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Costello Club: una conspiración contra el aburrimiento

Madrid ha sido una ciudad con clubs selectos destinados a ambientes exclusivos y Costello Club, cerrado desde el estallido de la pandemia, ha sido el hogar canalla de la música ‘indie’

Costello Club, en Madrid.
Costello Club, en Madrid.
Fernando Navarro

Ser VIP siempre ha tenido su punto. Algunos lo saben tanto que parecen haber nacido para ello. Piensen en Henry Hill, tirando de la mano de Karen y entrando al famoso Copacabana al ritmo juguetón y contagioso de las Crystals, durante ese magnífico plano secuencia de tres minutos en Uno de los nuestros. La risa tonta de Ray Liotta y los ojos asombrados de Lorraine Bracco, en el papel de esos personajes célebres de la película de Martin Scorsese, esconden las dos caras de lo que significa pertenecer a un club selecto: la del que se sabe VIP y ríe y la del que no entiende nada y simplemente observa.

Los negacionistas del coronavirus son los nuevos VIP en este mundo patas arriba. Forman parte de un club exclusivo del conocimiento, que cuenta con información privilegiada sobre el engaño que supone esta pandemia. Piensan distinto, caminan distinto, dicen cosas distintas… Son auténticos escogidos para destapar las mentiras y el complot del sistema.

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En Madrid se juntaron cerca de mil el sábado en una marcha convocada por expolicías escépticos. Como se pudo leer en las páginas de este periódico el lunes en un reportaje firmado por Juan Diego Quesada, estos difusores de tesis conspiranoicas, aparte de existir, siempre saben lo que dicen para desmantelar la estafa del covid-19. Y dicen cosas como que “grandes corporaciones químicas se están dedicando a la fabricación de venenos”, a “modificaciones del ADN”, al uso del “polisorbato 80 con brutal mortalidad” o a la transmisión del virus por el famoso 5G. Incluso, por saber, saben que “los hospitales realmente están vacíos”.

Hubo un tiempo que ser VIP en Madrid era mucho menos conspiranoico, aunque no menos divertido. La capital siempre ha sido un territorio de locales privados destinados a alejarse de lo típico, ofreciendo ambientes distintos y exclusivos. Locales que, inspirados en los clubes ingleses y estadounidenses, no salen en las guías y se accede a ellos por estricta invitación de un socio. Están los existentes para la pompa de la jet set, como el Cha Chá The Club, el Club Financiero Génova o El Matador, pero también otros más de batalla, destinados a la noche madrileña canalla estirada hasta el amanecer. Son clubs que, además, se esfuerzan por mantener su privacidad. Es, por ello, que es mejor dejarlos en el anonimato.

En los alrededores de Tirso de Molina, se esconde uno de los mejores bajo una atmósfera de jazz. En algunos de sus rincones la gente fuma marihuana, algo que es norma en algún fumadero clandestino de Lavapiés. En el barrio más cool del mundo, según la revista Time Out, también se abrió antes de la pandemia un elegante speakeasy con ambiente castizo e incluso hay un club nudista. Por La Latina, descansa otro, en la planta baja de un edificio, con un ambiente íntimo con grandes sofás. Aunque más recogido es uno en la zona de Malasaña, camino de Gran Vía, donde paraban muchos músicos del indie español y que acabó convirtiéndose en lugar mítico y salvaje.

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De ese último llegaban muchos que venían de Costello Club, garito fantástico que siempre ha ofrecido la sensación de ser VIP sin necesidad de serlo. Abierto en octubre de 2005, Costello Club se hizo rápidamente el local del mundo de la música en Madrid hasta el punto de que a la semana de inaugurarse aparecieron por ahí los Strokes. Por allí, desde el primer día, era normal encontrarse tomando algo a Leiva, Bunbury, Quique González, Iván Ferreiro, Carlos Tarque, Sidecars, Xoel López, Coque Malla, Zahara, Ángel Stanich, Morgan, Vetusta Morla... “Es más fácil decir los músicos que no han ido que todos los que han ido”, explica Daniel Marín, fundador del club junto a su hermano Paco.

Ubicado en la calle del Caballero de Gracia, al lado de Montera, el local, que ha sido característico por abrir por la tarde y tener un gran ventanal que daba a la calle, lleva cerrado desde el estallido de la pandemia. Por este sitio refinado, con dos ambientes, uno en cada planta, se ofrecían conciertos de grupos emergentes, convirtiéndose en una importante cantera de la ciudad con esa planta sótano recordando a The Cavern, a la vez que había sesiones de Dj con el espíritu de “catalizar relaciones” que inundaba todo.

En palabras de Dani: “Aquí no solo venían los que eran músicos sino también los que querían serlo y todos lo que giran en torno a la música: productor, instrumentista, manager…”. También fans, “muy respetuosos” que entendían “la intimidad de los músicos”. Tal es así que una noche apareció el futbolista Xavi Alonso y la gente se le acercó a pedir autógrafos y fotos, pero nadie molestó a los muchos músicos que había. “Es un código no escrito del Costello: a los músicos se les deja a su bola”, explica Dani. Y otro código, que siempre ha sido cierto en este bar de rock and roll y chupitos: “Lo que pasa en Costello se queda en Costello”.

No hay nada más VIP. Porque, puestos a tener que vivir en un mundo de conspiraciones, qué mejor que cuando conspirábamos contra nosotros mismos y el temible aburrimiento.

Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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