Ana Wagener y Marina Guerola se conocen frente a las brasas de Los 33, uno de los restaurantes de moda en Madrid
La actriz veterana y la joven promesa comparten entraña de ‘wagyu’ y el biquini más célebre de la capital en este “bar con alma gastro” mientras charlan sobre el fuego de la vocación y el trabajo “de pico y pala” que hay detrás de una carrera
–¡Marina! Qué ganas de conocerte, acabo de ver Los destellos, estás estupenda, qué trabajazo, cuánta verdad transmites…
—¡Ay, Ana, gracias, qué ilusión viniendo de ti! Te admiro un montón.
—¡Te auguro un carrerón!
—Yo solo quiero trabajar…
Las actrices se lo dicen sin soltar su abrazo. Marina Guerola, de 27 años y una película en su haber, y Ana Wagener, de 62 años, 96 títulos de crédito en cine y televisión y una vida en el teatro, se saludan con cariño aunque solo se han visto una vez antes, en una cena la pasada primavera, y una de ellas ni siquiera lo recuerda a la primera. “¡Normal que no te acuerdes, había un montón de gente!”, dice Marina quitándole importancia, “fue después de tu preestreno de La casa de Bernarda Alba en el Centro Dramático Nacional y aún ni se había estrenado mi peli”. Entre ambas hay un solo grado de separación: la actriz Patricia López Arnaiz, que hacía de hija de Wagener en la obra de Lorca y de madre de Guerola en Los destellos, de Pilar Palomero. Vamos, que en la ficción son prácticamente familia. La química es inmediata.
En el restaurante Los 33 hay una lista de espera de dos meses para conseguir mesa, pero cuando llegan las actrices el sitio del momento en Madrid está vacío. Esta parrilla uruguaya en la elegante plaza de las Salesas solo cierra la cocina el domingo por la noche y el lunes a mediodía, momento elegido para reunir a la veterana y a la debutante para hacer fotos del encuentro antes de que el acogedor local se llene para la merienda.
“Comer con el restaurante vacío es como ver la parte de atrás de un teatro, resulta interesante, pero te pierdes la función”, dice Nacho Ventosa, socio junto a su esposa, Sara Aznar, de este local inaugurado hace dos años. La madre de ella, la uruguaya Dolores Posadas (hermana de Carmen Posadas), abrió hace casi 30 El Viajero, mítica parrilla en el corazón de La Latina. Él viene de la industria musical y suya es la extensa colección de vinilos que decora el local (además de mucha madera natural, cuero y luz tenue, se nota que la dueña estudió escenografía). La “función” en este “bar con alma gastro” es “como un baile, un caos ordenado de gente a la que le van pasando cosas”, continúa Ventosa. Desde las 13.30, la barra se llena “de parroquianos” para el aperitivo; luego van llegando comensales, “cuyas sobremesas se solapan con las copas de los del afterwork”, porque a partir de las 20.30 empiezan a pinchar los DJ, primero jazz francés, para las primeras cenas, y luego “música de los ochenta y noventa para ir creciendo hasta la electrónica progresiva” con las copas, dice Ventosa. Hasta las 2.30 pueden comer sin reserva (pero esperando) unas 45 personas en la barra y la zona de sofás; con reserva caben otras 40 en la sala del fondo (en dos turnos), donde se encuentra la parrilla. Allí el jefe de cocina, Oswaldo González, empieza a preparar el menú de las actrices. Normalmente hay tres personas que no paran junto a las brasas: “Estamos entre la cocina fina y la de batalla”, dice el chef. El precio medio por cubierto en Los 33 es de en torno a 60 euros.
Llegan los entrantes
Piparras a la brasa, una preparación sorprendente de la guindilla fresca que saldrá pronto de la carta porque se acaba la temporada. Boletus con salsa de colmenillas y chimichurri de hierbas de monte y el célebre biquini a la parrilla de prosciutto fino, queso havarti y mantequilla, que está en la historia fundacional de Los 33. Los dueños probaron uno parecido en una celebración en Punta del Este (Uruguay) que giraba como es tradición en torno a una parrilla de leña, y el sueño de replicarlo fue uno de los motores del negocio.
La conversación entre las actrices arranca también por el principio. Ninguna viene de familias del espectáculo, pero ambas sintieron el fuego de la vocación de niñas. “Yo, desde los cuatro años, cuando había invitados en casa, salía enseguida a preguntar: ‘¿Papá, canto ya?”, dice Wagener. “Yo le cogía los tacones a mi madre, me disfrazaba y me venía arriba”, cuenta Guerola, que de los 5 a los 18 estudió saxofón en el conservatorio: “Cuando empecé era tan chica que apoyaba el instrumento sobre una muñeca para sostenerlo”.
A la primera, nacida en Canarias en 1962, su padre, que se dedicaba al negocio de las bodegas, le pidió que se sacase selectividad “por si acaso”, pero la apoyó en su decisión de empezar arte dramático en Sevilla. Los padres de Guerola, nacida en Xàtiva (Valencia) en 1997, se dedican a la agricultura (cultivan ajos tiernos), y también la apoyaron sin fisuras cuando decidió estudiar interpretación en Murcia. Y hasta aquí las semejanzas en sus inicios.
A Wagener la ficharon en una compañía teatral nada más entrar en la escuela y aprendió el oficio sobre las tablas. Haciendo con 20 años los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving, en Sevilla se le cayó encima la escenografía. “En plena función, horrible, momento ‘¿hay un médico en la sala?”, rememora ante el pasmo de Guerola. “Para mí fue un punto de inflexión, estuve tres meses en parapléjicos, 20 días sin saber si volvería a andar…”. Cuando salió de allí por su propio pie volvió de técnico de sonido a la compañía y a los siete meses se subió de nuevo al escenario. “Con mi corsé y todo, porque aún estaba rehabilitándome, pero sabía que le tenía que perder el miedo, es como caerte del caballo, hay que volver a subir. Ese accidente me hizo madurar y poner en perspectiva lo que es importante en la vida. Me enseñó a relativizar y a disfrutar más”.
De mediados de los ochenta a finales de los noventa, Wagener ya no paró de trabajar: teatro, doblaje, algo de tele, cortos… “Estaba en el Alfil, un off off de Madrid, cuando el cine me vino a ver al teatro”, dice. Desde el patio de butacas Achero Mañas la fichó para El Bola (2000). Aún tendría que esperar otros ocho años (y una docena de películas, entre ellas Azuloscurocasinegro o La suerte dormida) para que la nominasen a actriz revelación en los Goya por El patio de mi cárcel. Tenía 45 años. Lo ganó Nerea Camacho, protagonista de Camino, que tenía 12.
Guerola acabó arte dramático en plena pandemia y presentó su trabajo de fin de grado online. “Pensé, Dios, con lo difícil que es esto de normal, ¿qué hago? Porque en la carrera te enseñan mucha interpretación y tal, pero no te preparan psicológicamente para todos los zascas que te llevas luego, ni para el mundo laboral, cómo buscas repre, cómo vas a un casting… Te ves con un título y en bragas”. Así que se lio a hacer cursos y a través de un coach consiguió un representante y de allí una prueba. Resultó ser con Pilar Palomero, para un papel clave en una de las películas más alabadas de este año. Su nombre ya suena en las porras de las nominaciones a los Goya.
Plato principal
El chef pregunta el punto antes de echar la entraña de wagyu a la parrilla: Marina, al punto; Ana, un puntito más. De guarnición, ensalada, patatas fritas perfectamente imperfectas y los exquisitos pimientos de Javier Goya. El jugoso pan de obrador con aceite Picual Verde Esmeralda completan un menú que se goza mojando. Marina bebe agua con gas, Ana se deja aconsejar un vino uruguayo, Garzón, mezcla con malbec, una uva que le gusta mucho, de entre los dos libros de referencias que tiene la amplísima bodega.
Las actrices, además de buenas cocineras (platos estrella: las croquetas y la musaka de Ana y el pollo al ajillo y las lentejas de Marina), disfrutan del buen comer. Y de los restaurantes que, como este, animan a la charla íntima. “Yo tengo una carrera de mucho pico y pala, ¡qué suerte entrar por la puerta grande!”, confiesa Wagener sin ápice de resentimiento. “Ha sido un privilegio increíble”, admite Guerola, y explica que cuando la cogieron llamó a su madre “con un ataque de ansiedad”. “¿Y con quiénes actúas?”, le preguntó su madre. “Pues no sé, mamá, le dije, porque imaginaba que no sería gente conocida… Así que cuando me enteré de que eran Antonio de la Torre y Patricia López Arnaiz, pues otra llamada atacada a mi madre”, cuenta risueña la joven actriz. “Y es que está totalmente a la altura de esos dos pedazos de actores”, dice luego Wagener admirada.
Pero el vértigo de una intérprete siempre está ahí, al acecho. “Cuando salió Los destellos no paraba de recibir mensajes de enhorabuena; sin embargo, yo seguía haciendo pruebas y más pruebas y nada…”, cuenta Marina, que a pesar de haber pisado la alfombra roja de San Sebastián en septiembre, hace tan solo unas semanas ha dejado su trabajo en una escape room. “Llegó un momento en que tenía el síndrome del impostor por las nubes. ¿Y si no vuelvo a estar a la altura? ¿Y si esto ha sido solo un golpe de suerte? Mi repre me tuvo que sentar y decirme: ‘Mira, el síndrome del impostor no se te va a quitar, te tienes que familiarizar con él, pero no puedes dejar de creer en ti”. Wagener asiente: “Hay que aprender a cuidarse, quererse y aceptarse, pero vamos, que para mí sigue siendo una asignatura pendiente… Cada vez que me llaman para un papel sigo sintiendo que va a ser la última”. ¿Ni siquiera con un currículo con decenas de películas (entre ellas Biutiful y El reino, con las que ganó dos de los cuatro premios a mejor secundaria de la Unión de Actores que tiene; La voz dormida, Goya a actriz de reparto, o Te estoy amando locamente, con la que ha conquistado a la generación de Marina) y series de éxito (La Señora, Intimidad, Tú también lo harías) se pasa ese miedo? “Es que es un milagro que te llamen, porque somos muchísimas y en este país hay actrices espectaculares”, dice Wagener con humildad, “cada vez es una suerte, hay compañeros maravillosos sin trabajo”.
Incluso cuando el papel se consigue, el vértigo no cesa. “Luego está verte, que también es difícil. Yo he visto tres veces Los destellos, pero lo que es la peli solo la vi a la tercera…”, dice Guerola. “Claro, solo te ves tú y tus defectos, a mí los directores que me conocen y me quieren ya ni me preguntan. ¡Yo acabé el estreno de El Bola debajo de la butaca! Estamos fatal”, ríe la veterana. “Te juzgas por todo, ¡yo le dije a mi madre que salía muy fea!”, se carcajea la veinteañera.
Postre
Flan de huevo con dulce de leche y cremoso de chocolate con sal y aceite de oliva. Las actrices celebran lo rico que estaba todo y se relamen con los dulces. Se acerca la hora de abrir al público, y en la puerta de Los 33 ya hay gente rondando. ¿Sienten aquí también vértigo por ser el sitio de moda? “Claro, de hecho nos negamos a serlo porque significa que es un éxito pasajero”, dice Ventosa. “Hay que concentrarse en mejorar, apostando por el producto y por el personal”.Antes de despedirse, Ana Wagener y Marina Guerola coinciden en que tampoco en su profesión lo importante es la fama sino el trabajo a fuego lento. “Lo más difícil no es pegar el pelotazo, sino mantenerse. Y para mantenerte hay que saber tomar decisiones y saber comportarte. En este oficio eres parte de un equipo, y ni siquiera la parte más importante”, dice Wagener. “Yo lo tengo clarísimo. Incluso en la escuela, donde vas a aprender, ves mucha competitividad, pero para mí un buen actor tiene que ser ante todo un buen compañero”, añade Guerola, que se despide porque tiene otra prueba a la que acudir esperanzada. ¿Algún consejo de la veterana para que se lleve la que empieza? “Humildad y cabeza bien amueblada, pero se nota que, además de talento, tiene ambas”, dice Wagener, que alarga un poco la sobremesa mientras se abre el telón del restaurante que se va llenando para la función de esta noche.