Seis vinos tintos navarros más allá del rosado

Un paseo por la Comunidad Foral de Navarra, de ribera a cordillera, ofrece una paulatina transformación: de las tierras bajas, planas, frutales y ribereñas del Ebro a los duros escarpes de los Pirineos. Una riqueza paisajística, climática y edafológica que permite una asombrosa variabilidad de entreverados viñedos cultivados en cinco zonas bien diferenciadas: Ribera Baja, Ribera Alta, Tierra Estella, Baja Montaña y Valdizarbe. En total, 9.362 hectáreas están inscritas en la Denominación de Origen Navarra, con 1.572 viticultores y 83 bodegas, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Juntos conforman el patrimonio vitivinícola que da lugar a una pléyade variada y notable de excelentes vinos, con una larga historia.

Los romanos ya cultivaban vides en esta región, aunque con poca extensión y menor prestigio. Sin embargo, las cosas cambiaron en la Edad Media cuando, gracias a los peregrinos del Camino de Santiago que trajeron nuevas variedades viníferas, y al impulso vitivinícola de los monjes con sus técnicas enológicas, la elaboración de vino se convirtió en una actividad fundamental para la economía navarra, con un importante comercio exterior. Tras el desastre de la filoxera a finales del siglo XIX, se produjo una completa renovación del viñedo, impulsada por la Diputación Foral, aunque algunas pequeñas zonas quedaron a salvo de la plaga donde todavía se cultivan cepas centenarias de pie franco.

Sin embargo, Navarra ha sido conocida por sus rosados fresquitos que van con todo. Una especie de monocultivo que impedía apreciar adecuadamente sus grandes posibilidades vitivinícolas. Las cosas empezaron a cambiar en los años 80 del siglo pasado, cuando la bodega de la familia Chivite lanza su rosado Gran Feudo, que pronto se convirtió en un modelo y le otorgó el liderazgo de esta tipología. Su afán modernizador les lleva a crear la bodega Señorío de Arínzano en la Merindad de Estella, obra del arquitecto navarro Rafael Moneo, dentro de un conjunto monumental cuyos orígenes datan del siglo XI. Otro destacado pionero es Juan Magaña, que sorprendió con un meritorio tinto de merlot elaborado en su bodega de Barillas. Pronto se sumaron a la nueva tendencia otras bodegas, como la histórica Otazu, propiedad de la familia Penso, hoy DOP de Pago, situada en Etxauri, en el límite que roza la zona verde de Navarra. Esta bodega cuenta con una impactante nave subterránea de crianza, fruto del empeño y la ilusión de Pedro Bañales, su entonces audaz gerente.

En 1989, Antonio Sanz convierte en realidad su proyecto de elaborar vino en Navarra, al que se incorporan en 2007 sus hijos.

Finalmente, el paisaje del vino navarro se ha enriquecido con la aportación de viñadores y bodegueros prestigiosos de otras zonas, atraídos por las posibilidades de las viejas garnachas navarras. Como el riojano Juan Carlos López de Lacalle, de Artadi, con su bodega Artazu, creada en 1996; o Raúl Pérez, que ha tomado las riendas de Domaines Lupier, bodega creada en 2008 por Elisa Úcar y Enrique Basarte. Hay que destacar también la labor de Gonzalo Celayeta, infatigable recuperador de viejas garnachas, que simultanea la dirección de su bodega con el asesoramiento al prometedor Proyecto Unsi, formado por viticultores de la zona. Lo que comenzó a finales del siglo pasado es hoy una esperanzadora realidad. Según datos del Consejo Regulador, los vinos tintos suponen el 57% mientras que los rosados el 25%. Por cierto, casi el 74% nos los bebemos los españoles. Pero todavía queda un buen trecho hasta mejorar una imagen poco propicia y superar definitivamente las reticencias de una parte importante de viticultores y bodegueros, principalmente cooperativas. Esperemos que el ejemplo de quienes apuestan por la máxima calidad y sus tesoros ampelográficos, como estos seis tintos ejemplares, sirva de estímulo.

DOMAINES LUPIER EL TERROIR 2019

UNSI FINCA LASIERRA 2017

SANTA CRUZ DE ARTAZU 2023

CHIVITE COLECCIÓN 125 2021

EL DUENDE 2021

VIÑA ZORZAL CUATRO DEL CUATRO 2022