El terror de los ‘camellos’ motorizados del centro de Madrid
Los policías Elías y Pedraza son especialistas en detectar las formas más ingeniosas de ocultar droga en vehículos; incluso son conocidos entre los delincuentes, que se avisan para evitarlos
La bruma se extiende por el paseo del Prado en Madrid, mientras un policía registra de forma concienzuda un coche gris a un lado de la glorieta de Atocha. “Ya me habían dicho que no pasara por aquí, que estaba el de Cuba”, comenta el conductor. El de Cuba es el agente Pedraza, que sonríe ante el comentario. El que inspecciona con una pequeña linterna el vehículo es el oficial Elías. Cuba es un barrio de la localidad colombiana de Pereira, en el que el narcotráfico es el pan de cada día. En realidad, Pedraza no es de allí, sino madrileño, pero se ha convertido en una broma habitual entre aquellos que se dedican habitualmente a mover droga por el centro de Madrid en coche.
“Empezamos a hacer el comentario de que yo era de allí y ya se han quedado todos con eso”, explica el agente. Estos dos policías municipales se han especializado de una forma casi quirúrgica en detectar las formas más ingeniosas de ocultar droga en los coches y motos. Esta noche de jueves, los ocupantes de este vehículo, en el que portaban documentación de un juzgado por delitos contra la salud pública (tráfico de drogas) se han salvado. Los agentes solo encuentran una billetera con 120 euros, el precio habitual de dos gramos de cocaína.
No es la primera vez que un conductor sospechoso al que registran les reconoce que ya le habían hablado de ellos. “Alguno nos ha dicho: ‘Creía que era una leyenda, pero ya veo que existís”, indica Pedraza, al que un narco ha llegado a echar mal de ojo en una santera. Tienen hasta un mote: el Canoso y el Calvo. En lo que va de año, la Policía Municipal ha detectado 42 caletas en el centro de Madrid. Así es como se conoce a los agujeros que utilizan los camellos para ocultar el producto en los vehículos. “Cada vez pillamos más, pero no sabríamos decir si es porque hay más o porque a nosotros se nos escapan menos. Yo creo que ahora es casi imposible que se nos escape algún agujero, igual hace tres años nos comíamos muchas”, explica Elías.
Recuerdan, por ejemplo, a un conocido alunicero al que paraban muchas veces, pero nunca encontraban nada. Hasta que se toparon con él cerca de la glorieta de Bilbao hace unos meses, ya con todos los conocimientos que han adquirido ahora. Él trató de escapar, pero lo interceptaron y descubrieron la caleta en el Megane. Ese día estaba vacía. “Creemos que estaba esperando para recibir la mercancía”, puntualiza Elías. Su catálogo es interminable. En la calle Serrano, detectaron recientemente a un elegante comprador a punto de pagar a su proveedor, sentados en un Citroën C3. El escondite de la droga se abría activando a la vez el freno, el intermitente y el bloqueo de puertas.
Todo comenzó en 2018, cuando detuvieron a un conductor para inspeccionar su coche en plaza de España. “Olía a marihuana que mataba, pero lo registrábamos de todas las formas posibles y no éramos capaces de encontrarla. Y yo venga a entrar, salir, acercar la nariz a las rendijas de aire acondicionado...”, prosigue el policía. Finalmente y tras un concienzudo registro, detectaron el mecanismo que activaba la apertura de la caleta: estaba en el cuentakilómetros. “Lo llamamos el juego del frío, caliente”, bromea Pedraza. Desde entonces han visto decenas de modos de esconder la droga. Ninguno igual. “El que lo hace se siente como un artista, no hace dos caletas iguales. Una se abre metiendo la tercera a la vez que presionas un botón, otra dándole a la palanca del asiento...”, explican.
Los agentes muestran una grabación de una caleta que encontraron recientemente en un Smart. Se ve cómo pasando un imán por un punto concreto al lado del asiento del conductor, se oye un clic que activa una abertura en el asiento del copiloto. “Esa fue bastante increíble, tenía un hueco enorme, donde cabían varios kilos de droga. Ese día le pillamos con 150.000 euros. Pero es que tú mirabas por debajo y era imposible darse cuenta, las soldaduras intactas, el plástico del coche original... Había que saber el punto exacto por el que pasar el imán”, recuerda con una mezcla de admiración por el mecánico que lo llevó a cabo y orgullo por haberlo pillado.
Esta pareja de agentes, que lleva 15 años en la comisaría de Centro, ha desarrollado un modo particular de trabajar. Mientras Elías registra, Pedraza habla tranquilamente con los ocupantes del vehículo. “Si me miran a los ojos, seguramente no haya nada, pero si se ponen nerviosos y miran a Elías a la vez que les pregunto, vamos teniendo sospechas”, explica Pedraza. “Ahí es cuando él me dice: ‘100 de 100, mira bien”, completa Elías. Son pocas veces las que se equivocan.
En el bullicio de esta noche de jueves, avanzan lentos entre el mar de coches que circulan por el centro. Buscan una aguja en un pajar. “En general, los traficantes buscan vehículos de los que llamamos grises, en los que no te fijas, y de gama media baja”, explica Elías. Se cruzan con un Smart que les llama la atención en el paseo del Prado. Lo paran a un lado y comienzan con su técnica: Pedraza habla con el conductor y Elías saca su potente linternita y empieza a buscar algo sospechoso.
Dos peluches de Micky Mouse en el salpicadero son testigos silenciosos del registro. Con un ágil movimiento, Elías desmonta una parte del asiento del copiloto, ve que en el hueco de la batería no hay nada y que no hay nada fuera de lugar. Conoce tan bien la anatomía de las diferentes marcas de coche, que da la impresión de que podría registrarlos con los ojos cerrados. En cinco minutos, el conductor que ha contado tranquilamente a Pedraza que lleva más de 20 años en España, puede seguir su camino.
Cuentan que otra de las pistas son los cortes en las alfombrillas del coche y que trucar los frenos “es algo muy recurrente”. Mientras lo relatan, prosigue la patrulla en coche por el centro. Interrumpen un momento la conversación para amonestar por el altavoz que llevan a un conductor que iba demasiado rápido: “¿Pero no ve a la velocidad que va?”, le reprenden.
Desde que reabrió el ocio nocturno, el tráfico de drogas ha vuelto a los niveles prepandemia, aseguran. “En realidad nunca ha llegado a decaer, no te imaginas la de cosas que pillamos incluso durante el confinamiento”, señala Elías. En los meses más duros de las restricciones, los agentes detectaron que los camellos utilizaban a los repartidores de Glovo para enviar su mercancía. “Los pobres chavales no sabían nada. Acabamos firmando un convenio con la empresa para obligarles a facilitarnos los datos del punto de recogida y el de entrega, para perseguir a los verdaderos responsables”, añade el agente. Elías y Pedraza acabaron siendo viejos conocidos de don Milagros, un narco colombiano detenido hace unos meses acusado de ser el líder de la red más importante de telecoca. A uno de sus peladitos —como llaman a los integrantes del escalón más bajo de estas organizaciones— le encontraron la droga oculta en unos auriculares bluetooth y a otro, metida en el cabezal de un enchufe.
No existe un perfil determinado entre los camellos, pero sí algunos rasgos comunes. Fue el propio Elías el que cruzó los datos de los puntos en los que se incautaban drogas en los vehículos y los comparó con el punto de origen de los detenidos. Así aprendieron más sobre su modo de operar. “Ellos dejan la gran mayoría del producto en guarderías [almacenes] fuera del centro. En Loeches, por ejemplo. Cuando tienen que repartirlo, cargan, ponen el GPS y lo llevan. Ellos suelen ser de zonas del extrarradio”, explican los policías. Al usar el dispositivo de navegación, es habitual que este les guíe por las arterias principales de la ciudad, por eso Gran Vía, el paseo del Prado, Recoletos o Atocha son sus rutas habituales. “A veces pillamos a los paqueteros, los que transportan un kilo o dos, y otras veces al que lleva el producto al consumidor final, con poca mercancía”, detallan.
Han desarrollado tal olfato para saber cuándo un coche lleva escondida droga que incluso la Guardia Civil les contacta algunas veces para ayudarles a registrar los vehículos que incautan. Además, dieron este verano un curso a 1.400 agentes de su cuerpo.
Acaba la noche, esta vez no ha caído ninguna caleta. “Depende del día, la semana pasada encontramos dos en un turno”, apunta Pedraza. Seguramente, en el momento en el que dice eso, alguien está trucando un coche a las afueras de Madrid para inventar un nuevo modo de ocultar droga en el asiento trasero. Los policías Elías y Pedraza están preparados para que llegue a sus manos.
Suscríbete aquí a nuestra newsletter diaria sobre Madrid.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.