En Heredad Beragu el verde entra por la ventana

A medio camino entre Jaca y San Sebastián, Ramón Navarro Eyo y Patxi Gómez Moro encontraron en la montaña baja de Navarra un refugio para sus fines de semana. Adquirieron al principio la Casa El Cuco, sobre unas ruinas pétreas al pie de Gallipienzo. Tras darle una vuelta a su soledad rural, iniciaron la compra paulatina de las casas vecinas —Antolín, Vidal y La Gualda— hasta decidir su transformación en alojamiento turístico. Siete años duró la obra, certificada como ecosostenible. Siete veranos largos para ensamblar las construcciones y perfilar una de las fachadas más pintorescas de la arquitectura hotelera española.

Una suerte de olores ricos acompañan durante la estancia. A piedra. A madera. A flores. A hierbas. En el dormitorio La Herbolera, uno de los nueve, huele a chamusquina del humo que se quedó pegado a los muros, procedente de una antigua chimenea. La decoración es campirana, sin exageraciones. Pero siempre salta una sorpresa en los recovecos. Aquí una vasija, allá un bol con corchos, acullá un vaso de flores frescas. Muchos objetos recuperados de almonedas y casas viejas.

Se agradece la afabilidad comedida de los propietarios, la distancia próxima y lejana que imponen según los momentos. Ninguna murga. Ninguna ausencia. Como el huésped comprueba a la hora elegida para la cena. Cada día cambian de carta, aunque no hay que insistir mucho para probar las carrilleras. En su punto. En su salsa. Quizá se extraña al desayunar algo más del énfasis que se le pone a la arquitectura.

La web del hotel ofrece un cuadrante muy fotogénico de habitaciones a escoger: Los Almadieros, La Bodega, La Capilla, La Alazara, La Fragua, El Hogar, El Molino, Beragu y la mencionada Herbolera, imprescindible por su arco panorámico de piedra casi pegado a la cama. Es acostarse y soñar con el cielo, el río, los montes preñados de vegetación. Es despertarse y tenerse que pellizcar para comprobar que el sueño se hizo realidad. Al otro lado del cristal, más allá de la foz verde del río Aragón, se eleva, mayestática, la sierra de Kaparreta. Por la ventana entra un paisaje con sus frondas, sus arroyos y sus roquedales.