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El otoño es un manjar de color y sabor en Navarra

Hay donde escoger en esta tierra, desde aventura hasta el relax. Cuatro climas, siete denominaciones de origen y las cautivadoras vistas de lagunas, escenarios desérticos o hayedos más allá de la cotizadísima Selva de Irati. Mitos, sabores y caminatas que no caben en un fin de semana

El bosque Quinto Real, al sur de los Pirineos, abarca más de 2.500 hectáreas de magnéticos colores.

La frondosidad del haya funciona como un termómetro que mide la estación: transforma su color hasta quedarse semidesnudo en hojarasca. Pero justo antes, sus llamativos tonos amarillentos, amarronados y rojizos visten de farolillos los bosques de Navarra. Quien los contempla se sumerge en un otoño inolvidable. En la Comunidad Foral, donde concentra el mayor número de espacios naturales protegidos por kilómetro cuadrado de la península, se hospedan estos particulares árboles adaptados a los climas lluviosos, que se extienden más allá de las lindes de la conocida Selva de Irati. Su particular ecosistema ofrece una prometedora escapada a un paraje que trasciende al turismo masivo, con sabores autóctonos, rutas desafiantes o agradables paseos entre mitos y leyendas.

El otoño en Navarra ofrece una naturaleza diversa que va desde la frondosa Selva de Irati hasta las desérticas Bardenas Reales (en la imagen).

Hay quien lo considera un país en miniatura, porque contiene una amplia diversidad en un pequeño territorio. Hasta cuatro climas y una larga historia de 100.000 años de historia de conquistadores y conquistados, han fraguado una tierra de contrastes culturales, gastronómicos y paisajísticos. Las zonas verdes han llevado a Navarra a la cima de la calidad de vida en España desde hace 15 años, según publicó el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2024. Además de ser la segunda comunidad con menor concentración de partículas contaminantes, contiene parajes naturales heterogéneos que cuesta resumir en un texto: valles, foces —gargantas excavadas por ríos—, cascadas, cuevas pirenaicas, campos de cereal, lagunas, viñedos de la Zona Media y la llanura de sus huertas o el paisaje desértico más septentrional de Europa, las Bardenas Reales.

Navarra, considerada un país en miniatura, combina paisajes singulares, riqueza cultural y la mejor calidad de vida de España

Bosques que resguardan armas y mitos

Las rutas en Navarra son cuantiosas, un plan idóneo para aventureros, familias activas o para quien quiera relajarse en un baño entre hayas. Los frondosos bosques atlánticos, destacados ya por los antiguos geógrafos griegos, resguardan sorpresas. Al sur de Pirineos, en el de Quinto Real, hay 4.000 hectáreas de bosque. La sinuosa expansión de la naturaleza ha reclamado las ruinas de una antigua fábrica de armas. Existió durante la segunda mitad del siglo XVIII, y en sus instalaciones se encuentran carboneras, hornos de fundición o talleres de calibrado.

Cerca, a unos 30 kilómetros de Pamplona, la ruta puede continuar hacia el embalse de Eugi. Los viajeros con mejor forma física pueden hacer cumbre en el Adi, una de las cimas más emblemáticas de Navarra, a 1.457 metros de altura. Para alcanzarla hay que atravesar el Hayedo de Odia, declarado Enclave Natural, y toparse con la estación megalítica de Adiko Soroa y los búnkeres construidos como barrera defensiva entre 1939 y 1948.

En Eugi se conservan las ruinas de una fábrica de armas del siglo XVIII. En sus instalaciones se encuentran carboneras, hornos de fundición o talleres de calibrado.

Otra golosa travesía histórica es la del Parque Natural Señorío de Bertiz, un jardín botánico de más de 100 años de antigüedad que contiene especies de todo el mundo: cedros, gingkos, azaleas, glicinas o bambúes, entre otras. En su singular espacio conviven instalaciones tan variopintas (y necesarias, algunas) como un centro de interpretación, un palacio y un gran parque infantil.

Del parque natural parten siete posibilidades, siete senderos engalanados con robles, hayas y alisedas que cubren las más de 2.000 hectáreas. Los paseos livianos pueden durar media hora, y los más extensos hasta siete horas. Una recomendación nada desdeñable es Iturburua, cuyo particular salto de agua es conocido con el descriptivo nombre de Cascada de Suspiro. Por algo será. El mejor premio del caminante puede ser una cena en el balnerario Elgorriaga, una experiencia única en unas aguas termales que tienen la mayor concentración de minerales de Europa o, si el ajetreo ha parecido insuficiente, un nuevo paseo a media tarde por un espacio natural protegido, el embalse de Leutza.

Los viajeros en mejor forma pueden ascender al monte Adi tras cruzar el Hayedo de Odia, la estación megalítica de Adiko Soroa y antiguos búnkeres defensivos

Los senderistas más espirituales pueden probar el camino desde Orreaga/Roncesvalles. En el bosque de Basajaunberro comienza una ruta circular y sencilla de poco más de una hora que parte de la misma colegiata. Su topónimo hace referencia a un personaje de la mitología vasca, Basajaun, el señor del bosque. El visitante se adentrará en un despliegue de hayas y robles que añade misticismo a un entorno en donde (se dice) se celebraban aquelarres.

Unos pinchos ‘made in’ Navarra

El paladar se estimula en Navarra, con un producto de calidad valorado a nivel nacional. Muestra de ello son los famosos pinchos y fritos de Pamplona, una tradición arraigada, pero también sus siete denominaciones de origen (DO): piquillo de Lodosa, queso de Roncal e Idiazabal, aceite de Navarra, vino DO Navarra, vinos de pago, vino calificada Rioja y DO cava. Además, cuenta con seis indicaciones geográficas protegidas (IGP) que merece la pena enumerar: el espárrago de Navarra, la alcachofa de Tudela, la ternera de Navarra, el cordero de Navarra, el pacharán Navarro y la chistorra de Navarra, productos que reflejan la tradición de la gastronomía de la región.

Navarra seduce el paladar con sus reconocidos pinchos (las barras de muchos bares son una tentación), vinos, quesos y verduras con sello propio.

Algunos son difíciles de encontrar fuera de sus lindes, al menos con ese nivel de calidad, como ocurre con el espárrago, la borraja, la acelga o las endrinas, con las que se elabora el pacharán. Aquí se da mucha importancia a los alimentos de temporada, como las setas, especialmente las variedades de hongo; y a la caza, donde destacan la paloma, la perdiz, el jabalí, el ciervo o el corzo.

Para la armonía son reconocidos sus vinos rosados, elaborados con uva de montaña, sin desmerecer la calidad de los caldos blancos y tintos. Las bodegas y otras factorías del placer como queserías, destilerías o ganaderías ofrecen experiencias gastronómicas que combinan sabor y experiencias como catas. Por ejemplo, el visitante gourmet puede dar un paseo hasta el viñedo en carreta de caballos en Bodegas Lezaun, en Lácar, o probar el oleoturismo en el entorno único de Aceite Artajo, en Fontellas. La guinda es la hospitalidad con la que los vecinos de la zona preservan el carácter auténtico y nada masificado. Navarra se revela a quienes quieran y sepan buscarla: ofrece a esos exploradores (cada otoño son más) su rincón de paz y belleza por descubrir.

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