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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las amistades perdidas

En Cataluña se organizó el odio incivil, en vez de la amistad civil, destruyendo la democracia representativa, en vez de enriqueciéndola con la deliberación

Lluís Bassets
Una mujer se encara con los manifestantes que cortaron la C-58 en Terrassa, el passado octubre.
Una mujer se encara con los manifestantes que cortaron la C-58 en Terrassa, el passado octubre.Cristóbal Castro

Todos podemos repetir el ejercicio que ha hecho la prestigiosa periodista e historiadora conservadora Anne Applebaum. Recordemos las fiestas familiares y las reuniones de amigos de hace 20 años, en la época más dorada de la globalización feliz. Repasemos los nombres de los asistentes, intentemos recuperar sus voces y reconstruir las conversaciones. Podemos seguir para ello la pauta que nos ofrece El ocaso de la democracia. El fracaso de la política y la despedida de los amigos, libro de reciente aparición en el que la escritora, americana de nacimiento y polaca de adopción, nos cuenta sorprendida la evolución de buena parte de sus viejas amistades desde el liberalismo, en su caso mayormente conservador, que triunfó sobre el comunismo en la guerra fría, hasta el iliberalismo populista y nacionalista con el que nuestras democracias han empezado a entrar en una zona de peligro.

Applebaum nos habla sobre todo de Polonia, país donde la cabalgada autoritaria es especialmente intensa y, en todo caso, dolorosa para ella misma y su familia. Pero también aparecen los amigos americanos que luego se han hecho trumpistas, los húngaros partidarios de Orban, los conservadores británicos ahora desmelenados como Johnson e incluso algún español suelto, más conocido y saludado que amigo, que ha evolucionado desde un centrismo que ya era aparente, aunque Appelbaum no se diera cuenta, hasta la extrema derecha xenófoba y ultranacionalista de Vox.

Como todo ensayo político, este libro permite también traslaciones locales. El buenismo oficialista catalán sostiene que la convivencia no se ha deteriorado ni se ha roto en los últimos años, ni siquiera cuando la polarización política ha sido más aguda, la conflictividad se ha trasladado a la calle, las instituciones y medios de comunicación públicos han actuado de parte y un puñado de sus dirigentes han sido juzgados y encarcelados. Puigdemont no tiene rebozo en exhibir, en el recuento de su peripecia, la bronca con que recibió a Pedro Sánchez en su primer encuentro para obligarle a retractarse de su diagnóstico sobre el deterioro de la convivencia en Cataluña.

Además de buenista, el nacionalpopulismo catalán es excepcionalista. Según su visión, Cataluña es siempre un caso aparte, oasis y excepción para el que no valen las reglas al uso que sirven para el conjunto de la humanidad, y especialmente para el resto los españoles. En contra de este excepcionalismo, la primera y más elemental conclusión del libro de Applebaum es el deterioro generalizado de la convivencia en las sociedades occidentales, animado por igual en todas partes por los populismos y sus técnicas divisivas. Tiene todo el sentido que la vida haya conducido a muchos viejos amigos y familiares por caminos distintos, pero tiene menos que esta separación se haya convertido en detestación e, incluso, como señala Applebaum, en odio violento.

Atribuir y centrarlo todo en las redes sociales no es suficiente, a pesar de la indudable influencia en el caso concreto del proceso independentista catalán y, sobre todo, de sus manifestaciones personalmente más desagradables. Es un consuelo que los peores instintos se expresen a golpe de tuit en un país que antaño los expresó fusil en mano. Si no sirve el excepcionalismo, tampoco vale la generalización, el mal de todos que encubre nuestras miserias. Más útil, también de la mano de Applebaum, es profundizar en las responsabilidades concretas de las élites, no tan solo las políticas, en esta pésima evolución de nuestra sociedad.

El camino de la división ha sido una opción conscientemente decidida por los dirigentes políticos y sumisamente aceptado por los intelectuales. Ante una ventana de oportunidad que se consideró única —crisis económica, mayoría absoluta del PP, dificultades de la monarquía, además del Brexit y del referéndum escocés—, se optó por la democracia directa del derecho a decidir en abierto detrimento de la democracia deliberativa necesaria para las reformas constitucionales, e incluso para un hipotético proceso constituyente. Ahora son muchos los que critican las prisas, los plazos perentorios y las enloquecidas hojas de ruta, pero entonces eran absolutamente necesarias para aprovechar la ventana y echar toda la presión divisiva sobre la sociedad catalana para culminar la decantación de la opinión hacia la independencia.

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Esto se hizo en Cataluña como se ha hecho en todas partes, organizando el odio incivil, en vez de la amistad civil, destruyendo la democracia representativa, en vez de enriqueciéndola con la deliberación. Lo ha hecho una derecha que Applebaum considera “más bolchevique que burkeana”, pero todavía lo ha hecho con mayor sofisticación un conglomerado transversal en el que el bolchevismo original de unos se ha mezclado con el de reciente adhesión de los otros. Naturalmente, con el necesario auxilio de las élites intelectuales que ya denunció Julien Benda en su Trahison des clercs hace casi un siglo y que Applebaum ahora evoca con acierto. Aunque en el caso catalán la adhesión o el mutismo siguen la regla del unanimismo que también denunció Vicens Vives, especialmente nociva para el pluralismo. Nada hay más penoso que esas cartas de adhesión en las que todos están, como si el independentismo tuviera títulos de propiedad exclusivos sobre la lengua, la cultura, la literatura y, en definitiva, Cataluña entera.

La aproximación de Applebaum al caso español no es la más acertada del libro. Todo lo que nos puede contar sobre la evolución de la derecha se concreta en la deriva de Rafael Bardají, antaño asesor intelectual de Aznar y ahora militante de Vox. El secesionismo catalán, al que atribuye notables efectos provocadores de esta evolución, aparece como una especie de fenómeno meteorológico sobre el que poco tiene que decir. Es una lástima, pero también explica la difícil visibilidad internacional del independentismo, una especie de justo castigo a tanto sentimiento de excepcionalidad y a tanto narcisismo, inspiradores de aquella impagable consigna —”el mundo nos mira”— con la que entonces se alentó la división que acarreó la pérdida de tantas amistades.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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