Dejar atrás el humo y el estrés
La crisis del coronavirus brinda la oportunidad de replantear el uso del espacio y el tiempo en la gran ciudad con medidas que permitan reducir la contaminación y evitar desplazamientos
Nunca habíamos visto una ciudad tan silenciosa ni respirado un aire tan limpio. Ni en Barcelona ni en el resto de ciudades del área metropolitana. Ha tenido que venir un virus mortífero para que podamos descubrir que otra ciudad es posible. Si las crisis actúan como catalizadores de cambios, esta nos brinda la oportunidad de repensar la ciudad y abordar cuestiones que hace poco ni nos atrevíamos a plantear. Si hemos parado la actividad económica para evitar miles de muertes, ¿no deberíamos hacer algo para evitar esas otras muertes que cada año se cobra la contaminación? ¿Es posible mejorar la salud y la calidad de vida de los ciudadanos sin tener que parar la economía? ¿Cómo queremos que sea la vida de la ciudad cuando pase la pandemia? ¿Queremos volver al humo y al ruido?
La gran urbanista norteamericana Jane Jacobs sostenía que “un vecindario no es solo una asociación de edificios, sino una red de relaciones sociales”. Estos días hemos podido comprobar que el urbanismo y la organización del espacio determinan no solo la calidad de los vínculos sociales, sino también cómo empleamos el tiempo de nuestra vida cotidiana. La cultura del petróleo consagró un modelo de ciudad social y urbanísticamente fragmentada que nos obliga a pasar mucho tiempo transitando de un lugar a otro. Como advierte Ricky Burdet, profesor de Estudios Urbanos en la London School of Economics, el modelo tecnocrático de la Carta de Atenas de 1942 fue un avance en muchos sentidos, pero su desarrollo posterior ha conducido a un modelo de ciudad segmentada por usos — residencial, industrial, comerciales, deportivo...— esclava de la movilidad y obligada a construir vías rápidas que en lugar de comunicar, separan.
Es además un modelo que envenena el aire y nos hace enfermar. La Agencia de Salud Pública de Barcelona estima que la contaminación provoca cada año la muerte prematura de 350 personas. Un estudio de la Escuela T.H. Chan de Salud Pública de la Universidad de Harvard (EEUU) acaba de demostrar que un simple incremento de una unidad de la exposición media a partículas finas en suspensión durante un periodo prolongado de 15-17 años aumenta un 15% la mortalidad por covid-19 y un 7% la mortalidad por otras causas.
El coronavirus ha tenido la virtud de poner el foco sobre una propuesta que ha despertado un gran interés: la “ciudad de los 15 minutos”. Su principal impulsor es el urbanista y especialista en ciudades inteligentes Carlos Moreno y tiene en la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, a una de sus principales valedoras. Moreno sostiene que hasta ahora se ha intentado responder a los problemas que genera la segregación urbana con más vías rápidas, coches más veloces y más espacio para calzadas, pero lo que se ha conseguido es justo el efecto contrario: cuanto más se facilita la movilidad privada, más congestión y más polución.
El reto que plantea el proyecto que impulsa Moreno desde la cátedra que dirige en la Universidad de la Sorbona de París es reducir la movilidad obligada y aplicar políticas ecológicas, económicas y sociales destinadas a construir “una ciudad serena, con mayor proximidad, menos estrés y menos tiempo dedicado a los desplazamientos”. Una ciudad en la que cualquiera de sus habitantes pueda satisfacer sus necesidades en un radio de 15 minutos a pie o en bicicleta. ¿Es eso posible? Anne Hidalgo está convencida de que sí y por eso ha hecho de este objetivo el eje de su programa.
No es sencillo, porque exige pasar de la planificación urbana a la planificación de la vida urbana, que es algo bastante más complejo. Pero esta puede ser nuestra gran oportunidad de cambio. El coronavirus nos ha hecho ver hasta qué punto es disfuncional el actual modelo. Si tres cuartas partes del espacio están reservadas a los coches, es imposible caminar sin intercambio de aerosoles, pero también resulta imposible pasear o disfrutar de la ciudad. Si millones de personas empiezan a trabajar a la misma hora, es imposible que el sistema público de transporte no se sature.
Todo podría ser muy diferente con cambios que el coronavirus ha demostrado posibles: el teletrabajo y la jornada laboral flexible, con salidas y entradas escalonadas. El teletrabajo ha venido para quedarse y eso pone el foco sobre las condiciones de la vivienda. El portal inmobiliario Idealista ha observado que durante el confinamiento ha aumentado la búsqueda de viviendas más espaciosas fuera del centro urbano.
Las inercias son muy poderosas y siempre que se intenta dar pasos adelante, hay resistencias. Las tuvo convertir la autopista del Sena en un paseo verde en París, y las ha tenido la implantación de las superilles en Barcelona. Pero una vez consolidadas, nadie quiere volver atrás. El virus se irá algún día, pero podemos sacar algo positivo de esta traumática experiencia: el compromiso de no volver a la vieja normalidad del humo y el estrés.
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