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Fuera de ruta

En bici por San Francisco, camino de Sausalito

Pedaleando con vistas al Golden Gate y parada en el muelle 47 para comer un sándwich de cangrejo o una sopa espesa con almejas

Un ciclista en el popular barrio de Castro, en San Francisco.
Un ciclista en el popular barrio de Castro, en San Francisco. DANITA DELIMONT
Andrés Barba

Estamos tan acostumbrados a que la mejor manera de ver San Francisco es perderse por Chinatown o subirse a los tranvías para no escalar sus calles que a veces se pasa por alto que la bicicleta es menos impracticable de lo que muchos piensan y da además una perspectiva totalmente inu­sitada. Un recorrido perfecto (preferiblemente entre semana, porque en festivos algunos lugares pueden estar demasiado llenos de gente) podría comenzar en el puerto de The Embarcadero. Por 35 dólares al día hay varias empresas fáciles de localizar que alquilan bicicletas.

Desde allí sale hacia el noroeste una senda no solo al alcance de todas las piernas, sino también muy respetada tanto por los coches como por los peatones. Con una impresionante vista del Bay Bridge, se van pasando uno tras otro todos los muelles de la bahía, desde el 33 (donde sale el ferri a la isla de Alcatraz) hasta el 39, donde hay un gran centro comercial. Un poco más adelante, en el 47, se llega al Fisherman’s Wharf (el muelle de los pescadores), el lugar perfecto para comer un sándwich de cangrejo o de langosta recién cocida y probablemente una de las mejores clam showder (sopa espesada con almejas) de la costa, por no hablar de las ostras.

A la vuelta se pasa frente a una de las grandes instituciones de la ciudad, la Roca, la isla de la prisión de Alcatraz

Con un poco de tiempo se puede también amarrar la bicicleta y visitar una de esas rarezas que a veces ofrece San Francisco, el Musée Mécanique, en el muelle 45, una impresionante colección privada de máquinas recreativas de los últimos siglos. Desde una motocicleta a vapor de 1912 hasta cajas de música a manivela, bailarinas de charlestón que siguen moviéndose hoy como en los años veinte o las primeras máquinas Zoltar. Edward Zelinski —el coleccionista y dueño de las 3.000 máquinas que están expuestas allí— ha conseguido recuperar la fascinación por el entretenimiento que llevó a este país a convertir la diversión de masas en su religión nacional. Suspendida en el tiempo, esa fascinación tiene algo de arqueológico y a la vez de perfectamente reconocible, de cercano y a la vez de brutalmente pretérito, como esos reproductores de VHS que hoy nos parecen más antiguos que un pez fósil. Frente al Musée Mécanique, en el 2 del Marina Boulevard, está también otro de los centros culturales más importantes de la ciudad, el Fort Mason, donde no falta nunca una exposición reseñable.

Figuras del Musée Mécanique, en San Francisco.
Figuras del Musée Mécanique, en San Francisco.

Unos cientos de metros más adelante, y junto al Fine Arts Palace que queda sobre Mason Street, sale un sendero que recorre la playa que lleva hasta el puente Golden Gate. Resulta familiar y sorprendente, aunque sea la primera vez que uno lo ve en vivo, acercarse poco a poco a esa gran dama majestuosa y roja construida a mediados de los años treinta por el (también poeta) Joseph Strauss para liberar el tráfico ya insostenible de ferris que había en aquella época. Un puente fatídico. A los cinéfilos les parecerá estar dentro de esa célebre escena de Vértigo en la que Kim Novak salta a las aguas de la bahía y es rescatada por James Stewart. Como en todo, a Hitchcock no le faltaba hilo en ninguna puntada. El Golden Gate siempre ha atraído (todavía hoy, por mucho que el Ayuntamiento de la ciudad haya instalado barreras de seguridad) a suicidas de todo el mundo y tiene colgada de sus soldaduras la poco honorable cifra estimada de más de 1.500 muertes desde su construcción, lo que lo convierte en el segundo puente más ominoso del mundo, tras el Nanjing Yangtze. Tal vez sea ese respeto el que genera buena parte de la reverencia que provoca cruzarlo. Eso y que desde lo alto es imposible no sentir la energía estática, el ruido del paso de los cientos de coches sobre el acero y la impresionante fuerza del viento. Es sin duda una de las mejores vistas de la ciudad. En el lado Este queda la parte que hemos recorrido desde la costa, las majestuosas colinas de la ciudad de San Francisco; en el Oeste, la playa de China Beach, el Presidio Park y los acantilados al Pacífico de Lincoln Park.

javier belloso

The Embarcadero

Superado el repecho del puente, todo lo que queda es cuesta abajo, o bien siguiendo por la Alexander Avenue (interior) o por el sendero de la East Road que lleva hasta la pequeña localidad de Sausalito, una de las más populares de la ciudad, repleta también de cafés y restaurantes. Desde allí se puede coger un ferri en el que no hay problema para subir las bicis que nos lleva de vuelta hasta el puerto de The Embarcadero. De despedida se pasa frente a otra de las grandes instituciones de la ciudad, la Roca, la prisión de Alcatraz. Como sucede con muchos de los mitos, la realidad no siempre está a la altura de las expectativas, pero a ratos da la sensación de que si se mira atentamente no es improbable sentir la sombra esquiva, jocosa y sanguinaria de un célebre mafioso que nunca dejó de poner en su tarjeta de visita que era vendedor de antigüedades.

Andrés Barba es autor del ensayo La risa caníbal (Alpha Decay).

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