Navarra, paseos de ensueño entre hayedos y fogones
En otoño, la naturaleza y la gastronomía adquieren en este territorio una dimensión especial. Las sorpresas se suceden en una región acostumbrada a vivir la vida sin prisas y alejada (casi siempre) del bullicio
Se afirma, con razón, que el otoño es posiblemente la mejor época del año para disfrutar de la naturaleza. En estos meses en los que los días aún son largos y las temperaturas amables, los bosques y paisajes de Navarra despliegan ante los ojos (y las botas) de quien se acerca a ellos todo su esplendor. Y eso es decir mucho. Los tonos dorados, ocres, rojos y naranjas convierten los espacios naturales de este territorio del norte de España en un espectáculo más que tentador.
Las hojas de robles, hayas y castaños cambian de color; las setas y hongos emergen en los suelos repletos de hojarasca y musgo; en las chimeneas de las casas rurales se encienden los primeros fuegos… Un entorno propicio para desconectar del estrés, recargar las pilas y olvidarse del reloj. Los planes para descubrir Navarra en otoño son tantos que es difícil concretar unos pocos. Hay muchos y para todos los gustos.
Del bosque a ‘la Luna’ y la historia
Una opción indiscutible es adentrarse por alguno de los bosques, rebosantes de vida y color, que se extienden a lo largo de la región. Pasear en estas fechas por la Selva de Irati, el segundo hayedo-abetal más extenso de Europa, es una experiencia indescriptible. Pero hay más hayedos (y menos frecuentados) que vale la pena conocer: el de Urbasa, la ruta de Tres Hayas, el bosque de Basajaunberro, el bosque de Quinto Real… Más al sur, el contraste es absoluto. A solo 70 kilómetros de los Pirineos, el Parque Natural de Las Bardenas Reales es una sorpresa de esas que no se olvidan: un paisaje desértico de formas caprichosas traslada al viajero a la propia Luna.
Este paraje extraterrestre nada tiene que ver con los numerosos rincones salpicados por pozas de aguas turquesas, embalses y cascadas, tan característicos de esta tierra. El nacedero del Urederra, la ruta de los Tres Puentes, los embalses de Leurtza –en plena montaña, rodeados de hayedos–, y las cascadas de Xorroxin o la de Belabarce son unas excursiones más que recomendables. Los paseos se pueden hacer a pie o en bicicleta, a través de senderos y caminos, muchos de ellos adaptados, señalizados y acondicionados para recorrerlos sin dificultad, en plena armonía con la naturaleza. Miles de kilómetros de pistas, sendas y vías verdes alejadas del ruido y las masificaciones atraviesan este destino con rutas para todos los niveles y todas las edades.
Durante el trayecto por el interior de Navarra, la historia adquiere un protagonismo especial. No solo en forma de monumentos y patrimonio arquitectónico, con joyas como el Palacio Real de Olite, la Iglesia-Fortaleza de Ujué o el Castillo de Javier. El Camino de Santiago exhibe a su paso por suelo navarro multitud de ejemplos de arquitectura rural y tesoros del arte románico y gótico, con la Colegiata de Roncesvalles, y Puente la Reina, Estella-Lizarra y Sangüesa como paradas más que obligadas. Ese poso cultural también se refleja en las muchas tradiciones y fiestas que se celebran durante el otoño.
Pinchos, catas y restaurantes
Muchos de estos eventos están relacionados con la gastronomía: el pimiento, la trufa, los hongos, el cardo rojo, la caza… Porque en esta tierra, el buen comer y el buen beber son palabras mayores. Desde rutas de pinchos, tan arraigadas en lugares como Pamplona, a catas en bodegas, rutas enológicas y propuestas gastro en restaurantes Slow Food, que apuestan por el producto local ecológico (aquí todo es kilómetro 0) y saludable. La oferta es inmensa, con sabores y aromas en los que abundan los platos e ingredientes tan típicos de esta estación del año: carnes de caza de ciervo, paloma o perdiz; setas; alcachofas y borraja; pimientos asados; txistorra… Para rematar el festín, nada mejor que un pacharán, el licor digestivo navarro más universal.
Porque Navarra es el ejemplo perfecto de que, en un mundo cada vez más globalizado e hiperconectado, moverse sin prisas es aún posible. Así es este destino que vive y acoge al viajero a un ritmo tranquilo y sosegado, en el que los detalles cuentan. Un territorio de historia milenaria que ha sabido mantener sus esencias sin renunciar a su pasado ni a su futuro, y conservando el cariño y el respeto por su entorno natural.
Esa calidad también se refleja en sus alojamientos. Desde hoteles urbanos a casas rurales con encanto, casas en los árboles, yurtas mongolas, burbujas en el desierto, balnearios en los que descansar como un bebé, un parador que fue residencia de los reyes de Navarra, caseríos de estilo pirenaico, palacios reconvertidos en hostales… Todos ellos, lugares donde retomar fuerzas y descansar en un viaje repleto de emociones, al margen del bullicio y la rutina. Un rincón de la Península donde siempre se quiere regresar.