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Cuando los libros se convierten en enfermeros

Ana María Ruiz montó una biblioteca en Ifema para combatir la soledad de los pacientes

Ana Mª Ruiz, enfermera del SUMMA 112, creadora de la biblioteca del hospital de Ifema durante la pandemia y ganadora del premio literario Feel Good.
Ana Mª Ruiz, enfermera del SUMMA 112, creadora de la biblioteca del hospital de Ifema durante la pandemia y ganadora del premio literario Feel Good.KIKE PARA
Idoia Ugarte

“Cuanto entré en Ifema todo era gris y oscuro, solo oía toses y lamentos. Había poquísimo personal porque habíamos llegado los que estábamos disponibles. En seguida empecé a atender nerviosa a los pacientes porque tenía tantos que no me iba a dar tiempo a hablar con ellos”, cuenta Ana María Ruiz López, enfermera del SUMMA 112, que en su primera noche de apertura del recinto ferial estuvo a cargo de 63 personas junto a otra compañera. Lo que más le impresionó fue la soledad que sentían estos pacientes y el hecho de no poder cuidarlos a un nivel más humano. Pero se le ocurrió una solución sencilla: llevar lecturas que les brindaran la compañía que ella no podía del todo ofrecer. “Los libros son enfermeros en potencia”, declara.

En los momentos de mayor adversidad, la gente buena siempre aparece para recordar que incluso en medio de una crisis sanitaria afloran cosas bonitas. Ese era el objetivo de Ana María Ruiz con Libros que salvan vidas, un compendio de historias reales que muestran el lado más positivo de Ifema, el hospital de campaña que se habilitó en un tiempo récord para aliviar el colapso que sufría la sanidad madrileña durante los primeros, y más duros, meses de la pandemia.

Vista general del Hospital de campaña Ifema en abril de 2020
Vista general del Hospital de campaña Ifema en abril de 2020Daniel Gonzalez (GTRES)

La autora estuvo en Ifema desde el primer día y su libro, a la venta el 11 de noviembre, ha recibido este miércoles el Premio Feel Good de Plataforma Editorial y la Fundación “la Caixa”, dotado con 5.000 euros. “Se lo dedico a todas y cada una de las víctimas de la covid, pero no solo a los fallecidos, sino a toda la gente que ha sufrido los efectos colaterales”, comenta consciente de la tristeza y la ansiedad que padecen aquellas familias que han perdido a un ser querido.

Ana María Ruiz recuerda que lo primero que hizo al terminar su turno aquel 24 de marzo fue escribir a las 17 mujeres que conforman el club de lectura al que asiste con regularidad para que se encargaran de recopilar libros. Ella los iba metiendo en su coche para que guardasen cuarentena hasta tener el permiso de su supervisor. El 30 de marzo ya pudo montar la biblioteca en Ifema, con más de 100 libros que trasportaba en un carrito de supermercado.

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“A las tres o cuatro de la mañana se empezó a acercar la gente que estaba desvelada. Como durante el día se aburrían se echaban cabezadas y luego les costaba conciliar el sueño. Me pasé toda la noche aconsejando libros que encima había leído”, explica esta amante de la lectura, que al comprobar el éxito que había tenido su iniciativa no dudó en escribir al resto de los sanitarios por el grupo de WhatsApp para que trajeran al día siguiente un par de libros cada uno. La respuesta fue inmediata y abrumadora.

“Para mí no ha sido la cantidad de libros sino la calidad de la gente que los ha mandado: la Politécnica, Bibliometro, un montón de editoriales… Empezaron a llegar libros a lo loco y he recibido hasta paquetes de Amazon a mi nombre. Nunca pensé que este proyecto se podía hacer tan grande. Pedimos más carros y los colocamos estratégicamente para que cuando los pacientes fueran al baño se encontraran con la biblioteca”, explica Ana María Ruiz, entre risas.

Una de las historias que más sorprendió a esta enfermera de 41 años nacida en Ciudad Real, cuya vocación le viene desde niña, fue la de un chico que estaba enfadado con ella y con la vida: “Era un joven que pasaba absolutamente de mí y no era muy agradable. Hay que respetar también esa descarga emocional que hacen. Le llevé al baño y tras mucho insistir le convencí para que cogiera El principito. Me encargaba de ir a verlo para ver si le había gustado. Mi sensación fue que le había cambiado hasta el carácter. El principito tiene tantas frases motivadoras y tuve la suerte de que se encontraba ahí”. Añade además que ese pequeño libro le sirvió para entablar conversación con el paciente de al lado, algo que le ayudó a quitarse la soledad con la que ella lo encontró.

Ifema es muy grande y nosotros desde lejos no llegábamos a percibir la situación de cada uno, pero lo que sí veíamos era el brazo alzado de su compañero que te avisaba de que algo pasaba

Ana María Ruíz podía haber contado que llegó a colgar los sueros en palos de escoba, pero en contraposición a ese drama ha preferido mostrar la solidaridad que se despertó en el recinto. “Había personas que cuando alguien tosía o se revolvía se levantaban de su cama para que les viéramos. Ifema es muy grande y nosotros desde lejos no llegábamos a percibir la situación de cada uno, pero lo que sí veíamos era el brazo alzado de su compañero que te avisaba de que algo pasaba”, apunta esta enfermera a la que todavía se le ponen los pelos de punta cuando rememora esos momentos.

La gente en Ifema comenzó a leer y a entretenerse porque no tenían ni televisión ni radio como en cualquier habitación de hospital. Muchos de ellos nunca habían empezado un libro. “En el primer módulo habilitado no había ni enchufes. Nos daban los bomberos unas alargaderas kilométricas y ahí cargábamos tres o cuatro teléfonos para que los pacientes pudieran mantener un contacto. Yo apuntaba en mi chuleta quién tenía móvil y cuántos días llevaba sin hablar con la familia. Es la importancia de la humanización en los cuidados”, recalca Ana María Ruiz.

Libros que salvan vidas es también un homenaje a la lectura como un acto que ayuda a calmar los nervios, a evadirse de los problemas cotidianos, a aprender y a viajar a otros lugares. Los beneficios son inmensos y no solo en un contexto de enfermedad, asegura Ana María Ruíz, que comprobó cómo los libros servían de empuje a los pacientes cuando se encontraban mejor.

“Leí que cuando Van Gogh creó La noche estrellada estaba en un sanatorio hospitalizado por una crisis mental. Pintó las estrellas que veía desde su ventana, que tenía barrotes, pero los obvió. Yo hago lo mismo con este libro, lo que cuento son historias que animen y saquen una sonrisa, porque de verdad que han pasado cosas muy bonitas en Ifema”, concluye.

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