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análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Repensar la ciudad de los cinco millones

La Barcelona extensa ya no se limita a la primera corona urbana: el gran reto es ahora lograr un modelo de gobernanza y una planificación estratégica que abarque los 199 municipios de la región metropolitana

Milagros Pérez Oliva
La ciudad de Barcelona vista desde el Turó de la Rovira.
La ciudad de Barcelona vista desde el Turó de la Rovira.Massimiliano Minocri

La ciudad es algo más que unas instituciones y unos límites administrativos. Es el conjunto de relaciones e interdependencias económicas, sociales y culturales que se generan en un territorio y desde este punto de vista, la metrópolis de Barcelona hace tiempo que desbordó los estrechos límites de su término municipal para abarcar una realidad urbana cada vez más extensa e interdependiente. Hasta hace poco el marco de referencia de la Barcelona extensa eran los 126 municipios del Área Metropolitana, pero este límite ha saltado también por los aires. Ahora esa red de interdependencias es una región metropolitana que abarca 199 municipios de nueve comarcas y suma 5.420.709 habitantes.

Esa es la potencia con la que Barcelona se proyecta al mundo en un momento de concentración acelerada de la población en grandes conurbaciones. El 60% de la población mundial, unos 2.600 millones de personas, vive ya concentrada en más de 2.000 áreas metropolitanas y se estima que en 2035 serán 3.400 millones. En este contexto, Barcelona no deja de ser una metrópolis pequeña. Cada vez más pequeña, de hecho, según los datos aportados por el geógrafo Oriol Nel.lo en unas jornadas de la Fundación Catalunya Europa sobre la proyección internacional de Barcelona. En 1970, con 3,5 millones de habitantes, la región metropolitana de Barcelona era la número 28 del mundo en población; en el 2.000, con 4,4 millones, la 55 y en 2015, con más de 5 millones, era ya la número 70.

En este mundo interdependiente, el peso demográfico no lo es todo pero cuenta mucho. La ciudad actúa como imán demográfico porque ejerce como polo de oportunidades. Pero difícilmente puede haber proyección internacional sin progreso interno. Richard Florida, uno de los gurús de la competitividad económica, señalaba hace una década que la clave del éxito de una ciudad global eran el talento, la tecnología y la tolerancia. Eso es lo que permitía que florecieran unas clases creativas capaces de dinamizar la economía. Barcelona cumple los tres requisitos, pero como pusieron de manifiesto muchos otros autores, y el mismo Florida acabó reconociendo, no son suficientes para progresar. Se puede ser una ciudad puntera tecnológicamente, creativa y emprendedora, pero invivible por la contaminación, la inseguridad o la desigualdad. Para decirlo en términos simples: la cohesión social es más importante para generar bienestar y riqueza que tener una élite muy emprendedora.

Barcelona necesita repensarse como metrópoli para afrontar los retos que tiene por delante, que pueden resumirse en una creciente segregación social y territorial, con barrios y municipios que concentran tasas peligrosas de vulnerabilidad y procesos de gentrificación que ya no se limitan al núcleo central. Repensar la ciudad extensa es lo que intenta el Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona con el documento Compromiso Metropolitano 2030. Lo más interesante de esta iniciativa es la metodología: un proceso de deliberación en el que han participado todos los actores posibles para definir una serie de objetivos trasversales que tengan capacidad transformadora, siguiendo el modelo de planificación estratégica basado en misiones de la economista Mariana Mazzucato, fundadora del Institute for Innovation and Public Purpose de l’University College de Londres.

El documento formula ocho misiones que tienen como objetivo común reducir las desigualdades sociales y territoriales y afrontar la emergencia climática. Para poder cumplir cada una de esas misiones hay que cambiar muchas cosas. Por ejemplo, la primera misión -que el tejido económico dedique un mínimo del 1,2% del PIB a inversión privada en Investigación y Desarrollo- exigirá aunar muchas voluntades, tanto públicas como privadas. Con la segunda misión, que propugna un salario mínimo metropolitano digno, se trata de garantizar que ese desarrollo se haga con mayor justicia social. Lo mismo ocurre con la misión de reducir un 45% de las emisiones de efecto invernadero: alcanzar ese objetivo exige más energías renovables y menos combustibles fósiles, es decir, cambiar el modelo productivo y de movilidad. Muy interesante es también la misión de que el 60% de la dieta de la población sea a base de alimentos de proximidad, porque eso tendrá importantes efectos sobre la salud pero también sobre el comercio y la agricultura. Mucho habrá que planificar y hacer también, en materia de urbanismo, de vivienda y de fiscalidad interna, para asegurar la misión de que la población de rentas bajas no supere el 25% en el conjunto de los barrios vulnerables.

Para poder llevar a término cualquier planificación estratégica, sin embargo, falta decidir algo que es fundamental y que los partidos se resisten a abordar: el modelo de gobierno metropolitano necesario para lograr esas transformaciones. Un gran elefante en la habitación.

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