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Del Cautivo al Cristo de los Gitanos: pasión cofrade tatuada en la piel

El malagueño Daniel Fernández, sin huecos en la agenda para el próximo año y medio, graba en la piel en exclusiva imágenes relacionadas con la Semana Santa

Tatuajes semana santa
Nacho Sánchez

El malagueño Carlos Ruiz, de 21 años, tuvo suerte. Había activado sus notificaciones en el móvil y pudo reaccionar rápido. Gracias a la alerta pudo acceder a la historia en Instagram a tiempo, enviar un correo electrónico a la dirección indicada y encontrar hueco en una de las agendas más apretadas del arte del tatuaje. “Llevaba un año esperando. Dani sabe captar lo que quieres”, cuenta el chaval mientras muestra con orgullo un brazo completamente grabado. En él está el Cristo de los Gitanos, él y su padre llevando al Cristo de la Sangre, su madre dándole la mano a María Santísima de Consolación y Lágrimas y el rostro de María Santísima de la O. “Para mí la Semana Santa lo es todo”, afirma el joven que trabaja como Policía Local. Su piel ha sido uno de los lienzos donde Dani, Daniel Fernández, de 40 años, demostró que tiene una de las manos diestras más virtuosas y solicitadas del sector. Una, además, de las escasas dedicadas en exclusiva al mundo cofrade.

—Ok Google. Pon Tres Caídas.

—Perfecto, te pongo Tres caídas en Spotify.

El tatuador Daniel Fernández, especialista en tatuajes con motivos cofrades, principalmente cristos y vírgenes de la Semana Santa.

Con cinco palabras Fernández crea el ambiente en su estudio de tatuajes antes de ponerse manos a la obra. El espacio está ubicado en un discreto lugar de la barriada de Capuchinos, cerca del centro de Málaga. Es prácticamente lo primero que hace cuando cita a sus clientes, que deben llegar cargados de paciencia: cada trabajo le lleva una media de 10 a 12 horas. Da tiempo a una extensa conversación que suele girar alrededor de la Semana Santa. “Da para rato”, dice el tatuador mientras enseña algunos de los carteles de la Semana de Pasión que él mismo ha diseñado. Cuelgan en las paredes junto al tambor que la banda que ya suena en los altavoces le regaló y una camisa firmada del artista Moraíto Chico. “La mía es la única cofradía que se puede salir un poco de la saeta y acercarse al flamenco”, explica quien salió por primera vez como nazareno a los tres años y la participación de su familia en la conocida popularmente como Hermandad de los Gitanos se remonta tantas generaciones que se pierde en su árbol genealógico.

Un busto de Zeus en terracota esculpido por Fernández —el único elemento pagano en estos 40 metros cuadrados— parece tan desubicado como él mismo cuando llegó a este mundillo. Fue casualidad. Todo arrancó en la cercana escuela de arte de San Telmo, cuando se matriculó para estudiar Talla Artística en Madera porque quería dedicarse a la imaginería cofrade. Dibujaba muy bien —su pasión desde pequeño— y un compañero se lo dijo a su padre. Este, empresario, alucinó con sus trazos y vio el negocio. “Me dijo que quería montar un estudio de tatuajes conmigo como responsable porque se me iba a dar muy bien”, recuerda. Sin salir del asombro por la propuesta, compró una máquina, se formó y practicó. En 2016 cambió el lienzo por la piel. El lápiz por la aguja. Sus primeras obras, siempre bajo un estilo realista, fueron animales, paisajes y retratos. Su relación con la Semana Santa hizo que le llegaran clientes que buscaban imágenes cofrades. Primero una cada 15 días, luego una a la semana y después se multiplicó. “Finalmente, decidí dedicarme solo a ese sector. Y lo he conseguido gracias a la demanda que hay”, destaca.

Cofradías más o menos ‘tatuables’

La penúltima agenda —en la que consiguió entrar Carlos Ruiz— se llenó en cuatro horas y le dio para trabajar año y medio. Hace menos de un mes volvió a abrirla y, en el mismo tiempo, recibió 200 correos, que es el límite que pone. Después, empieza a responder en orden. Lo hace con el primer mensaje en llegar, alcanza un acuerdo con su cliente, lo tatúa en sesiones maratonianas y, cuando acaba, escribe al segundo remitente. Y luego al tercero, al cuarto, al quinto. Sabe que entre los trabajos que hará y los que no hará —porque no le guste la imagen, la idea del cliente o el sitio elegido— tiene faena para el próximo año y medio. Es decir, quizá no vuelva a dar citas hasta 2027. También se deja fechas libres para su labor como cartelista e imaginero: pronto entregará dos angelitos para una cofradía.

 Daniel Fernández, con un cliente en su estudio.

Cada persona llega a su estudio con varias fotos de referencia y una idea de lo que quieren. Luego, ya con la música procesional de fondo, el Fernández va dándole forma y realiza un montaje digital de cómo quedaría. “Los volúmenes, las perspectivas, las proporciones… En la piel y las formas del cuerpo hay que tener mucho cuidado para que quede bien”, aclara. Cuando recibe el visto bueno, hace una pequeña plantilla, agarra la aguja, la tinta y empieza a trabajar. “Hay quien me pide que dibuje a mano alzada. Yo estoy encantado porque te da la oportunidad de dar lo que sabes, lo prefiero; pero también lleva mucho más tiempo, así que solo puedo hacerlo en formato pequeño”, destaca. El Cautivo es uno de los cristos más solicitados, como también lo es el de Gitanos. “Hay cofradías más tatuables que otras por su carácter. El Sepulcro, por ejemplo, no lo he hecho ni creo que lo haga. Pero otras de barrio sí, porque tienen más salero”, indica. La Virgen del Carmen, de gran arraigo marinero, también se deja ver en algún brazo.

Sus clientes llegan principalmente desde Andalucía, aunque el segundo grupo más numeroso es de Madrid. Luego hay puntos distantes como Bilbao o incluso Francia. La inmensa mayoría son hombres. “Me acuerdo de todas las mujeres a las que he tatuado, porque desde 2016 solo han sido seis”, subraya Fernández. Cree que su estilo, barroco, recargado y sin espacios vacíos, además del tamaño, hace que ellas no se acerquen por su estudio. “Les suele gustar algo más delicado, no tan basto”, señala quien asegura que hay noches que no duerme por la responsabilidad que conlleva dibujar en la piel trazos que duran toda una vida. “Eso me aterroriza: siempre hay miedo a meter la pata”, concluye quien, de momento, no ha recibido queja acerca del millar de tatuajes que ha realizado sobre la piel de una clientela que suele repetir. Hoy tener un Daniel Fernández en el cuerpo cotiza más que nunca.

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Sobre la firma

Nacho Sánchez
Colaborador de EL PAÍS en Málaga desde octubre de 2018. Antes trabajé en otros medios como el diario 'Málaga Hoy'. Soy licenciado en Periodismo por la Universidad de Málaga.
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