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El estafador de los estafadores: engañar a compradores de billetes falsos con imitaciones “de Monopoly”

Un chico de 21 años ofrecía en sus redes sociales fajos que parecían reales con envíos contra reembolso, pero lo que mandaba eran burdas imitaciones. En un mes ganó 20.000 euros

En foto, parte de los billetes falsos preparados para el envío. En vídeo, las publicaciones en redes sociales en las que promocionaba sus envíos.
Patricia Peiró

Su experiencia empresarial fue tan breve, como intensa e ilegal. J. un chico de 21 años de Madrid, llevaba un mes entrando y saliendo de diferentes oficinas de paquetería por diferentes puntos de la ciudad. Se movía con su BMW y sus gafas de Gucci moviendo sobres de un lado a otro. Los destinatarios de los sobres eran compradores que habían adquirido supuestamente 500 euros en billetes falsos de gran calidad, a cambio de pagar 150 euros por el envío contra reembolso. Pero cuando abrían los sobres, apenas contenían tres billetes de 20 euros, burdas copias de los reales, que no habrían colado por reales ni a un niño. Pero ¿qué estafador va a ir a la policía para denunciar que le han estafado? El negocio de J. era casi perfecto, había ganado 20.000 euros en apenas un mes de actividad ilícita. Hasta que dieron con él.

A través de una cuenta de Instagram y varios canales de Telegram, J. había comenzado a captar clientes interesados en tener fajos de billetes falsos de 20 y de 50 euros. Según sus publicaciones, en las que aparecían sus manos acariciando fajos y fajos con fondos musicales, prometía una calidad perfecta y una entrega segura. En un intento de camuflar la ilegalidad, anunciaba su oferta como dinero “para usar en películas y videoclips” acompañado de un emoji de una cámara de cine. “Más info en la bio”, escribía. “Envíos seguros en 48 horas”, prometía. “No se aceptan más pedidos por exceso de demanda”, especificaba en otra imagen. Con apenas cuatro publicaciones alcanzó 1.800 seguidores. 1.800 clientes potenciales. Los mensajes privados no tardaron en llegar y su negocio comenzó a florecer. Los paquetes que ofrecía iban desde los 150 a los 300 euros, dependiendo de la cantidad que se solicitara.

Con los primeros pedidos, realizó él mismo otro por su lado. Adquirió por Aliexpress una caja de billetes falsos, que en ningún caso podrían hacerse pasar por unos reales. Eran más pequeños, una de las caras no se correspondía en absoluto a los de verdad y el tacto era totalmente distinto. Eran esas copias burdas las que iba a enviar a sus clientes. Obviamente, no eran las que mostraba en sus vídeos. “Eran como de Monopoly, como de juguete”, cuenta una fuente cercana a la investigación que hizo caer el pequeño y reducido imperio de J. Para cobrar exigía envíos contrareembolso, aquellos en los que el receptor paga cuando recibe la mercancía. “Cuando vas a recibir algo ilegal, no te pones a abrir el paquete delante del repartidor o en la propia oficina, así que cuando abrían el sobre y se daban cuenta del engaño, ya habían pagado”, explican estas mismas fuentes.

Para cobrar sus ventas, el joven emprendedor había abierto una cuenta en Lituania, porque varias de las oficinas con las que había operado, entre ellas algunas de Correos, le exigían transferirle el pago a una cuenta y comprobó que las cuentas en ese país son más difíciles de rastrear. Sin embargo, la de Usera, en la que finalmente fue detenido, era su favorita porque le daban el dinero en metálico. Las últimas veces que utilizó sus servicios, los dependientes habían comenzado a sospechar porque les habían llegado quejas de los receptores. Solo en un mes, había realizado 40 envíos solo en ese establecimiento.

Cuando fue arrestado, en el maletero del coche llevaba una caja con 34 sobres de color marrón que contenían los billetes de 20 euros falsos y 76 impresos de etiquetas de envíos ya efectuados. “Películas y vídeos”, ponía en el remitente, todo con el objetivo de que simulara una empresa legal. El detenido también llevaba encima 500 euros en metálico. “Ella no tiene nada que ver”, fue lo primero que declaró a los agentes de la policía municipal nada más darle el alto. Se refería a una chica que le acompañaba en el vehículo. “Los billetes son de atrezzo, no es delito”, fue su segunda frase.

“Es la estafa perfecta, ¿cómo vas a ir a una comisaría a denunciar que ibas a comprar billetes falsos y lo que te han enviado son billetes, pero muy falsos?”, recalcan fuentes policiales. Además, nunca había contacto directo entre el comprador y el vendedor, más allá de un irrastreable chat de Telegram o de Instagram. Cuando le detuvieron, el chico contó todo con detalle, no se dejó prácticamente nada. Explicó a los agentes, además, que se había asesorado con un abogado sobre las posibles consecuencias de lo que estaba haciendo y que este le había explicado que si la copia era muy burda, no le podían acusar de falsificación de moneda. Este supuesto letrado era el que le había indicado también que era muy improbable que el perfil de sus clientes fuera el de alguien que fuera a denunciar un timo así. Al joven ya le constaban antecedentes policiales, aunque no relacionados con el delito por el que se le detuvo en esta ocasión.

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Quién sabe hasta dónde podría haber expandido sus redes comerciales si no le hubieran pillado in fraganti al mes de comenzar su andadura empresarial con apenas 21 años.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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