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NARCOTRÁFICO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Impunidad, falta de medios y narcocultura

Los dos primeros factores explican en parte el escenario que vive no solo la costa gaditana, sino todo el triángulo del Estrecho: la Costa del Sol, Cádiz y Ceuta

Llegada a la comandancia de la Guardia Civil en Cádiz del féretro con los restos de Miguel Ángel Gómez González, el sábado.
Llegada a la comandancia de la Guardia Civil en Cádiz del féretro con los restos de Miguel Ángel Gómez González, el sábado.Román Ríos (EFE)

Una imagen: una caravana de gomas (como se conoce en el Estrecho a las narcolanchas) se dirige al puerto de Barbate (Cádiz). Luz de día, cientos de vecinos que lo ven y lo graban. Es tal la naturalidad que nadie diría que lo contemplado en la escena está fuera de la ley. Las gomas van al puerto ya que, a diferencia de lo que mucha gente cree, no son lanchas que entran y salen de la costa. Las planeadoras de los narcotraficantes gaditanos permanecen fondeadas en alta mar o, si acaso, amarradas a algún islote del Estrecho. Y se mueven cuando hay que llevar a cabo alguna descarga. Hace años, siempre hachís. Hoy, hachís, cocaína e inmigrantes.

Las gomas acuden al puerto a refugiarse porque hay tormenta. Se resguardan. Y lo hacen con la certeza de que las patrulleras de Aduanas o la Guardia Civil no las van a molestar. Son pocas, no pueden salir por el temporal, y, por encima de todo, los narcos saben cuáles son y dónde están las lanchas de las autoridades en todo momento. Los narcos del Estrecho controlan cada movimiento de las fuerzas de seguridad y tienen en nómina a agentes y a altos cargos de todas ellas. En uno de los últimos registros llevados a cabo por los investigadores contra un clan de La Línea, hallaron una tabla con los horarios y los turnos de los relevos de Aduanas y de la Guardia Civil. Por conocer, conocen al dedillo hasta las zonas de sombra, aquellas donde los radares de las autoridades no tienen cobertura. Van por delante. Tienen topos, informadores, compinches, más medios y mejor tecnología. Hace muchos años que han penetrado en las instituciones. ¿No hay mafia en España? Claro que la hay.

Las gomas llegan al puerto y una pequeña embarcación de cinco metros de eslora de la Guardia Civil pide refuerzos. No los hay. Arréglenselas. Esto enlaza con la segunda imagen. Se compartió por las redes sociales hace unas semanas: una pareja de la Guardia Civil observa desde el muelle de Barbate cómo tres narcolanchas reposan amarradas en el puerto. Y no pueden hacer nada, solo mirar.

Hay más en la misma línea. Cualquiera con un mínimo de inquietud puede ver, cada semana, vídeos en redes sociales de narcolanchas desfilando por el Guadalquivir a plena luz del día. Las hay que llegan a Sevilla. Son los propios narcos los que, en muchas ocasiones, se graban y lo comparten.

Dos imágenes que reflejan dos factores claves: falta de medios e impunidad.

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Estos dos factores, consecuencia uno del otro, explican en parte el escenario que vive a día de hoy ya no solo la costa gaditana, sino el triángulo que conforman la Costa del Sol, Cádiz y Ceuta. Es decir, el Estrecho. Tal vez (pueden quitar ustedes el tal vez) la zona con más actividad narco de Europa.

Ambos factores se pueden explicar porque el narco no penaliza electoralmente en España. Aún no. A diferencia de otros países como Holanda o Francia, las bandas no habían cruzado todavía la línea de asesinar a autoridades. Y no la han cruzado —aún— con jueces, fiscales y periodistas. Las zonas donde operan los narcos no son zonas inseguras para el visitante. Las mafias conviven con los turistas. Mientras no haya alarma social, la política no reacciona.

La primera vez que el Gobierno le vio las orejas al lobo fue en 2018. Un policía local de La Línea muerto en una persecución y un narco sacado de un hospital a plena luz del día por su clan empujaron a poner en marcha el Plan Especial de Seguridad para el Campo de Gibraltar, una inyección económica cuya joya de la corona fue el OCON Sur, un grupo de élite de la Guardia Civil, 150 agentes liberados de otras funciones para combatir el narco. Aunque el Plan sigue actualmente, en septiembre de 2022 los agentes liberados volvieron a las comandancias. Desde ese momento y hasta la muerte de los dos agentes, la impunidad ha resucitado. Tampoco nos engañemos: el narcotráfico es un asunto global y España es un eslabón más. Desde que comenzó la llamada guerra del narco, las cantidades de droga que se mueven en el mundo no han parado de crecer. Nunca, en la historia, había entrado tanta droga en Europa. España puede poner todo y más de su parte, pero seguirá situada junto al mayor productor de hachís del mundo y frente a las costas de los dueños de la cocaína global. Nos guste o no, somos puerta de entrada. Y no es factible frenar esto por libre.

Escena del atropello de un agente de la policía local durante una actuación contra el Contrabando del Tabaco, en 2017.
Escena del atropello de un agente de la policía local durante una actuación contra el Contrabando del Tabaco, en 2017. A. Carrasco Ragel (EFE)

Sobre la ausencia de confrontación y consecuencias nace y crece el tercer factor: la normalización. Lo que se ha dado en llamar narcocultura. El narco, hijo del contrabando, está enraizado como una actividad lícita, una salida sin alternativa para enormes segmentos de población de la zona. Otros, igual de enormes, alzan la voz desesperados. Con tasas de desempleo escandalosas y un tejido productivo casi nulo, el negocio del narco extiende sus tentáculos imparable. Ya no se trata de la enorme cantidad de gente, negocios y empresas que viven del narco y su economía. Es que la normalización lleva a ver a quien intenta impedir la actividad como el enemigo. No son pocos los pilotos de lanchas muertos en embestidas de patrulleras en el mar. Es la guerra, en el imaginario de estos narcocírculos sociales. Por eso, en el vídeo en el que dos agentes son asesinados, decenas de personas ríen, jalean e insultan desde el muelle. Porque están en guerra, porque se dedican a eso, porque otra vez la Guardia Civil, esta vez desde una lanchita de cinco metros, les está intentando impedir que trabajen.

David Pérez y Miguel Ángel González, los dos guardias civiles muertos anoche en Barbate.
David Pérez y Miguel Ángel González, los dos guardias civiles muertos anoche en Barbate.

La muerte de los dos agentes tiene que servir de algo, no debe ser en vano: se necesitan medios; una lancha de cinco metros no puede confrontar a varias narcoembarcaciones. Se necesitan consecuencias; los clanes no pueden vivir con la certeza de que, a poco que se lo trabajen, saldrán impunes: los juzgados están absolutamente saturados de macrocausas que pasan por encima de sus posibilidades y que abogados especializados aprovechan para dejar en nada, una y otra vez, las operaciones policiales. Se necesita perspectiva: en los grupos de Telegram en los que están involucrados muchos clanes se imponía el viernes el relato de que la narcolancha nunca quiso matar a los agentes. Se estaban burlando de ellos: se pusieron a hacer trompos y maniobras ante el divertimento de los presentes hasta que en uno de los giros llegó la tragedia. Un asesinato si cabe todavía más cruel: querían evidenciar que se sienten impunes, que las autoridades no pueden con ellos y que la gente, desde el muelle con sus risas, los apoya.

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