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De París a Sanchonuño

La fotógrafa de moda Elena Grimaldi se mueve como pez en el agua en la capital francesa y en su pueblo segoviano

La fotógrafa Elena Grimaldi.
La fotógrafa Elena Grimaldi.

Elena Grimaldi es fotógrafa de moda, colaboradora de la firma de ropa La Casita de Wendy y profesora de cultura visual en varias universidades. Su relación con los viajes es, cuando menos, inusual.

Así que no le agrada conocer nuevos sitios durante viajes que duren pocos días…

La idea es que no me gusta la experiencia de no comprender un sitio. No me convence el sentirme “invasora”. Aunque no me guste un lugar en un principio, a base de volver y repetir, lo acabo entendiendo.

¿Qué lugares “comprende”, por lo tanto?

Mi pueblo segoviano, Sanchonuño, y París, puesto que allí he de ir al menos dos veces al año por trabajo. Ya lo he hecho mío, no solo porque conozco a gente que vive en la ciudad, sino porque sé lo que me gusta y lo que no. No es ya un París: es mi París, el que me puede dar algo. Al principio solo andábamos por el centro, que solo aporta la estética maravillosa, pero ahora, mi novio, Iván, y yo vamos mucho al barrio 11º, Bastilla, y también a la zona de Belleville. Ahí sí que comemos en restaurantes cochambrosos; nos gusta ver el ambiente: sacan infiernillos a la calle y asan mazorcas de maíz, por ejemplo.

Volvamos ahora a España, a Segovia, y hablemos de su pueblo, Sanchonuño…

Es un pueblo de unos 800 habitantes. Los planes que hacemos allí son silvestres: ver animales en corrales, pescar cangrejos o coger setas. Te acercas a sus personajes y los entiendes. En una gran ciudad los verías como prototipos, pero ahí te das cuenta de la libertad que hay en el pueblo, aunque tenga sus aspectos restrictivos, los cotilleos y demás. La libertad a la que me refiero es que puedes ser un chiflado y ser bien aceptado. Aunque sin haber viajado a París no podría disfrutar lo mismo de Sanchonuño.

Y al final, siempre le quedará Madrid.

Claro. Como Iván y yo somos muy andarines, nos rastreamos todo en diez kilómetros a la redonda, y llegamos a ver la ciudad desde fuera. Es como acercarse a los límites. Un verano nos dejaron una casa en el barrio del Pilar para pasar allí las vacaciones. Al pasear por allí ves la calma del barrio semiabandonado por las vacaciones y se te abren como caminos inesperados. Eso me hace mucha gracia.

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