Los retorcidos cuerpos de Peeping Tom bailan en el Grec
De talón de fondo, la incertidumbre por la continuidad del festival
El público que llenaba el Grec de Montjuïc este domingo por la noche aplaudió y ovacionó calurosamente el espectáculo del exitoso grupo belga, Peeing Tom, que lidera la argentina Gabriela Carrizo y el francés Franck Chartier y que tanto gusta a los amantes de la danza y el teatro de Barcelona. Fue una velada especial. El espectador ocupaba su asiento con la incertidumbre de si el festival de verano sería cancelado ante el rebrote de la covid-19 en Barcelona y parte de su área metropolitana. Muchos de ellos exhibieron pancartas con el lema “la cultura es segura”. En la improvisada rueda de prensa que dio Joan Subirats, teniente de alcalde de Cultura, Educación y Ciencia del Ayuntamiento de Barcelona, tras finalizar el espectáculo, no hacía prever la suspensión eminente de los diversos festivales, su mensaje era optimista.
En esta ocasión, el espectáculo que presentó la compañía belga Díptico estaba formado por dos coreografías: La puerta ausente y La habitación perdida, ambas creadas por Carrizo y Chartier con los bailarines del Nederlands Dans Theater, y que ahora los miembros de la compañía belga se han hecho suyas. Estaba previsto una tercera coreografía, The Hidden Floor, pero la pandemia ha impedido que se exhibiera en Barcelona. Estas dos piezas enlazan con las obsesiones, crueldades y fantasías de los protagonistas de Le Salon, la primera pieza que se vio en Barcelona de este colectivo, y de À Louer, pero alejada de la poesía y de la magia que destilaba la inolvidable 32 rue Vandenbraden y que se convirtió en el mejor espectáculo del Grec 2012 y de Kind, presentado el pasado año en el TNC, también el marco de la programación del Grec.
Los bailarines, acróbatas y también actores de la compañía —Konan Dayot, Fons Dhossche, Lauren Langlois, Panos Malactos, Alejandro Moya, Fanny Sage, Eliana Stragapede y Wan-Lun Yu— encarnan en ambas coreografías a miembros de las familias burguesas decadentes y a fieles sirvientes que esconden una gran ferocidad interior. Sus almas son obscuras. Los cuerpos de los intérpretes se lanzan en el espacio a una velocidad asombrosa, el suelo para ellos es una pista de aterrizaje, en la que rodillas, codos y cabezas se deslizan como peonzas. En ocasiones son auténticos contorsionistas.
La puerta ausente y La habitación perdida tienen una plástica cinematográfica a través del acertado juego de luces de Tom Visser. La primera la acción trascurre en una habitación cerrada en la que las puertas no se abren. La situación es asfixiante para su protagonista que lucha entre la vida y la muerte sin escapatoria. Su baile es desesperado, las mujeres de su vida son arrastradas por el suelo por el mayordomo mientras que él, inerte, solo piensa en escapar.
En la segunda, la acción trascurre en el laberinto de pasillos y cabinas de un barco. Los momentos en los que los armarios se abren e irrumpen en escena numerosos personajes que recuerda al espectador la escena del camarote de la película de los Hermanos Max, Una noche en la ópera, es el único fragmento en que el público sonrió. En los espectáculos de Peeping Tom no hay lugar para una pizca de ternura.
Las dos piezas de Díptico son muy parecidas en movimiento y estética, lo que pudo hacerlas reiterativas en algunos momentos al espectador, especialmente La habitación perdida, en que las secuencias se repiten en exceso para alargar la duración de la pieza. Sin embargo, al final la función los aplausos fueron atronadores.
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