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La comunidad rusa en Cataluña alerta contra la rusofobia

Los residentes procedentes de Rusia se oponen a la guerra y denuncian los comentarios discriminatorios y hasta amenazas de muerte

Por la izquierda, Olga, Elena y Vera, tres ciudadanas rusas residentes en Cataluña, este lunes en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Por la izquierda, Olga, Elena y Vera, tres ciudadanas rusas residentes en Cataluña, este lunes en la Universidad Autónoma de Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

“Existe el gran problema de identificar los rusos con Putin”. Es el lamento que pronuncian desde Casa de Rusia de Barcelona, pero que comparte la mayoría de la comunidad rusa instalada en Cataluña, formada por unos 25.093 ciudadanos, según los últimos datos del Instituto de Estadística de la Generalitat. Entidades culturales, empresariales, comerciantes y estudiantes, entre otros, censuran la invasión de Ucrania, un país que consideran “hermano”, y denuncian que el conflicto está provocando que se identifique al ciudadano ruso como un agresor, cosa que está provocando, según alertan, comentarios discriminatorios y hasta amenazas de muerte contra ellos.

Las entidades y comercios, por su visibilidad, se están convirtiendo en el foco de estos incidentes. Desde Casa de Rusia -una fundación privada que se dedica a promover y difundir la cultura rusa a través de actividades culturales, talleres o cursos de idiomas- denuncian que en la fachada de su sede han aparecido pintadas y que desde el estallido de la guerra están recibiendo comentarios intimidatorios e incluso llamadas a la fundación con amenazas de muerte. La entidad -que se nutre de aportaciones privadas, de los ingresos por las actividades que organiza y por subvenciones del Gobierno ruso por promover la cultura- ha decidido suspender todas sus actividades, a excepción de los cursos de idiomas, debido al conflicto armado, y también ha cerrado su perfil en Twitter.

Desde la asociación Raduga, que también se dedica a promover la lengua y la cultura rusa desde hace una década en Barcelona también notan la aparición de una cierta rusofobia. “No puede pasar que la gente de aquí nos odie solo por ser rusos. Los que estamos aquí no tenemos culpa de las decisiones políticas, y menos los niños”, condena su responsable, Natalia Loskutova, quien asimismo asevera que hay familias que están denunciando comentarios discriminatorios contra niños de origen ruso y anuncia que están preparando una carta para los directores de escuelas. “Tienen que vigilar cómo explican las cosas, que no se vean los rusos como agresores, nosotros somos ahora sinónimos de la guerra”.

Al contrario de Casa de Rusia, la asociación Raduga, que centra sus actividades en los niños de familias mixtas para que puedan mantener el contacto con la cultura rusa, asegura que no cambia de planes: “Yo no pienso cambiar nada, mantenemos las actividades porque lo que transmitimos a los niños es amistad, amor y paz entre todos. Sí que hay cierta presión moral porque algunos monitores de las actividades son ucranios y tienen miedo, pero desde la asociación les apoyamos”, tercia Loskutova.

Una propietaria de un restaurante ruso en Barcelona, que prefiere mantener el anonimato, también asegura que están notando una bajada importante de las reservas y, sobre todo, cierto boicot a través de reservas falsas. “Hacen reservas y no se presentan, o te dan números de teléfono falsos o con nombres como Vladimir Putin”. La empresaria también denuncia haber recibido insultos a través de llamadas o en el exterior del restaurante. “Nosotros somos cocineros y camareros, no somos políticos”, asegura, al mismo tiempo que matiza las visiones que se da del conflicto. “No nos gusta la guerra, pero vemos en ella las consecuencias del conflicto que empezó en 2014″, remacha.

Las entidades rusas remarcan los lazos históricos entre los dos países para rechazar el actual conflicto armado. “Cualquier guerra es un desastre, pero esta es todavía más dramática porque es casi una guerra entre hermanos. Hay muchas cosas que unen a los dos pueblos, son culturas muy parecidas, con muchos puntos en común”, destacan desde Casa de Rusia, a la vez que explican que están ayudando a sacar de Ucrania refugiados de guerra y acogerlos en sus casas. En esta línea se expresa la responsable de Raduga, de madre ucrania y padre ruso. “No queremos la guerra. Ni en nuestras peores pesadillas hubiéramos pensado que estallara la guerra entre dos pueblos hermanos, para mi es como partirme en dos”, deplora.

Detalle de un cartel contra Putin, durante la concentración en apoyo a Ucrania celebrada este domingo en Barcelona.
Detalle de un cartel contra Putin, durante la concentración en apoyo a Ucrania celebrada este domingo en Barcelona. ALEJANDRO GARCÍA (EFE)

Pero a pesar de esta posición, descartan publicar manifiestos o comunicados en contra del presidente ruso, Vladimir Putin. “Nosotros somos una asociación cultural, no nos metemos en política”, justifican desde Casa de Rusia. Alexander Dmitrenko, presidente de RussCat, asociación empresarial que fomenta las inversiones entre Cataluña y Rusia, asegura querer mantener una actitud “neutral” al justificar que no conoce realmente lo que está pasando. En su organización notan los efectos del conflicto. “Todos los negocios están paralizados”, subraya Dmitrenko, de madre ucrania y padre ruso.

Otros ciudadanos rusos residentes en Cataluña, en cambio, admiten abiertamente sentir “vergüenza” y “culpa”. “Soy ciudadana rusa, hasta ahora hablaba de ‘nosotros’ como nación, pero ahora intento no mezclar país y Gobierno. Me da vergüenza ser rusa, pero también me siento culpable porque a lo mejor no me manifesté lo suficiente en las calles en contra de Putin cuando vivía allí”, lamente Olga, estudiante de doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona, que había trabajado como periodista en una televisión regional rusa. La joven admite que también hay rusos a favor de Putin –”me estoy encontrando sorpresas con mucha gente”- y otros que optan por la ignorancia –”hay quien no se atreve a sacar el tema, como en mi familia, y optan por hablar de sus gatos”.

Vera, otra periodista en Rusia, cuenta que sí se manifestaba contra Putin y tiene amigos en prisión. La radio cultural en que trabajaba sufrió la censura con la guerra en Crimea y finalmente optó por abandonar su país con sus seis hijos. “Quería darles la oportunidad de vivir en un ambiente diferente. Pero tuve que pagar el precio de perder mi lengua y mi comunidad. Y ahora Putin me ha humillado hasta estando aquí, me ha dejado sin mi país”.

Elena también huyó de Rusia, pero hace tres meses. “Sentía que iba a pasar algo malo”, confiesa la joven, que ahora estudia un máster en la UAB. “Lo que está haciendo Putin es peligroso para todos. La propaganda es muy fuerte y ya no hay medios independientes”, añade.

La responsable de la asociación Raduga, en cambio, se muestra orgullosa de su nacionalidad. “Yo no tengo vergüenza de ser rusa. La cultura, el idioma y la gente es mucho más del conflicto. La guerra pasará y ¿qué quedará? ¿el odio?”, se pregunta Loskutova.

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