De una vida en la calle al calor de un hogar propio
En España hay más de 37.000 personas que viven en la calle, durmiendo en cajeros, aceras y bancos. Fernando, Camely y Juan Carlos fueron como ellos hasta que se toparon con una fundación que hizo algo insólito: darles, sin condiciones, un lugar donde vivir con dignidad.
Interior. Habitación de Fernando. Día. La ventana, cubierta de rejas, da a un patio por el que se filtra una luz atenuada. Justo debajo de la ventana, una cama individual hecha con precisión castrense. Hay un par de zapatillas debajo del escritorio. Fernando solo tiene dos pares, así que el otro es el que lleva puesto mientras muestra donde vive. Sobre el escritorio hay unas imágenes de Cristo y una estatua de la Virgen, un paquete de lápices de madera, un bloc de notas con la portada fosforita. Todas las entradas del diario comienzan así: “Hola, mi querido compañero de fatigas”. Fernando llev...
Interior. Habitación de Fernando. Día. La ventana, cubierta de rejas, da a un patio por el que se filtra una luz atenuada. Justo debajo de la ventana, una cama individual hecha con precisión castrense. Hay un par de zapatillas debajo del escritorio. Fernando solo tiene dos pares, así que el otro es el que lleva puesto mientras muestra donde vive. Sobre el escritorio hay unas imágenes de Cristo y una estatua de la Virgen, un paquete de lápices de madera, un bloc de notas con la portada fosforita. Todas las entradas del diario comienzan así: “Hola, mi querido compañero de fatigas”. Fernando lleva un rosario de plástico colgado del cuello y va a misa cada día. “Siempre he sido muy creyente”, dice. Encima del escritorio, en un papelito enganchado a la pared con una chincheta, tiene repartido el ahorro que debe hacer cada mes. “Cobro 400 euros al mes. Me da para pagar los gastos del piso, la comida, el tabaco y ya. No me puedo comprar ropa porque estoy haciendo un plan de ahorro para cuando salga de aquí. No quiero tener que volver a un albergue y volver a empezar. Llevo unos 500 euros ahorrados, aunque mi plan es llegar a los 2.000″.
Tener una habitación en la que dormir bajo techo es una excepcionalidad en la vida de Fernando, que de sus 57 años ha pasado 30 viviendo en la calle. A los 22 años, su vida sufrió un descalabro que marcó su futuro. Su hermana mayor se casó, la madre se fue a vivir con ella y él y su hermana Gema se quedaron en Madrid. “Caí con los chavales del barrio”, cuenta. Eran los ochenta y en Madrid la calle y la droga eran inseparables. Los hermanos dejaron de pagar el alquiler. “El dueño nos dio un tiempo, pero veía que no pagábamos y nos echó. Nos dio un dinero, a mi hermana y a mí, para poder estar en una pensión. Pero nos lo gastamos todo en la mierda de la droga”. Fernando acabó viviendo en la calle. Su hermana Gema murió de sida a los pocos años.
La adicción le llevó al trapicheo y por el trapicheo acabó en la cárcel, donde ha estado dos veces. Al salir de la prisión, volvió a las calles. “Mi vida era calle, calle, calle. En la calle me han meado encima, me han quitado el vaso de pedir, me han quitado mis mantas, me han pegado, me han pegado mucho sin motivo gente que solo pasaba por allí”, relata. En la calle también empezó a escribir un diario. La libreta le hacía sentirse menos solo. “He pensado mucho estos años, he pensado en las cosas que podría haber hecho y no he hecho por la droga. A veces sigo soñando que me pongo un chute y me despierto sudando”.
Un día, se despertó en una habitación pequeña con los brazos llenos de tubos y de vías y muy cansado. Tenía neumonía, el hígado destrozado, un pólipo al lado del colon y estaba en fase tres del VIH. “Estuve tres meses en el hospital y ahí me di cuenta de que se acabó la calle”, cuenta ahora sentado en un piso que comparte con dos compañeros mayores de 60 que, igual que él, han pasado gran parte de su vida sin un techo sobre su cabeza. Los tres pudieron acogerse a un programa de la entidad social Hogar Sí, apadrinada por Alejandra y Richard Gere, que busca acabar con el sinhogarismo en España con una propuesta singular: ofrecer un hogar sin condiciones a una persona que vive en la calle.
La iniciativa de Hogar Sí, fundación creada en 1998, sufrió un cambio en 2015 cuando abandonó lo que llaman el método escalera y según el cual las personas sin hogar debían hacer méritos para conseguir una vivienda. Centrando su atención en la metodología Housing First, que propone el derecho a la vivienda como primera condición para sacar a las personas de la calle, la fundación tiene en este momento 344 viviendas a disposición de los clientes, nombre que reciben las personas sin hogar que entran a formar parte del programa.
En el momento en el que se escribió este reportaje, había en España 37.117 personas viviendo en la calle. La meta de Hogar Sí para 2030 es que no haya ningún ser humano durmiendo en las calles españolas. Podría parecer una intención que peca de optimismo, pero en Europa ya hay un ejemplo de éxito al que aspirar: Finlandia. El país nórdico se ha convertido en el único país del mundo en acabar con el sinhogarismo dando un hogar a 16.300 personas que vivían en la calle aplicando el sistema Housing First.
“Esto es como un receso en el que tomas aire”, cuenta Camely sobre el programa de Hogar Sí del que forma parte desde hace dos años. Ahora tiene 20 años, pero se quedó en la calle cuando huyó a los 15 de su casa en Honduras en la que vivía con una familia adoptiva que la maltrataba. “Cuando a mi madre le daba por tomarse el tiempo para castigarme, salía al patio, arrancaba una rama de un árbol, le quitaba todas las hojas, la mojaba y me decía que me pusiera de rodillas. Me dejaba el cuerpo entero morado, verde y de colores”.
A los 14 vino a España a vivir con su hermana adoptiva, pero los abusos no acabaron. Un año después de vivir con ella, Camely decidió coger una mochila, un par de camisetas e irse de casa. Su primer centro de acogida fue San Martín de Valdeiglesias y después le siguió el de Hortaleza, al que define como un infierno. “Al ser de primera acogida, llega cualquier menor, lo mismo alguien que ha pegado a sus padres o lo que sea. Es como una cárcel. Dormía con un ojo cerrado y otro abierto. Una vez llegó una compañera nueva a la habitación y nos dio un bofetón a mí y a la otra chica que dormía en la litera de al lado”, cuenta. Justo antes de cumplir los 18, una de las educadoras del centro le confesó que aquel no era un lugar para ella. Unos días después le dieron la noticia de que iba a poder trasladarse a un piso. Había entrado en el programa de Hogar Sí.
A partir de ahí, Camely ha podido estudiar y sacarse un certificado de dependienta, otro de cocinera y otro de mecánica, poner su documentación en regla, dejar atrás su infancia de pesadilla y ahorrar algo de dinero para poder buscar un piso al que irse a vivir con su novio. “Mi plan de futuro es llegar a ser yo. Ya he hecho de mecánica, ¿y ahora? De este mundo queda mucho, pero mucho mucho, por comerme todavía”.
A veces la vida se trunca por un error, un desliz que para algunos es inocuo y para otros se convierte en una caída al vacío. Sin red de seguridad, los huesos acaban chocando con el cemento de un sistema que devora, mastica y escupe. A Juan Carlos lo dejó en la calle un hecho fortuito, un golpe de mala suerte. El 31 de octubre de 2019 llegó a Madrid con la idea de pasar unos días para después volar a Berlín. Ese mismo día, le robaron las dos maletas que llevaba y todo su dinero. Pasó la noche durmiendo en un banco. Al día siguiente fue a un albergue. “En un albergue puedes dormir, pero a las nueve de la mañana te echan y no puedes entrar hasta la tarde. Así que durante el día me dedicaba a patearme las calles y a buscar trabajo”, relata. Llamar a sus padres y pedirles ayuda no era una opción: llevaban sin hablarse desde que se fue de su casa de Colombia a los 17 y puso rumbo a Estados Unidos, donde vivió más de tres años.
La conversación con Juan Carlos se produce a primera hora de la mañana ante un café y a pocos minutos de que salga corriendo para entrar a su trabajo. Va vestido con un traje negro y camisa, según las reglas de la empresa, y su casa actual no es un piso de Hogar Sí, sino uno que alquila él solo. Gracias a su inglés y a sus ganas de estudiar, la fundación le dio la oportunidad de hacer un curso tras el cual consiguió colocarse en el hotel Four Seasons.
A pesar de que ahora Juan Carlos tiene 24 años y la vida completamente encauzada, la experiencia de haberse quedado en la calle a los 21 ha dejado una señal indeleble en su vida. “Tengo miedo, siempre. Tengo miedo de volver a acabar en la calle, pero es ese miedo el que me mueve. ¿Puedo caer más bajo? Un día estando en la calle lo pensé: no hay nada más bajo que esto”.
El plan de futuro de Juan Carlos es seguir trabajando y estudiando. Quizá hacer una carrera en marketing. Camely sueña con formar un hogar, una familia, dar charlas sobre el sinhogarismo, ponerle cara a la historia de tantos. Fernando quiere ahorrar y vivir solo en algún momento. También trabajar. “Cuando estaba en la calle me decía que era un chico de calle, pero ahora me he dado cuenta de que soy un chico de casa”, reconoce. “Y si esto lo tuviera toda la gente que está en la calle, olé”.
“Todo el mundo puede acabar en la calle”
Alejandra Gere (A Coruña, 40 años) y Richard Gere (Filadelfia, EE UU, 74 años) conforman uno de los matrimonios más comprometidos del star system. Budistas y residentes en una casa de campo de Nueva York con sus propias cabras y gallinas, además de dedicarse a sus proyectos cinematográficos (él) y a los negocios (ella), crían a sus dos hijos en común y colaboran con organizaciones como Open Arms. A España vienen a menudo, e incluso están planeando mudarse, primero porque es el país de origen de Alejandra y segundo porque llevan más de ocho años siendo la cara visible de la organización Hogar Sí.
¿Por qué Hogar Sí?
Richard Gere: Todo empezó para mí hace tiempo cuando conocí al director de un grupo llamado Coalition for the Homeless en Nueva York. Empecé ayudándolos con la recaudación, pero decidí que quería hacer una película. Alguien me mandó un guion sobre un sin techo, pero no era lo bastante bueno. Durante muchos años estuve pensando cómo hacer la película hasta que leí el libro de un hombre llamado Cadillac Man (El país de las almas perdidas: mi vida en las calles). Era un sin techo que escribió su historia en trozos de papel. Cuando lo leí me di cuenta de que me decía cómo hacer exactamente la película. Alejandra y yo nos conocimos justo cuando estaba grabándola.
Alejandra Gere: Me emocionó mucho cuando la vi y decidí que había que hacer algo en España con este tema. Y entonces encontré a Hogar Sí y ya llevamos ocho años con ellos. El objetivo de “casa primero” es lo que realmente marca la diferencia. Podemos acabar con el sinhogarismo en 20 o 30 años.
¿Confía en ello?
Alejandra Gere: Mira a Finlandia. Ellos lo consiguieron.
¿Cuáles son los pasos?
Richard Gere: No estamos abordando la raíz del problema del sinhogarismo, así que no sabemos de dónde viene. Muchos pensamos en ello como asistencia social, pero dar un poco de comida y una cama no demasiado cómoda para pasar una noche no cambia nada. No crea un sentimiento de comunidad, de pertenencia. Existe ese cliché de hombre vago que se queda en la calle, pero cada vez más familias acaban en la calle. Mujeres. Niños. El 40% de los sin techo en Nueva York son niños. Y está demostrado que si una persona pasa en la calle más de seis meses es muy improbable que salga de la calle. Así que en realidad todo empieza con la prevención.
¿Vivimos en un Estado de bienestar?
Richard Gere: El término Estado de bienestar es problemático porque nos permite a los ricos distanciarnos de las personas a las que ayudamos. Hoy algunos tenemos más que otros. Mañana quizá no. Todo el mundo puede acabar en la calle. Si no en esta vida, en la siguiente. Es un sentido de responsabilidad humana básica entre unos y otros. ¿Si ayudas a tu hermana o hermano es Estado de bienestar?
La mayor parte del tiempo son personas invisibles.
Richard Gere: No me gusta el término invisible. Sé que es como se tradujo mi película en España, pero no me gusta. Nosotros vemos a los sin techo, pero elegimos ignorarlos conscientemente.
¿Cuál es su deseo para el futuro?
Richard Gere: Cuando al Dalái Lama le preguntan cuál es su religión, siempre dice que es la amabilidad. Es bastante bonito. Y creo que, si de verdad empezamos a ser amables, responsables y a querer a los demás, el 99% de todos los problemas del mundo desaparecerían.