Los entrañables quioscos de Barcelona
Más que clientes, se hacen amigos. “Uno, enfermo terminal, vino a despedirse”, recuerda Olimpia. En la capital catalana cerraron más de 60 de 333; algunos, ahora, proponen nuevas experiencias
El quiosquero es una pieza básica y entrañable de un ecosistema informativo que se tambalea. Pero ahí están, echando horas y ganas. Hace tiempo que quería escribir una crónica más de afectos que de datos y la primera persona con quien hablé fue con Olimpia Rozas, la quiosquera de mi vecindario. Quedamos a las cuatro de la tarde. Su marido, Juan Borrazas, no vino porque para él, por fin, la siesta es sagrada después de 40 años trabajando 21 horas diarias en la distribución de periódicos y durmiendo a ratos.
Olimpia y Juan compraron su primer quiosco en setiembre de 2005. Ella era supervisora de limpieza y él, como repartidor, sabía cuántos ejemplares movía cada quiosco de su ruta. Entonces abrían a las cinco y cuarto de la mañana y cerraban a las nueve de la noche. Ahora, Olimpia abre a las cuatro y cierra a las ocho de la tarde. Los sábados y domingos bajan la persiana al mediodía. Llegaron a tener cuatro quioscos y ocho trabajadores. Se han quedado con dos quioscos. Los llevan la familia y un trabajador. “En el 2005 los quioscos tenían mucha vida. Los domingos había colas para los coleccionables y de una cabecera podías vender 400 ejemplares. Pero llegó la prensa digital, de periódicos nuevos o veteranos, y la crisis del 2008. Se va viendo el final de la prensa diaria, la de papel. La juventud no compra prensa. En el Eixample, los diarios aguantan mejor porque hay gente mayor. Las revistas, en cambio, no creo que lleguen a desaparecer. Es muy distinto ver las imágenes en el papel que consultarlas en Internet”. Y cada quiosco, dice, es un mundo. No se vende el mismo tipo de prensa en Sarrià que en Nou Barris. “Sé lo que vendo aquí, en Jardins de Montserrat, y lo que vendo en la plaza del Centre. Aquí, las revistas de cocina y moda no tienen tanta salida como allí”.
Olimpia empieza a las cuatro “porque la cosa está tan difícil que hay que cogerlo todo”, desde llevar los periódicos a una radio o tenerlo todo a punto a las cinco para cuando abre el metro y la estación que tiene al lado. “A las cuatro y diez tengo la prensa. Si abres a las seis… te puede llegar a las siete”. Empezó haciendo 16 horas y seis años sin vacaciones. “No te podías permitir perder clientes. Tener quiosco es muy esclavo”.
Más que clientes, Olimpia tiene amigos. “Tenía un cliente a quien le diagnosticaron un cáncer terminal. Pidió a la familia bajar a la plaza y se acercó al quiosco. ‘Vengo a decirte adiós’, me dijo, ‘te deseo lo mejor’. Lo perdimos, pero ahora soy amiga de su esposa. Son recuerdos que te van marcando”. Impagables. Olimpia vino de Galicia de muy pequeñita. Su familia le decía que, tarde o temprano, volvería. No lo hará. “Al quiosco vine con miedo, pero desde el primer día me he sentido como en casa. Ningún problema”. Le gustan las tertulias momentáneas con los clientes. “Claro que con alguno, según lo que compra, hay que saber callar. Pero ésta es nuestra casa”.
Iván Baena también cree que las revistas perdurarán. Es muy posible. En cualquier caso necesita esta convicción porque su quiosco, el Free Time, un local en Urgell-Floridablanca, está especializado en ellas. No sabe decirme exactamente cuántas alberga, entre semanales y semestrales, en inglés o francesas, de moda o filosofía... ¿Pongamos unas 300? “Procuramos darles la máxima exposición. Las revistas perduran. Las que tienen una edición cuidada, hay cada vez más, no caducan con la llegada del siguiente número. Son objetos de biblioteca. Aquí llegamos a tener dos y tres números de una misma revista”. Y cita ejemplos de cómo nuevos conceptos, periodicidades, mimos en la maquetación… permiten alumbramientos de cabeceras. “Don Balón, que era pura información, desapareció... pero ahora tienes Panenka, una idea absolutamente distinta de revista deportiva. En plena pandemia ha salido una publicación de motor, Cero a cien... Si existimos revistas y quioscos es porque hay una razón de ser. Son una oferta que no se encuentra en Internet”.
Free Time, porque el quiosco, como las tiendas, tiene nombre propio, nace de una historia familiar. “Mi padre tenía un quiosco delante del Palau de la Virreina y en los noventa, antes de los Juegos Olímpicos, le obligaron a instalarse frente a Santa Mónica. Pero en 1992 tuvo la oportunidad de hacerse con un local cerca de donde estaba antes y lo concibió especializado en revistas”. En 2018, por culpa de esos habituales subidones de alquileres, la familia tuvo que cerrar el local y se trasladó donde ahora. Un hermano lleva el quiosco de Santa Mónica e Iván, el Free Time. Ha habido muy pocos quioscos en Barcelona con el repertorio de Free Time. Recuerdo uno, al que iba, en Mallorca-Rambla de Catalunya. En Free Time, por ejemplo, han notado el cierre de los quioscos del FNAC, les han llegado clientes descolocados, que no sabían en qué quiosco podrían encontrar su revista. Iván las busca donde haga falta. Además de las distribuidoras locales, trabaja con un par de británicas. “Traes lo que te piden los clientes, pero también experimentas y aprovechas los envíos para incorporar otras cabeceras. Hay que mantener una buena oferta”. El diseño, la fotografía y la moda son temas, por ejemplo, que atraen a un público joven que no existe para otros contenidos. “Y luego está el fenómeno fan. Una portada de Dua Lipa o Harry Styles puede hacer crecer las ventas de un número”. Eso sí, en Free Time apenas hay fanzines. “Es otro circuito”.
Y otro circuito más está creciendo. Los quioscos están obligados a que el 80% de sus ventas sean diarios, revistas o libros. El 20% restante, aunque la normativa municipal de Barcelona es estrambótica, sale, en una gran mayoría, de chuches y juguetitos. Y en un panorama de mortandad (más de sesenta quioscos cerrados de un total de 333) hay empresas que los rescatan y abren establecimientos donde puedes adquirir publicaciones, refrescos, cafés y bollería. La teórica consiste en proponer una nueva experiencia a la hora de ir a comprar la prensa. El muestrario de cabeceras acostumbra a ser exiguo, básico, pero algún proyecto individual hace propuestas personales, como el quiosco de València-Enric Granados, con bollos y diarios, pero también arte, revistas que son una rareza en Barcelona y cabeceras del mundo LGTBI. Singular Odd Kiosk. El Ayuntamiento, por el momento, ha abierto expedientes informativos, pero lo que urge es repensar la ley para que puedan vivir. Todos, los nuevos y los de siempre. Sin ellos, sería terriblemente triste para el paisaje y para quienes lo habitamos.
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