El año más letal en la ruta migratoria hacia España
Las muertes en el Atlántico y el Mediterráneo se duplican en 2021 respecto a 2020 y alcanzan cifras récord
No es la primera vez que el agua arrastra cuerpos hasta las playas más turísticas de Almería, pero en apenas unos días de la semana pasada fueron nueve. Los cadáveres, hinchados y con la piel arrancada por el mar, fueron apareciendo en un goteo siniestro desde la mañana del domingo hasta la tarde del miércoles. Se deducía que eran todos argelinos, aunque en algunos casos sus rasgos resultan ya irreconocibles. Los nueve, entre los que había un niño de unos cuatro años, son los últimos muertos conocidos en las rutas de la inmigración irregular hacia España, pero hay decenas de desaparecidos de los que no se vuelve a tener noticia. Este año, con 1.025 víctimas, ya puede marcarse en rojo como el más letal, al menos desde 2014. Fue entonces cuando la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) comenzó a recopilar datos sobre muertos y desaparecidos en su intento de emigrar. Las muertes, en el conjunto de todas las rutas migratorias hacia España (Alborán, el Estrecho y Canarias), se han duplicado respecto al año pasado.
Aunque las víctimas no dejan de crecer en la ruta argelina, la más peligrosa es la atlántica, que lleva a Canarias. La sucesión de naufragios en agosto ha disparado las cifras y ha hecho saltar las alarmas. Solo ese mes 379 personas murieron o desaparecieron intentando llegar al archipiélago, 12 cada 24 horas. Hasta el 15 de septiembre, con 11.600 personas desembarcadas en las islas, se contaban ya 785 muertos, entre los que hay 50 niños. La cifra duplica los decesos registrados en el mismo periodo de 2020, el año en que se reactivó la que ya es considerada una de las rutas migratorias más letales del mundo.
La OIM, adscrita a la Organización de Naciones Unidas, se mostró el pasado viernes “extremadamente preocupada” por el aumento de víctimas en la travesía hacia las islas. La organización recuerda, además, que sus cálculos son conservadores, que solo incluyen los sucesos que ha podido verificar y que hay múltiples naufragios fantasma. El colectivo Caminando Fronteras, por ejemplo, contabilizaba solo en los seis primeros meses del año casi 2.000 víctimas en esta ruta.
A pesar de que en el caso de Canarias el aumento de las muertes y desapariciones se ha disparado en paralelo al crecimiento de las llegadas, los expertos advierten de que no siempre existe esta correlación. No hay una única razón que explique por qué crece la mortalidad, pero todos los que siguen el tránsito migratorio en la ruta atlántica han visto cómo estos meses el mar se llenaba de lanchas neumáticas que en varios casos han acabado sumergidas para siempre junto a sus ocupantes. Estas embarcaciones, que suelen usar los narcotraficantes, son endebles y se sobrecargan y, a diferencia de las barcazas de pesca y los cayucos, no están preparadas para adentrarse en alta mar. Se desintegran, se les rompe el motor, o sus ocupantes, que en algunos casos van con medio cuerpo fuera, se caen al mar.
La proliferación de lanchas neumáticas no es el único factor que tener en cuenta. Más allá de la peligrosidad de la travesía en sí misma —que este año se ha demostrado aún mayor con el hallazgo en el Caribe de cayucos que salieron de Mauritania y fueron arrastrados océano adentro— hay que considerar la enorme presión migratoria que se mantiene en las costas de Marruecos, el Sáhara Occidental o Mauritania. “Hay muchísima gente esperando a poder salir”, mantiene una fuente de seguridad. “La presión hace que más gente se embarque aprovechando cualquier ventana de buen tiempo, pero las condiciones más favorables solo se dan en septiembre, octubre y noviembre. Este año ha sido una desgracia y las salidas se han mantenido desde enero”, abunda. “Salen con buenas condiciones, pero el tiempo puede cambiar totalmente en mitad del trayecto”.
Los testimonios de los supervivientes señalan que los viajes son cada vez más arriesgados. Según la OIM, uno de los siete sobrevivientes de una embarcación que transportaba 54 personas que estuvieron a la deriva durante dos semanas antes de zozobrar cerca de la costa de Mauritania a mediados de agosto, contó que perdieron el motor después de tres días en el mar y se habían quedado sin comida y agua. “La gente empezó a morir”, relató. “Sus cuerpos fueron arrojados al mar para que el bote no pesara demasiado y muriéramos todos. Había gente que parecía que se había vuelto loca, a veces se mordían, gritaban y se tiraban al mar”.
Las cifras de muertes en el Estrecho y el mar de Alborán también son preocupantes. Hasta el 15 de septiembre se habían registrado 240 víctimas, casi el doble de las 131 de 2020. Es el segundo peor número de la serie, solo superado por los 505 fallecidos que se contaron en 2018, cuando las llegadas en patera alcanzaron un récord histórico de casi 57.500 desembarcos.
España se sitúa así como la segunda ruta más mortífera para llegar a la UE, después de Italia. Pero a poquísima distancia y solo en números absolutos. Italia, registra ya 1.118 fallecidos, ante 43.000 desembarcos, es decir, murió una persona por cada 40 que consiguieron llegar. En España, que suma 1.025 muertos y que ha recibido más de 24.000 migrantes, murió una persona por cada 23 que tocaron tierra firme.
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