Procida, la isla italiana por conocer
Salvaje y llena de color, ha excitado a escritores y servido como plató a numerosas películas de éxito. Nueva capital cultural de Italia, este pequeño territorio brinda playas, palacios y una animada marina
Tiene nombre como de gema, de mineral precioso. Y eso es Procida en efecto, una fantasía geológica, un espasmo de lavas congeladas en perfiles exaltados, playas azabaches, pendientes ríspidas y senderos salvajes ahogados por huertos, viñas y limoneros. Gestos pulidos de antiguas furias volcánicas, las mismas que modelaron las islas hermanas y mayores del golfo de Nápoles: Isquia y Capri. Pero Procida las aventaja precisamente por su pequeñez y aislamiento —unas 10.500 personas viven en sus 4,26 kilómetros cuadrados—. Su primor de camafeo ha excitado a escritores y servido de plató a películas de éxito. Este 2022 ha sido designada capital italiana de la cultura, y varias de las revistas y diarios más influyentes del mundo la han señalado como uno de los lugares mágicos a descubrir en los próximos meses.
En poco más de media hora, los aliscafi (ferris) que parten del puerto de Nápoles arriban a la Marina Grande de Procida. Un trajín de isleños que van o vienen de arreglar algún asunto burocrático en Nápoles, o de hacer compras, o de visitar a algún familiar, mezclados cada vez más con turistas volátiles y escoltados todos por nubes de gaviotas. Marina Grande brinda de sopetón claves precisas. En los muelles, algunos pescadores venden en sus propias barcas las capturas del día. Procida ha vivido del mar, pero no tanto de la pesca, sino del tráfico de mercancías, o pasajeros que partían hacia América y no volvían. En la isla quedaban viudas y huérfanos de facto. Las atendía una especie de montepío instalado en la iglesia de la Pietà que preside la Marina, con cierto aire caribeño. La Via Roma orla todo el paseo, con casas como apoyándose unas a otras con arcos y escaleras. Ahora esa rambla marina es el lugar más animado, donde están los bares y restaurantes de moda, como La Medusa o Il Gazebo. También el Procida Hall, que sirve de cine, teatro y sede de algunos eventos de la capitalidad cultural 2022.
De Via Roma salen los microtaxis (motorette los llaman, motocarros) capaces de bregar con cuestas y callejones. También de aquí parten las cuatro líneas de microbuses urbanos que recorren el territorio. Y aquí se puede alquilar una motorino o escúter como la que montan Matt Damon, Jude Law y Gwyneth Paltrow en El talento de Mr. Ripley (1999), película del malogrado Anthony Minghella y uno de los mejores anuncios publicitarios de una Procida salvaje y llena de color.
En motorino o a pie, se llega enseguida a Sèmmarèzio, o plaza dei Martiri, a la que apodan “el balcón de Procida”. Enmarcada por Santa Maria delle Grazie, el palacio bermejo de Iorio y la estatua ignorada de un prócer local, este rellano es otro de los centros de gravedad de la vida cotidiana. Una especie de nudo entre la parte baja de Marina Grande y la parte alta o Terra Murata, teniendo a los pies el barrio pescador de Corricella, que era donde antes atracaban las naves; la estampa tópica del lugar. Ello gracias a otra película muy galardonada, Il Postino —El cartero (y Pablo Neruda), 1994—, sobre la novela de Antonio Skármeta El cartero de Neruda. Cuando el actor Massimo Troisi leyó el libro, movió hilos para interpretar al cartero en el filme, junto a Philippe Noiret (Neruda). Massimo, que rodó ya muy enfermo, falleció pocas horas después del último golpe de claqueta. La taberna donde se rodó la película es ahora el restaurante especializado en pescado La Locanda del Postino. Pero no fue aquí, en realidad, donde vivió exiliado Neruda, sino en la vecina isla de Capri. Neruda había llegado a Italia en 1950, huyendo de la persecución en su país, Chile, y se movió por varias ciudades italianas. Por presiones políticas, el Gobierno italiano lo expulsó, pero volvió a finales de 1951, arropado por intelectuales de izquierdas, entre ellos la escritora Elsa Morante, esposa del también escritor y periodista Alberto Moravia. Instalado en Capri con su amante (luego segunda mujer) Matilde Urrutia, allí escribió para ella Los versos del capitán. En 1952 Neruda regresó a Chile, adonde le llegaría el Nobel de Literatura en 1971, dos años antes de su muerte.
Siguiendo la subida al castillo, vemos asomada al acantilado a Santa Margherita Nuova: lo que queda de un convento de la segunda mitad del siglo XVI que rodó precipicio abajo en 1956. Se ha restaurado la pequeña iglesia para actos culturales. Más arriba sorprende el palacio de Avalos, construido por un cardenal renacentista, convertido luego en palacio real de los Borbones, más tarde en escuela militar y finalmente, en 1830, en una cárcel. Siguió siendo presidio hasta 1988. A él llega a parar el actor Alberto Sordi en el filme kafkiano Detenuto in attesa di giudizio (1971). La siniestra silueta del penal, a pico sobre el acantilado, aparece siempre en las películas rodadas en la isla. Ahora se puede visitar, en grupos guiados o por libre, y es uno de los puntos fuertes para los eventos de la capitalidad cultural.
Al lado, en el Palacio de la Cultura se halla el Museo Civico y, en el segundo piso, la Casa di Graziella: una especie de minimuseo en torno a la novela Graziella que Alphonse de Lamartine escribió en 1849; relato romántico comparado con Pablo y Virginia, de Bernardin de Saint-Pierre, o Atala, de François-René de Chateaubriand. Lamartine, uno de los pilares del romanticismo francés, sitúa en Procida el romance de Graziella, nieta de pescadores, con un noble francés que tiene que volver a su país; mientras aguarda su regreso, muere tuberculosa con solo 16 años. La trama fue llevada al cine mudo por Marcel Vandal (Graziella, 1926). Más tarde, en 1955, Giorgio Bianchi rodó un nuevo filme con el mismo título y argumento. La casa es una exposición de muebles y objetos que reflejan la vida cotidiana de la isla en aquella época.
Un pueblo medieval que mira al mar
Estamos en lo que llaman Terra Murata. O sea, el antiguo núcleo amurallado, donde se protegía la población. Solo cuando el peligro de ataques berberiscos se alejó, los isleños fueron instalándose en las laderas y la zona baja, en los cuatro casali o barrios (casi podríamos decir corralas), el más turístico de los cuales es Casale Vascello. El centro de Terra Murata es la abadía de San Miguel Arcángel, cuya iglesia y biblioteca se pueden visitar; también una especie de catacumbas con féretros y esqueletos, y un belén napolitano del siglo XVIII con figuras de barro y madera remedando oficios populares, tradición que traería a España el escultor Francisco Salzillo.
En el barrio de Marina Corricella es recomendable buscar acomodo en el hotel La Casa sul Mare y comer en La Lampara, con una terraza panorámica sobre el friso polícromo de casas y barcas. En el muelle, en lo que fue una gruta para guarecer botes, Malazzè es un estupendo bar de copas. Otro chiscón de pescadores, Chiaro di Luna, es una heladería donde Sandro, el propietario, prepara delicias artesanales con productos de su propio huerto, como sorbetes de limón o de vino e percoche (vino y marisco).
Separada por un promontorio, sigue la playa de Chiaia, a la que se accede bajando 182 escalones. Antes, en Via San Rocco, L’Unico es un local íntimo donde se dan cita los artistas. La playa termina en la Punta del Pizzaco, donde está el Belvedere Elsa Morante. Esta escritora publicó en 1957 L’isola di Arturo, un canto de amor a los paisajes y, sobre todo, a los personajes que los habitaban. En 1962 Damiano Damiani rodó en los escenarios que se abarcan desde este mirador La isla de Arturo, una joyita del neorrealismo italiano. A espaldas de este mirador se recoge Marina Chiaiolella, puerto turístico que será escenario musical al aire libre en el año cultural. Un restaurante de confianza allí es Da Mariano, y un lugar único para ver la puesta de sol, Maresia. A partir de ahí, por toda la faz de poniente se escalonan las mejores playas de Procida: Chiaiolella, Ciraccio y Pozzo Vecchio, tal vez la más bella, conocida ahora como “playa del Postino”, pues en ella se rodaron escenas de la película.
Un puente separa Procida de la minúscula isla de Vivara, apéndice agreste, intacto, que es ahora reserva natural y área marina protegida; solo es posible adentrarse en su fragosidad en excursiones programadas. Antiguo coto de caza de los Borbones, es una suerte de microcosmos dentro de un microcosmos. Y ambos pueden resultar inagotables. Elsa Morante lo resumió bien en su novela, donde Procida es protagonista absoluta: “Quella che tu credevi un piccolo punto della terra, fu tutto” (La que tú creías un pequeño punto de la tierra, lo fue todo).
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