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Pilar Dasí, encerrada en el Patronato de Protección a la Mujer: “Había sadismo; fue una salvajada del franquismo”

La psicoanalista relata su estancia en un reformatorio, hoy olvidado, al que le envió su madre cuando tenía 19 años sin cometer ningún delito, solo por transgredir la moral de la dictadura

María Palau Galdón Marta García Carbonell
Pilar Dasí, frente a la residencia Madre Sacramento, en la calle de Hernán Cortés de Valencia, que en el franquismo fue sede del Patronato de Protección a la Mujer.
Pilar Dasí, frente a la residencia Madre Sacramento, en la calle de Hernán Cortés de Valencia, que en el franquismo fue sede del Patronato de Protección a la Mujer.Mònica Torres

Pilar Dasí recuerda a la perfección el día que fue al cine con su marido y su hija a ver Las hermanas de la Magdalena (2002): “No podía hablar; horas y horas llorando”. La película narra el internamiento de tres jóvenes en uno de los asilos de las Lavanderías de la Magdalena en Irlanda. “Tenía una congoja, es lo que yo viví”, zanja. La cinta dirigida por Peter Mullan hizo aflorar el dolor de unos recuerdos que guardó bajo llave en un cajón silencioso de su memoria: “Esto ni se me había ocurrido que lo podía contar nunca. ¿Cómo lo cuentas? ¿Te van a creer?”.

Con “esto” se refiere al encierro contra su voluntad por transgredir la moralidad impuesta durante la dictadura franquista. No hubo juicio. No cometió ningún delito. Su conducta, entendida como un pecado, y una decisión materna bastaron para privarla de su libertad.

Tenía 19 años cuando fue internada en uno de los reformatorios del Patronato de Protección a la Mujer, una de las instituciones más longevas y desconocidas del franquismo. Fundada en 1941 para “la dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación y apartarlas del vicio”, se creó para perseguir y castigar aquellos comportamientos que cuestionaran las normas morales implantadas. En definitiva, para ejercer un férreo control patriarcal sobre aquellas muchachas que desafiaran el modelo único de mujer que las obligaba a actuar como esposas, madres y cristianas ejemplares.

Pilar atiende a EL PAÍS en su casa, respaldada por su hermana Neli y su amiga Carmen Monzonís. Más allá de su círculo más cercano, jamás había pensado en compartir su experiencia. Hoy tiene claro que “lo que importa es el testimonio más que el testigo. Yo soy testigo de esto; pero lo que pretendo que creáis es el testimonio, no a mí”. “Te maltrataban, había sadismo”, externaliza. El Patronato, continúa, “hay que situarlo en su contexto como una extralimitación del franquismo de forma muy salvaje”. El organismo, activo hasta 1985, sobrevivió a la muerte del dictador.

Pilar Dasí muestra su carnet de estudiante.
Pilar Dasí muestra su carnet de estudiante. Mònica Torres

Pilar nació en 1951 en el seno de una familia represaliada. Comenzó a trabajar en una gestoría y, posteriormente, consiguió un empleo en Ascensores Carbonell como administrativa. Su adolescencia estuvo marcada por “muchas broncas” en el entorno familiar. Aquella joven absorta en “un mundo absolutamente cultural” y que “no cumplía ni una norma” topó con una madre obcecada en que volviera pronto a casa. “Yo lo que hacía era estudiar, leer e ir al cine; lo que ocurre es que yo era, voy a decir, salidora”, señala.

Con los años, ha llegado a la conclusión de que “en aquellos momentos la sexualidad de las hijas era inconcebible para las madres”. La historiadora de la Universitat de València Mélanie Ibáñez subraya que “el foco del pecado era el cuerpo de la mujer”. “Las madres se preocupaban por mantener la pureza de las hijas cuando llegaban a adolescentes. Había que tener cuidado, evitar la mirada y el acercamiento a los hombres”, apunta.

La madre de Pilar conoció la existencia del Patronato de Protección a la Mujer a través de una prima de Madrid, Aurorita, “que se arrogó el poder de salvar a las ovejas descarriadas”. Está segura que su progenitora aceptó su encierro para “enderezarla” y “darle un escarmiento”. La investigadora Consuelo García del Cid, superviviente del Patronato, señala que “se sabía qué eran los reformatorios, pero era como un cuento”. El ingreso solía seguir el mismo patrón: “Cuando alguna adolescente generaba problemas, las familias daban con profesores, monjas, curas o médicos que les recomendaba acudir a la institución”.

Varios policías aparecieron una mañana en Ascensores Carbonell, esposaron a Pilar y la trasladaron a uno de los reformatorios del organismo en Valencia. “Vinieron a por mí, todo el mundo alucinó”, reconstruye. El 9 de octubre de 1970 fue internada en el Patronato de Protección a la Mujer con 19 años.

Pilar fue conducida hasta el convento Madre Sacramento de las religiosas Adoratrices. “A mí no me preguntaron nada ni me dijeron por qué estaba allí”, asevera. Décadas después, ignora el motivo –el pecado cometido– para su internamiento. Al autorizar su encierro, sus padres perdieron la patria potestad. García del Cid explica que el Patronato se convertía en “el dueño de las vidas de las jóvenes hasta los 25 años”. “Ya no eran hijas de sus padres, eran hijas del Estado; y el Estado era el Patronato”, clarifica.

A los cuatro días, fue trasladada a otro reformatorio de las Adoratrices en la avenida del Puerto, rehabilitado en la actualidad en un hotel. El establecimiento funcionaba como un Centro de Observación y Clasificación, donde se evaluaba si las jóvenes estaban “completamente limpias” o mostraban “comportamientos homosexuales u otras anomalías de orden mental”. Al escuchar este nombre, Pilar casi se marea: “Observación y vigilancia. Yo no tenía los significantes para nombrar lo que era aquello”.

Emplea las palabras “sórdida” y “oscura” cuando habla de la vida en los reformatorios: “El llanto y el miedo eran el pan de cada día”. Algunas internas “no hablaban con nadie”, otras rezaban, varias “estaban muy mal, sin salida”. Muchas pertenecían a la burguesía valenciana, “hijas de padres muy franquistas, que habían salido díscolas”. Vivían hacinadas en habitaciones compartidas; recibían duchas de agua fría; se alimentaban con una “comida monstruosa, sopa de agua, ajo, pimentón y pan”, y eran obligadas a rezar. “Todo muy tétrico, muy precario. No podías tener nada personal”, dibuja Pilar, que no olvida “el desprecio y la chulería” en el trato de las monjas.

Un grupo de internas en un Patronato de Protección de la Mujer en una imagen del archivo de la Junta de Andalucía.
Un grupo de internas en un Patronato de Protección de la Mujer en una imagen del archivo de la Junta de Andalucía.

Su salida del reformatorio sobrevino de manera inusual. Su “noviete”, más tarde su marido y padre de su hijo, puso al corriente del encierro a Alberto García Esteve, abogado valenciano dedicado a la defensa de personas represaliadas por la dictadura. “Montó en cólera, sabía que la ley era muy antigua y el uso que hacía el franquismo de ella al engañar a las familias”, cuenta. La intervención del letrado significó la libertad de Pilar, tras cuatro meses encerrada.

Pilar todavía se reconcome al pensar que sus compañeras permanecieron encerradas: “Yo salí, pero las demás no salieron”. Impulsada por un sentimiento de culpa, experimentó una especie de “síndrome de Estocolmo” y visitó a las otras internas durante un año aunque reconoce que se sentía “muy impotente”. Poco a poco dejó de acudir al reformatorio, aunque mantuvo la idea de apoyar a mujeres que hubieran superado situaciones similares, lo que influyó en su elección de estudiar Psicología y psicoanálisis. A los 20 años se fue a vivir con su novio, se afilió al Partido Comunista y dedicó su tiempo a todos aquellos estudios a los que se le había negado acceder.

No ha podido borrar la huella que el Patronato dejó en ella. Cada vez que pasea frente al convento de la calle Hernán Cortés recuerda sus meses de internamiento. Se enfada al pensar que “sigue ahí”, aunque aclara que durante la dictadura “no era así”, pues ocupaba toda la manzana. Nunca ha vuelto a entrar. Cuenta que la familia de su marido tenía un chalet cerca del reformatorio que las Adoratrices inauguraron en 1973 en Torrent. Visitar a su suegro “era trágico porque, cada vez que iba, veía a la Madre Sacramento”. Pese a su colaboración con el organismo franquista, las órdenes religiosas apenas han sido cuestionadas.

Algunos años atrás, Pilar y su hermana acudieron a visitar a la señora Manola, una mujer que las cuidaba durante su infancia. “Qué alegría que hayas venido, hija, porque yo te quería pedir perdón”, le dijo la anciana. «¿Perdón por qué?», respondió. «Porque lo que te hicimos a ti no tiene nombre. Tú hacías entonces lo que ahora hacen mis nietos, solo que tú… Siempre estaba esperando volver a verte para decírtelo”, le confesó. Pilar no pudo evitar emocionarse.

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