta serie, las guindillas deben ser usadas con mucha precaución. Si no se han probado antes en otros platos, lo mejor es echar poca cantidad. En cuanto al guarrete de restos, suponer que unas croquetas flotando en una salsa de tomate con maíz van a funcionar es mucho suponer.
Envía tu desastre a elcomidista@gmail.com.
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