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Una moto pintada en las camisas de Jorge Juan

La firma Scotta 1985 se ha convertido en una de las más florecientes de la moda masculina y ha conseguido remontar la crisis del coronavirus creciendo en ventas

Carlos Serra, fundador de la marca Scotta 1985, en su tienda de Jorge Juan, 31.
Carlos Serra, fundador de la marca Scotta 1985, en su tienda de Jorge Juan, 31.Víctor Sainz
María Porcel

Carlos Serra, de 40 años, juguetea con la Vespa de la entrada de la tienda de Scotta 1985 (Jorge Juan, 31) siguiendo las peticiones del fotógrafo. “Funciona, ¿eh?”, dice, mientras entre los dos incorporan el vehículo rojo, que ha resbalado hasta casi, casi chocar con las alfombras del suelo. La moto es la protagonista. No esa en concreto, sino las cientos que se encuentran en toda la tienda. Camisas, polos, sudaderas infantiles, alpargatas... el ya célebre logo de Scotta invade el lugar. Pero también llena las calles aledañas y otras madrileñas. “La marca de la moto” se ha convertido en un referente en la ciudad.

Ya sin la presión de los focos, Serra (vestido de su marca de la cabeza a los pies, literalmente; las motitos de sus calcetines le delatan) cuenta que el suyo se ha convertido en un caso de éxito y casi de milagro; doble éxito, por tanto. Su marca se vio aquejada de graves problemas financieros por la pandemia. Entonces él y sus socios decidieron capearlo de la peor manera posible: endeudándose aún más. Resultó ser la mejor. Esos créditos ICO, esas ayudas, les dieron una segunda vida. Tanto que cuando el contable le iba contando sus mejoras, mes a mes, no terminaba de creérselo. “Te fallan los números’, le decía yo”.

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Cuando Scotta era Backslide

Pero empecemos por el principio, cuando Scotta no era Scotta sino Backslide y su jefe no era Carlos sino Nacho Ruiz, su íntimo, amigo y compañero, precisamente el que empezó pintando motos en los márgenes de los apuntes. Ellos tenían esas Vespas “restacadas de los padres, con una segunda vida” en sus garajes sevillanos. Serra se unió pronto a la idea de Nacho: algo tan sencillo como “comprar camisetas y serigrafiarlas”. “Las vendía en su casa y en la boutique que tenía su madre”, cuenta de aquellos tiempos, hace ya 18 años. Entonces fue, con el negocio floreciendo y sin parar, cuando decidieron montar su propia marca, ya algo real. Aquello ya era 2006 y “sin tener ni idea” juntaron 15.000 euros y se fueron a buscar proveedores, sobre todo a Portugal, de donde volvían con los coches cargados de prendas. “Año tras año se duplicaba la facturación con respecto al anterior”, relata Serra, todavía sorprendido por aquellos tiempos.

Productos de la marca Scotta en su tienda de Jorge Juan, 31.
Productos de la marca Scotta en su tienda de Jorge Juan, 31.Víctor Sainz

De lo que se dieron cuenta entonces, y siguen manteniendo ahora, es de que en sus prendas lo que primaba y lo que busca el público (que repite) es la calidad. Un algodón que aguante. Un estampado que no se vaya. De hecho, defiende Serra, ese es su verdadero compromiso con la sostenibilidad: el largo ciclo de vida que tienen las prendas. Cita grandes marcas de ropa masculina, nombres fuertes del mercado con precios más elevados, y afirma que quizá mejor no, pero que peor no son, ni de lejos. Algo que, en cambio, les penaliza en otro aspecto que ya se toman con humor: el escaso triunfo de su línea femenina. “Hemos tenido prendas, claro que sí, pero al final las mujeres usáis muy poco un polo, por ejemplo, entonces con tener tres os duran 20 años y claro...”, cuenta resignado Serra. Sí que juegan con las tallas, por ejemplo en sus afamadas y resistentes alpargatas made in Spain: las tallas de niños acaban en el 39, la de adultos empieza en el 40. Hay para todos los públicos y muchos para ellas.

“Muy honesta”, “sincera” es la descripción sobre su marca que repite una y otra vez Serra en la conversación. Reconoce que no hacen demasiados descuentos porque tienen márgenes pequeños. De hecho, cuenta por ejemplo una anécdota de hace unos años: “La empresa nos llevaba a nosotros. En 2012 vendimos muchísimo... y cobramos poquísimo. Ahí notamos la crisis. Los proveedores dejaron de pagarnos a los pequeños, a nosotros: tuvimos un 35% de impagos”. Pero son los suficientes como para haber abierto ya tres tiendas más (en modelo de franquicia porque, afirma, por el momento no se pueden permitir otra cosa), y también en espacios multimarca y en un puñado de córners en la principal cadena de centros comerciales del país, algunos montados con sus propias manos, como parte de estas bambalinas/oficinas/almacén de la tienda de Jorge Juan donde se hace la entrevista.

Ese crecimiento les hizo llegar a la pandemia en estado de gracia. Nuevas oficinas, equipos, personal... y entonces, la parálisis. “No podía echar a la gente a la calle, no podía”, recuerda Serra. “Decidimos hacer un ERTE muy pronto. Pero lo vimos pronto: esto es la quiebra. Y entonces fue cuando dije: ¿y si debo el doble? Era crecer o morir con las botas puestas”. Por si fuera poco, tuvieron la web, el único canal posible, hackeado durante mes y medio. Estaban a menos de cero. Acabaron el año con un 10% de crecimiento respecto al anterior. No se lo creían. Pero su esfuerzo había valido: sus empleados y sus clientes estuvieron ahí. Y todo, como dicen ellos, gracias al boca a oreja y de una inmensa fidelidad, “de más del 90%”, llegan a asegurar, por parte de sus clientes. Aquellos que les compraban cuando traían los maletones cargados de Portugal no han dejado de hacerlo. Siguen compartiendo juntos el sillín de la moto.

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Sobre la firma

María Porcel
Es corresponsal en Los Ángeles (California), donde vive en y escribe sobre Hollywood y sus rutilantes estrellas. En Madrid ha coordinado la sección de Gente y Estilo de Vida. Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual, Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, lleva más de una década vinculada a Prisa, pasando por Cadena Ser, SModa y ElHuffPost.

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