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Asistir a misa por la puerta de atrás

Una decena de personas acude a diario a los cultos de una basílica que sigue abierta en Barcelona

Rebeca Carranco
Varias personas asisten a una de las mismas que los sacerdotes de la basílica de la Concepció.
Varias personas asisten a una de las mismas que los sacerdotes de la basílica de la Concepció.Albert Garcia

La gente llega en cuentagotas. Un ayudante del vicario Joan Bladé va encendiendo los cirios, recubriendo con film transparente los micrófonos, dejándole preparada la mascarilla y los guantes que no utilizará… Son las 11 de la mañana en la basílica de la Puríssima Concepció de Barcelona, en la calle de Aragó, en el corazón de Barcelona. Una decena de personas, muy separadas entre sí, se preparan para seguir la misa del vicario, que oficialmente da para sí mismo, pero a la que pueden asistir feligreses. El Gobierno permite —sin aglomeraciones y a un metro de distancia—, las ceremonias religiosas, a excepción de las fúnebres, durante la pandemia del coronavirus, pero el arzobispado ha ordenado su suspensión.

Un folio colgado en la puerta principal de la iglesia reza: “La basílica de la Concepció está cerrada durante el estado de alarma del coronavirus”. Pero un hombre que mora en la zona avisa al curioso: “Por detrás”, en referencia a la calle de Roger de Llúria. Allí la puerta al claustro está abierta. Dentro, otro cartel explica que la iglesia sigue abierta en su horario habitual, que quien quiera rezar puede hacerlo “respetando las normas de la autoridad sanitaria” y advierte de que no se oficia misa, pero que los “sacerdotes al servicio de la basílica celebrarán para ellos mismos”: a las 8, a las 11, y a las 20.05.

La misa del vicario Baldé es la de las 11. A las 11.40 ya ha terminado. “La hago con más calma porque la gente no tiene prisa”, explica el sacerdote, sobre un culto que acostumbra a durar media hora. Tampoco se reparte la eucaristía, no hay agua en la pila baptismal y solo entrar, un cartel donde se lee “gel higienizante” anima a limpiarse al entrar templo.

Lourdes, de 19 años, es una de las asistentes. Sigue la misa sentada en uno de los bancos de la derecha, a varios bancos de distancia de la persona más cercana. “Me ayuda mucho más venir a misa que seguirla desde casa”, explica la joven al finalizar el culto, caminando a paso rápido hacia su domicilio. “No hay riesgos. Normalmente, vengo a la de ocho y no hay casi nadie en la iglesia, tampoco por la calle”, dice.

José Ramón, de 70 años, también ha seguido la misa, sentado en la segunda fila, a mucho más de un metro del feligrés más cercano A pesar de la pandemia, intenta asistir a diario: “Me llena poder venir”. Más de uno aprovecha el viaje a la compra, y acude con el carrito y la barra de pan. “Somos de media siete u ocho”, dice José Ramón. El vicario Bladé confirma que no han superado nunca la docena de feligreses desde que se decretó el estado de alarma. Pero tampoco se ha visto nunca solo diciendo la misa. Antes del coronavirus, José Ramón calcula que se reunía una veintena de personas.

“Soy consciente de que no se debe salir a la calle”, afirma el hombre, sobre la necesidad del confinamiento. El decreto promulgado por el Gobierno permite los cultos religiosos, sin aglomeraciones y respetando la distancia mínima de un metro entre asistentes. Tras el endurecimiento de las medidas, solo están prohibidas las ceremonias fúnebres, ya sean civiles o religiosas. Todos los creyentes que asisten a la iglesia de la Concepció respetan la distancia, y varios llevan mascarilla, según comprobó este diario los dos días que acudió a misa de 11.

Tampoco se reparte la eucaristía ni se estrechan las manos en un gesto de paz habitual en misa. “Es la situación que hay. Haces una comunión espiritual y le pides al señor la gracia”, se conforma Lourdes, que agradece tener un lugar donde poder ir a rezar. “En casa es complicado”. Tanto ella como José Ramón son habituales de la parroquia, y por eso saben a qué horas los sacerdotes celebran las misas, sin que nadie impida el paso o pregunte nada a quien se suma al culto.

“No son servicios públicos”, insiste el rector de la basílica, Ramon Corts. “Ni lo publicitamos ni animamos a la gente a venir”, añade. Defiende que mantienen abierta la iglesia para ofrecer ayuda a quienes lo necesitan, y para que quien lo desee acuda a rezar. Si alguien llega cuando los sacerdotes celebran la misa “para ellos mismos”, no impiden que se sumen al culto. “No queremos desobedecer a la autoridad civil y eclesiástica”, subraya, pero considera que la “legislación es confusa”.

El arzobispado de Barcelona asegura que hay un mandato explícito de la Santa Sede, de la Conferencia Episcopal y de las diócesis de suspender las misas públicas. Diversas parroquias retransmiten online sus celebraciones. “No tenemos fibra óptica”, alega el rector Corts. Y defiende la importancia también de tener abierto para quien desee confesarse: “En estas circunstancias hay que estar cerca de la gente”.

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Los sacerdotes exploran las misas ‘online’ y dan apoyo telefónico a los mayores

A mossèn Nino Rodríguez le apena haber tenido que aparcar las misas presenciales. Sobre todo ahora que arranca la Semana Santa. “El domingo de Ramos hacíamos una procesión de parroquia en parroquia, con mucha gente. Era increíble. Todo el mundo me pide los vídeos del año pasado”, dice Rodríguez, que “llena” todos los domingos la iglesia de San Eugenio I, en el Eixample de Barcelona.

 

“Ahora, los domingos retransmito por Youtube la misa a la gente de la comunidad”. Asegura que unos reenvían el vídeo a otros y así ha llegado a una audiencia nueva y desconocida. “A veces lo ven 2.000 y pico personas”, se felicita. Pero el éxito telemático no compensa. “Se echa de menos celebrar la fe conjuntamente, esta es una comunidad viva”.

 

El coronavirus no solo ha alterado las misas, sino también otros servicios. Como el “supermercado” para pobres, que atiende a un millar de personas. O el comedor para alcohólicos y drogodependientes. “Lo hemos cerrado, pero tenemos voluntarios que llevan la comida a casa”. Rodríguez sufre, sobre todo, por los ancianos. “Esta semana murió por el virus un matrimonio de gente mayor. Su hijo también lo ha pillado. No puedes estar físicamente con ellos, pero has de dar ánimo aunque sea por teléfono. Se han de sentir apoyados”.

 

Hasta hace poco, la capilla permanecía abierta, pero así con la intensificación del confinamiento ha optado por cerrarla. “Es que la gente puede venir… Se puede rezar desde casa”. Rodríguez afirma que sí está dando la comunión a “personas que se encuentran solas” y a “algún enfermo” que se acerca, pero siempre tomando las máximas precauciones. “Tengo ganas de que acabe todo para darles un abrazo”.

 

Rodríguez confía en que lo vivido inaugure una etapa de mayor solidaridad. Jordi Salvany, de la parroquia de Sant Raimon de Penyafort, no lo ve tan claro porque ha vivido otras crisis (como la de 2008) y ha comprobado con tristeza que pocas cosas cambian en realidad. “Lo podemos perder todo de un día para otro. No debemos vivirlo como un trauma, pero sí como una forma de valorar lo que tenemos”.

 

Lo de las misas por internet no va mucho con él. “Es que no domino la tecnología, y además eso ya está muy cubierto. Sí que envío cada día, a primera hora, una meditación del Evangelio por WhatsApp. Y a los más mayores les llamo por teléfono”. Salvany explica que ha vivido con “extrañeza e impotencia” cómo han ido cerrando las parroquias. Mossèn Rodríguez es un poco más optimista: “Sí, es cierto, impresiona ver los templos cerrados. Pero la iglesia sigue viva”. / JESÚS GARCÍA

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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