Salvar al cóndor andino
El biólogo argentino Luis Jácome, laureado de los Premios Rolex a la Iniciativa, ha dedicado su carrera a salvar de la extinción a una de las aves más grandes del mundo
En 1982, cuando Luis Jácome tenía 22 años, una escalada cambió su vida. Ascendiendo el Cerro López, cerca de la frontera entre Argentina y Chile, este biólogo observó por primera vez el vuelo majestuoso de los cóndores. Esa misma noche, recuerda que soñó con ellos y su imagen con la nieve de las montañas de fondo, y decidió que quería dedicarse al estudio y la preservación de esta especie. Años más tarde, descubrió que el pueblo Mapuche considera a esa montaña, Cerro López, como un lugar sagrado que proporciona a quien la escala un objetivo en la vida. “Los ancestros, de alguna forma, me han otorgado la visión de que en mis manos recaía el deber de garantizar que los cóndores no desaparecieran”, recuerda Jácome.
Tras acabar sus estudios de Biología, Jácome impulsó un programa de conversación del cóndor andino, una especie que en esos momentos mostraba signos de riesgo de extinción. La caza o el veneno que los agricultores locales aplicaban al ganado muerto para matar a grandes depredadores estaba diezmando su población. “El cóndor es un animal importante, un carroñero que cumple un papel crucial como limpiador. Con su poderoso pico puede abrir las duras carcasas de los animales muertos para que los pequeños carroñeros también tengan acceso”, explica. También tienen un papel simbólico y espiritual para los pueblos indígenas de la zona. “Los hombres y mujeres andinos no le hablan directamente a Dios: le hablan al cóndor y este transporta sus plegarias”.
El trabajo de Jácome fue reconocido en 1996 con uno de los Premios Rolex a la Iniciativa, que le permitió intensificar y expandir su labor. “Nos permitió comprar dispositivos que no teníamos, como prismáticos, ópticos de calidad, monoculares, trípodes, radios y GPS”, explica. Un año más tarde, él y su equipo pusieron en libertad al primer polluelo de cóndor nacido en cautividad en Latinoamérica. Un hito dada la baja tasa de reproducción de estas aves: las hembras ponen un único huevo por temporada y pasan dos años criando a su descendencia. Jácome y sus colaboradores descubrieron que, en cautividad, si a la hembra se le retira un huevo, tarda muy poco tiempo en poner otro. De esta manera, pudieron acelerar el proceso y criar a 79 polluelos en cautividad.
La crianza de esta especie supuso otro reto. Para que los polluelos crezcan en un entorno similar al natural, los miembros del equipo utilizan marionetas de látex con aspecto de cóndor. “Este proceso dura unos dos meses y, a continuación, metemos a los pájaros de la misma edad en un cercado, donde forman una bandada junto a cóndores adultos”. El siguiente paso es introducir a las aves en su hábitat, otra tarea compleja. Dos personas observan a cada ave, que portan señalizadores GPS, durante los primeros días, y se depositan grandes trozos de carne cada día para asegurarles alimento.
Otra de las tareas de Jácome y su equipo consiste en rescatar a las aves heridas, muchas de ellas a causa de choques contra el tendido eléctrico, o las que son envenenadas al alimentarse de restos de animales que han sido abatidos con balas de plomo, altamente tóxicas para esta especie. Entre ejemplares criados en cautividad y rescatados, hasta la fecha se han añadido 219 aves a la población de la zona. Todas ellas son seguidas en libertad a través de unos pequeños transmisores vía satélite y la colaboración del Goddard Space Flight Center de la NASA. Gracias a este sistema, Jácome también pudo comprobar las distancias que recorren las aves que ponen en libertad. “Cuando empezamos a seguirlos con esta monitorización vía satélite, vimos que los cóndores volaban distancias de miles de kilómetros”.