Julio Anguita, el hombre que no negociaba los principios
Los que le conocían afirman que vivía la política con corazón, cabeza y pasión
“Julio, ¿por qué no ves películas del Oeste, que ya sabes de antemano que pierden los malos?”. Este era el consejo que le daba una y otra vez un amigo a Julio Anguita cada vez que el líder comunista cogía uno de sus frecuentes berrinches por asuntos políticos. Anguita (Fuengirola, Málaga, 78 años) se tomaba muy en serio la política, desde sus inicios como alcalde de Córdoba hasta al final, como miembro fundador de la plataforma ciudadana Colectivo Prometeo.
El político andaluz grabó su último vídeo el pasado día 4 en el que daba a conocer un manifiesto sobre la pandemia. Pedía “organizar colegiadamente el combate político-cultural y la entente programática” para “impedir que quienes se consideran dueños de un poder sempiterno reconstruyan la realidad a su imagen y semejanza”. Es el Anguita de siempre, el que apelaba a plasmar por escrito un programa que una vez aprobado era ley. “Lo de programa, programa, programa es por algo, es lo concreto”, solía explicar.
Los que le conocían afirman que Anguita vivía la política con corazón, cabeza y pasión. Lo retratan como una persona con un carácter difícil, gran estratega, pero sin cintura política. Y coinciden en un aspecto: no sabía distanciarse de la política, le creaba una gran tensión porque la “metabolizaba”. Le pasó en todos los cargos de responsabilidad política que ocupó y ahora también, cuando, retirado de la primera línea, los dirigentes de Podemos le pedían documentos. “No le hacen caso y se cabrea”, comenta un amigo. “Para él lo importante era mantener la coherencia entre lo que se dice y lo que se aprueba, el programa, y no negociar los principios en los que se cree”, señala Herminio Trigo, exalcalde de Córdoba. “Para él sus principios eran los mejores”, añade.
Licenciado en Historia y maestro, encabezó la candidatura del PCE en las primeras elecciones municipales de 1979 en Córdoba. Logró ocho de los 27 concejales entonces en juego, y formó una coalición con PSOE, UCD y PSA que lo situó como primer y único alcalde comunista de una capital de España. Cuatro años más tarde, Anguita arrasó y alcanzó la mayoría absoluta. Cuentan los que trabajaron con él que como gestor dejaba mucho que desear, pero sí supo rodearse de un buen equipo. “No puede decirse que en su mandato hubiera avances significativos para la ciudad desde un punto de vista urbanístico o de desarrollo, pero propició unos aires políticos completamente novedosos, muy participativos. Córdoba fue pionera en el impulso del movimiento ciudadano o en el concepto de servicio público”, afirma el periodista cordobés José Luis Rodríguez Aparicio.
El Califa Rojo
Cambió los nombres del callejero franquista, municipalizó el servicio de la empresa autobuses urbanos y expropió el Gran Teatro. También puso mucho empeño en dignificar el papel del Ayuntamiento y su independencia. Como alcalde protagonizó varios pulsos con la Iglesia y con la Casa Real que le granjearon el calificativo del Califa Rojo.
El obispo cordobés de entonces, José Antonio Infantes Florido, se opuso y calificó de “error histórico” la decisión municipal de ceder a una comunidad islámica el antiguo convento de Santa Clara. En las crónicas de la época queda recogido que Anguita le contestó: “Usted no es mi obispo, pero yo sí soy su alcalde”. En una entrevista en el diario Cordópolis, en 2012, Anguita dice que sus palabras textuales fueron: “Tómelo como una corrección de quien siendo su alcalde no está bajo la autoridad de su ilustrísima”. Corría entonces el año 1981, fecha en la que se produjo la intentona golpista del 23-F. Esa noche, Anguita marchó hacia su despacho en la alcaldía y allí, con un revólver en el cajón, esperó acontecimientos.
También hubo polémica con los Reyes de España a los que invitó a inaugurar la nueva sede del Ayuntamiento, aprovechando que don Juan Carlos y doña Sofía acudirían a la apertura de los actos del XII centenario de la Mezquita de Córdoba. El viaje se aplazó después de una fuerte polémica en la que Anguita culpó al Gobierno de Felipe González de maniobrar para que los Reyes no estrenaran el edificio. Anguita era republicano, pero, en aquella época de los ochenta, el Rey le caía bien, como contaba al periodista Rodolfo Serrano en EL PAÍS. “A mí este Rey me gusta. Me gustaría salir una noche de copas con el Borbón…”, confesaba.
Dimitió como alcalde en febrero de 1986, para ser candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía en las segundas elecciones autonómicas. Fue él, junto con otros dirigentes del Partido Comunista de Andalucía (PCA) como Concha Caballero, Felipe Alcaraz, Paula Garvín o Antonio Cerrato, los que plantean crear un movimiento político que trascienda las siglas de los partidos. Ahí surge Convocatoria por Andalucía, en la que se pretende aglutinar a todos los colectivos situados a la izquierda del PSOE, y que poco después se plasmaría en la marca Izquierda Unida. “Tenía el afán de la unidad de lo diverso en torno a un programa basado en la alternativa al capitalismo”, afirma Alcaraz. “Él creó Convocatoria por Andalucía, como un pegamento para atraer a más gente. En el fondo es una constante histórica de este país de la que bebe Podemos”, explica el excoordinador de IU Antonio Maíllo. “En junio, Julio”, era el lema con el que se presentó a esos comicios donde logró mejorar los resultados del PCA, 19 escaños, 11 más que en 1982.
El salto a la política nacional se lo desaconsejaron muchos. Antes había que afianzar la organización andaluza, le advirtieron; pero otros le animaron a dar el paso. Primero es elegido secretario general del PCE en 1988 y, un año más tarde, coordinador general de IU en una asamblea en la que entró jurando y perjurando que no daría ese paso y cuya candidatura formalizó después de una larga noche con Herminio Trigo, su sucesor en la alcaldía, y Manuela Corredera, su teniente de alcalde. Sustituía a Gerardo Iglesias en ambos cargos.
La teoría de las dos orillas
Como coordinador general, Anguita acuñó y puso en práctica la teoría de las dos orillas: un imaginario espacio político en el que a un lado colocaba a PP y PSOE, partidos para él siameses que defienden lo mismo; y en la otra, a IU, la única fuerza de izquierdas verdadera. Su otra aportación, copiada del Partido Comunista Italiano, fue la del sorpasso, según la cual IU debía poner todo su empeño en sustituir al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda.
Con esos mimbres combatió con dureza a los Gobiernos de Felipe González, que le llevaron a mantener encuentros públicos y privados con el entonces líder del PP, José María Aznar. Ambos coincidían en el análisis de la gravedad de la situación en la que se encontraba el país, atenazado a mediados de los años noventa, por la crisis económica y el desgaste político provocado por los casos de corrupción. Esa concurrencia permitió al PSOE acuñar otro concepto político: el de la “pinza”, que perjudicó más a Anguita que al líder del PP, como reconocía en Abc en 2015: “Vi que el relato iba a funcionar porque se basa en los argumentos de las películas de Morricone: el bueno, Felipe; el malo, Aznar; el feo y traidor, Julio Anguita. Me convertí en el enemigo a batir, en la bestia”, le contó a la periodista Marisa Gallero.
Con Anguita como candidato, IU consiguió sus mejores resultados electorales: 17 escaños en 1989; 18, en 1993; y 21, en 1996. Como todos los coordinadores de Izquierda Unida, Anguita también vivió graves crisis internas. La mayor fue la expulsión de la corriente Nueva Izquierda de Nicolás Sartorius, Cristina Almeida o Diego López Garrido por la negativa de IU a suscribir el Tratado de Maastricht, que preveía la unión monetaria de la Unión Europea. Para Anguita el Tratado de la Unión Europea vulneraba la Constitución española y no servía para construir “Europa, sino para destruirla, porque no se hace solo con mercado y moneda única, sino con una fiscalidad común, con un presupuesto común, con una política exterior y de defensa común”.
Aunque fue diputado en el Congreso desde noviembre de 1989 hasta el 5 de abril de 2000, renunció a cobrar la pensión que le correspondía como parlamentario y optó por la de docente, mucho menor. Dejó la secretaría general del PCE en 1998 y dos años después la coordinación de IU. Anguita sufrió su primer infarto en 1993 y fue operado en dos ocasiones por problemas cardíacos, cuya experiencia relató en el libro Corazón rojo. La vida después de un infarto. Su mayor golpe lo sufrió con la pérdida de su hijo, el periodista Julio Anguita Parrado, alcanzado por un misil en 2003 durante su cobertura para el diario El Mundo de la guerra de Irak. El político cordobés recibió la noticia cuando iba a intervenir en un acto en Getafe. “Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”, dijo desde la tribuna.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.