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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Pactos del Palau?

Cuando pase la pandemia se reconocerá a aquellos servidores públicos que supieron encontrar el equilibrio entre la preservación de la salud ciudadana y la supervivencia de la economía

Amparo Tórtola
Palau de la Generalitat Valenciana.
Palau de la Generalitat Valenciana.

Se veía venir. España es un país de bandazos. La Gran Crisis de 2008 y el 15-M hicieron emerger voces críticas que cuestionaban la Transición política española. Ya no servía. Casi todo se había hecho mal. Algunos denostaron aquel proceso político, inspirador de otros análogos en diferentes geografías, como “un pacto entre las élites”.

Transcurridos desde entonces más de cuarenta años, una pandemia generadora de desasosiego e incertidumbre nos arrastra, de nuevo, al revisionismo de aquella etapa. Ahora en clave positiva. Revisemos los Pactos de la Moncloa -fragmento clave de la Transición- y hagamos una versión renovada. Una adaptación que, en esencia, responda al espíritu de aquellos acuerdos. Suscritos en el otoño de 1977, los Pactos de la Moncloa perseguían un único y elevado propósito: evitar que la joven España democrática, amenazada por todos los frentes, se fuera al carajo. Cuatro décadas después, el riesgo de irnos al carajo se revela, de nuevo, con toda intensidad, al calor de una triple conmoción: sanitaria, económica y política.

El globo sonda del revisionismo ha sido puesto en circulación por los spin doctors de la Moncloa actual, a modo de preparación del terreno para una segunda ampliación del plazo de confinamiento que deberá ser aprobada la próxima semana por el Congreso. La respuesta del líder del PP, Pablo Casado, no invita al optimismo: ¿cómo pactar con un presidente del Gobierno cuya personalidad es definida por el líder de la oposición como “una mezcla de arrogancia e incompetencia”? ¿Cómo estrechar la mano y sumar rúbrica con el que te denigra? Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y Felipe González, entre otros, supieron ponerse el bozal, morderse la lengua y aguantarse los improperios que entre ellos se inspiraban. La moderación y el posibilismo de todos los actores políticos y sociales de la época facilitaron el entendimiento.

Vistas las reacciones ante el globo sonda, diremos como en el chiste: entonces, de Gobierno de concentración nacional ni hablamos, ¿no?

En la Comunidad Valenciana el recurso discursivo de los Pactos de la Moncloa no nos resulta ajeno. En octubre de 2017 el presidente de la Generalitat, el socialista Ximo Puig, ya propuso “un nuevo Pacto de la Moncloa Territorial”; defendía su tesis de una España federal donde tuvieran encaje las singularidades autonómicas y estuviera garantizada la igualdad entre los ciudadanos. El conflicto catalán -hoy aparcado- y una financiación autonómica arcaica e injusta con los valencianos inspiraron sus palabras. Como suele suceder con todos los pronunciamientos hechos por un líder autonómico sin vitola catalana o vasca, las palabras de Puig no tuvieron mayor recorrido.

Actualizo datos mientras redacto el artículo, sabiendo que cuando vea la luz, hoy domingo, ya estarán desfasados. En la Comunidad Valenciana el paro en el mes de marzo se incrementó en más de treinta y cinco mil trabajadores; la afiliación a la Seguridad Social había caído casi seis puntos y la avalancha de Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTEs) -cerca de 32.000- ha colapsado el normal funcionamiento de la Conselleria de Economía y Empleo. El mosaico empresarial valenciano, caracterizado por un conglomerado de pymes con débil músculo económico, es una epifanía de que lo peor está por venir.

Por lo que respecta al ámbito turístico autonómico -nuestra principal industria- las previsiones son pesimistas. Descarrilada la campaña de Semana Santa, habrá que esperar a ver qué se puede hacer con la estival. Un dato: el quince por cien del empleo valenciano está vinculado a este sector.

Garantizar el acceso sanitario y asistencial debe seguir siendo la principal preocupación y ocupación de nuestros responsables políticos; pero no la única. Cuando todo “esto” pase se reconocerá a aquellos servidores públicos que supieron encontrar el equilibrio entre la preservación de la salud ciudadana y la supervivencia de la economía. Sí, yo también me lo pregunto: ¿es eso posible en este contexto?

En declaraciones a EL PAÍS, la politóloga Laurence Morel decía el pasado domingo: “La crisis genera los anticuerpos del populismo, pero dependerá de los gobiernos: los populistas prosperan cuando los gobiernos son impotentes”.

¿Qué tal unos Pactos del Palau en la Comunidad Valenciana que procuren por la viabilidad económica y social de este territorio en tiempos de la post pandemia? La alternativa es dejar vía libre a los discursos populistas y demagogos.

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